Ciencia por la equidad en la salud
La doctora Maria Elena Bottazzi es candidata al Premio Nobel de la Paz por su trabajo en la creación de una vacuna libre de patentes contra el COVID-19.
De niña quería ser doctora, pero encontró la microbiología por casualidad. Nació en Italia, creció en Honduras y su carrera la ha desarrollado en Estados Unidos. Hablamos con la doctora Maria Elena Bottazzi, la científica que hace parte del equipo que está nominado al Premio Nobel de la Paz por la investigación de Corbevax, la vacuna libre de patentes contra el COVID-19.
Que un grupo de científicos esté nominado al Nobel no es novedad, que en este momento lo sean por su contribución a la creación de la vacuna contra el Covid-19 desde la medicina o la química es más que natural. Pero que la nominación sea para el Nobel de la Paz hace que el asunto sea extraordinario. Y eso es lo que está pasando con la doctora. Bottazzi y su compañero el doctor Peter Hotez, quienes recibieron la nominación en febrero.
Bottazzi y Hotez trabajan en el Centro para el Desarrollo de Vacunas del Texas Children's Hospital, en el Baylor College of Medicine, desde donde por más de una década han dedicado su tiempo a la elaboración de vacunas para las enfermedades desatendidas o, como ella las llama, “enfermedades de la pobreza”, aquellas que por falta de interés o recursos no son investigadas. La mayoría de estas enfermedades afectan a las poblaciones más vulnerables y en las regiones más pobres del mundo.
“Hace diez años, nosotros adoptamos los coronavirus como otra enfermedad desatendida”.
Por eso, desde el inicio de su carrera la doctora encontró que era fundamental la investigación en el área de las enfermedades tropicales desatendidas, que afectan a unas mil millones de personas en el mundo. “En nuestros países, como Honduras, muchas de las cargas de salud vienen por enfermedades infecciosas, obviamente suplementadas por mala nutrición y otros riesgos”. Aunque Bottazzi nació en Italia, creció y estudió en Honduras, así que sabe de lo que habla.
Cuando su familia volvió al país, después de que su padre trabajó como diplomático en Italia, ella tenía ocho años. Estudió en un colegio americano, como cualquier otra joven de familia acomodada, y quería estudiar medicina, pero un detalle terminó marcando su destino. “La Escuela de Medicina sólo aceptaba registro de nuevos estudiantes en enero. Como yo me gradué de una escuela americana, quería entrar a estudiar en agosto, pero entonces tenía que entrar a alguna carrera para poder empezar a sacar mis generales. Y la carrera que tenía más cercana a las generales para medicina era microbiología.Entonces, entré con la intención de que en enero me iba a cambiar a medicina. Después la verdad es que quedé fascinada con las Ciencias de Microbiología y nunca me cambié.Y creo que fue una de las mejores decisiones”, recuerda Bottazzi.
Se graduó en química clínica y microbiología en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, luego se doctoró en inmunología molecular y patología experimental en la Universidad de Florida. De ahí pasó a hacer un posdoctorado en la Universidad de Pensilvania, donde precisamente tuvo lo que ella llama el “aha moment”, lo que la encaminó en el interés de desarrollar tecnologías.
“Mientras hacía el posdoctorado me interesé mucho en el área de los negocios porque mi familia es empresaria y emprendedora. Me matriculé en un programa de MBA en Temple, mientras también estaba estudiando en UPenn. Mis profesores, la mayoría, venían de las farmacéuticas”, recuerda.
“Queremos que nuestras tecnologías sean fácilmente transferibles a productores en los países en vías de desarrollo”.
“Ahí fue cuando encontré esa interconexión: Uno necesita el ámbito científico, los conocimientos para desarrollar las soluciones, pero para después avanzar, para que eventualmente se produzcan como producto y después lleguen a las poblaciones, uno tiene que tener el conocimiento de manejo de finanzas, de organización, de manejo de proyectos desde el ámbito ético y el ámbito legal. Ahí fue cuando realmente decidí que lo que quería hacer era buscar soluciones en el área de enfermedades infecciosas, pero enfocado también en cómo usar estas interdisciplinas para poder avanzar de manera diplomática y transferir estas tecnologías”, puntualiza.
Desde hace veinte años, Bottazzi empezó a desarrollar su idea, investigar y producir conocimiento, pero desde la ciencia abierta, libre de patentes, que garantice el acceso equitativo a los servicios de salud. “Tenemos un concepto de ciencia abierta donde también permitimos que todo sea con el concepto de capacitar y de educar a las nuevas generaciones que eventualmente sigan nuestro legado, de poder desarrollar tecnologías que logren realmente resolver muchos de los objetivos globales que tenemos, especialmente en el área de la salud”, explica Bottazzi.
Coronavirus, una enfermedad desatendida
“Hace diez años, nosotros adoptamos los coronavirus como otra enfermedad desatendida, porque obviamente cuando no hay una urgencia, una pandemia, a veces no hay continuidad ni el interés para avanzar en la investigación”, señala la Dra. Bottazzi. De este modo, desarrollaron la vacuna todos estos años basados en una tecnología que utiliza las proteínas recombinantes, algo que ya se ha usado para desarrollar muchas otras vacunas como la de la Hepatitis B o la del Papiloma Humano.
Por eso, cuando llegó la pandemia “nos tomó menos de dos, tres meses tener lista una tecnología con un sistema ya muy convencional, que es usar las levaduras para producir una proteína recombinante”. Mientras ellos trabajaban en esto, las grandes farmacéuticas desarrollaron sus propias investigaciones con novedosos sistemas como el ARNm, que ya estaban siendo evaluados para otros usos. “Nosotros, que ya teníamos un montón de evidencia, desafortunadamente no recibimos fondos, pero al fin de cuentas logramos hacerlo con alianzas, con un paradigma un poco diferente en el área sin fines de lucro, sin patentes, con la ciencia abierta y obviamente creando una diversificación financiera”, explica.
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Ciencia para todos
Detrás de los detalles científicos, la nominación al Nobel le llega a Bottazzi justamente por su esfuerzo en lograr que la ciencia sea de libre acceso. Por eso, a diferencia del resto de vacunas, la desarrollada por su equipo está libre de patentes, es decir, está abierta para que cualquier laboratorio, universidad o centro de investigación pueda tomar lo que ellos han descubierto y desarrollar y fabricar su propia vacuna a un precio muy reducido, de apenas 2 a 3 dólares por vacuna.
“Queremos que nuestras tecnologías sean fácilmente transferibles a productores en los países en vías de desarrollo, porque al final lo que queremos con nuestras transferencias, no sólo de conocimientos, sino de nuestros productos, es descolonizar la investigación y el desarrollo del ecosistema de producción de vacunas y, obviamente, traer la autosuficiencia a los países para que cuando haya la necesidad estén listos para poder avanzar”, señala Bottazzi.
"En nuestros países, como Honduras, muchas de las cargas de salud vienen por enfermedades infecciosas".
Y eso fue justamente lo que pasó cuando la biofarmacéutica india BioE llegó a ellos para obtener la tecnología y producirla en su país. El laboratorio ha producido más de 300 millones de dosis de Corbevax, que se han aplicado en la India, uno de los países con mayor atraso en el índice de vacunación en el mundo.
Al igual que en India, organizaciones en Indonesia, Bangladesh y científicos en África están produciendo la vacuna y haciendo estudios clínicos mientras adelantan el proceso de recibir autorización.
Cualquiera puede reproducir Corvebax. “Desde el principio, nuestra filosofía fue que aunque tuviéramos un descubrimiento y fuera algo que tuviera la validez de protegerla, no era conveniente, porque eso agrega barreras”,señala.
Toda la información para la producción de las vacunas está disponible en los estudios publicados por Bottazzi y Hotez, pero también están dispuestos a colaborar en el desarrollo del producto, a dar información más detallada. Tanto es el interés por superar la brecha de conocimiento, que incluso han desarrollado lo que ellos llaman un “starter kit”, que consiste en un link de Dropbox con todos los reportes y documentación alineada con las regulaciones mundiales para que cualquier institución pueda usar esta información.
Mientras se conoce la decisión del comité del Nobel, Bottazzi y su equipo siguen trabajando en encontrar vacunas para enfermedades como la de chagas, esquistosomiasis, los parásitos intestinales y leishmaniasis. “También seguimos en el programa de coronavirus evaluando nuevos prototipos contra las variantes del COVID, pero también buscando lo que llamamos las vacunas universales”, todas libres de patentes que faciliten la equidad.
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