Rodeo queer: Cowboys que cabalgan hacia a la diversidad
A una vaquilla no le importa si quien le echa el lazo es latino o blanco, gay o heterosexual. ¿Por qué debería importarnos a nosotrxs?
Hace 15 años, cuando el director Ang Lee llevó al cine Brokeback Mountain, la trágica historia de amor entre dos cowboys homosexuales, provocó una revolución en la narrativa habitualmente asociada a lo queer y a la América profunda, que habían sido vistos hasta el momento como antagónicos.
Sin embargo, algunas décadas antes del estreno de esta colosal cinta, las personas LGTBI ya cabalgaban toros, echaban el lazo a vaquillas y organizaban rodeos queers.
Hoy y a través de organizaciones como la Asociación Internacional de Rodeo Gay -con 15 capítulos repartidos por todo el país-, estos cowboys queer son la imagen más disruptiva e icónica de una América que intenta deshacerse de los estereotipos raciales y de género que se han asociado históricamente a lo que significa ser y sentirse norteamericano.
Una gran familia, sí, que con sus espuelas y sus botas de montar cabalga más allá de los prejuicios.
Cuando Jorge Sánchez (43) era un niño queer de Minnesota, tocaba en la banda de música. Pero conforme fue creciendo, su amor por el espectáculo lo llevó a otro tipo de entretenimientos: el arte de las drag queen y king, y finalmente el rodeo.
El año pasado se convirtió en la nueva estrella del rodeo queer al ser coronado MsTer IGRA por la Asociación Internacional de Rodeo Gay.
“Trato de hacer de drag con compasión. Quiero que la gente sienta lo que yo siento, si puedo hacerlo, entonces estoy haciendo mi trabajo”, le dijo Sánchez a Buzz Feed. “Lo más importante de esta familia de rodeo es ser familia. Si alguien tiene un día difícil, estamos todos aquí para levantarnos. No hay ningún juicio. Todo el mundo da amor, apoyo. Es una organización increíble".
Hay formas y formas de “Hacer América Grande”, y dividirla no es la mejor. En estos rodeos, mezcla de la fantasía drag -como ponerle calzones de volantes a una cabra-, las prácticas agrícolas y la tradicional monta de toros, la premisa es una y para todxs: Lo que importa realmente es lo que ocurre en la arena, no a quién votas o de dónde vienes.
“El rodeo hay conecta a los homosexuales que han crecido dentro de esa cultura con los forasteros que se sienten atraídos por hombres y mujeres con botas de cowboy”, le cuenta a Mark Smith de Document Journal la profesora de Estudios de la Mujer y la Música de la Universidad de Michigan, Nadine Hubbs, autora del libro Rednecks, Queers, and Country Music.
La profesora añade que estos rodeos obran lo que parecía imposible en una América con espacios sociales fuertemente divididos. Sobre todo, cuando la cultura cowboy ha sido fuertemente politizada por los republicanos.
“Algunas de estas personas seguramente votaron por Trump y puede que les guste lo que ha hecho como presidente aunque sean queers. Pero la gente del rodeo gay no hace alarde de sus tendencias políticas”, dice Hubbs.
Pero, además, allá donde otros levantan muros, el rodeo gay se ha mostrado como un lugar de verdadera diversidad étnica:
“En los rodeos hay mucha gente blanca rural, pero también afroamericanos ataviados con sombrero y botas, y también muchos latinos, incluyendo a gente mexicoamericana de la que, no lo olvidemos, sacamos palabras como ‘rancho’, ‘buckaroo’ e incluso ‘rodeo’”, concluye.
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Lo mismo opina la bull-rider Lee, antes conocida como Breana Kinght, que desafía la idea de que el rodeo y toda la América rural sea territorio de “machos” blancos.
“Al animal no le importa si soy hombre o mujer, gay o heterosexual. Cuando estoy montando es el único momento en que puedo decir legítimamente que no voy a ser juzgado”, dice esta cantante afroamericana y lesbiana, que nunca se ha sentido identificada con la cultura queer urbana y que relaciona con la fiesta y el consumismo.
“El mundo del rodeo queer tocó un acorde diferente. Se trata mucho más de una conexión con la tierra, con los animales, con la comunidad”, apunta en otra entrevista con The Guardian.
Hace unos cuatro años, el icónico fotógrafo Luke Gilford estaba en un evento del Orgullo en el norte de California cuando escuchó la música de Dolly Parton y lo que descubrió cambió su imagen del rodeo para siempre.
“Todos sabemos lo que es un gay y todos sabemos lo que es un rodeo. No pensamos que vayan juntos”, declaró a The Guardian este septiembre, cuando se publicó su monográfico de fotografía National Anthem, en el que reflexiona sobre los símbolos culturales de América a través de imágenes que rompen con los estereotipos que nos encadenan. El machismo, el racismo y la homofobia aparentemente inherentes al mundo del rodeo.
"En la escuela nos enseñan a recitar el himno nacional todas las mañanas. Tiene un aura de promesa. Pero a medida que envejecemos, nos damos cuenta de que esta promesa es una especie de mito. Lo que creo que es realmente hermoso, y tan inspirador, sobre la comunidad de rodeo gay es que trae de vuelta esa aura de promesa. Abarca ambos extremos del espectro cultural americano: gente que vive en la tierra, pero que también es queer”, dijo Gilford, nacido en Colorado y cuyo padre fue campeón de esta disciplina.
"Es la América con la que todos soñamos, ser capaces de ser lo que queramos ser".
La historia del rodeo gay es inseparable de la lucha por los derechos civiles. El primer rodeo de este tipo tuvo lugar en Nevada, en 1975, cuando Phil Ragsdale, entonces Emperador I de Reno, buscaba una forma creativa de recaudar fondos para una cena benéfica de Acción de Gracias para los ancianos. Entonces surgió la idea de montar un rodeo gay amateur en la Feria del Condado de Washoe, en el que llegaron a participar un centenar de personas y que sentó un precedente para el futuro. No sólo su vertiente comunitaria, sino también es una forma transgresora de “hackear” los prejuicios relacionados con los gays y el conservadurismo.
Si bien al principio las reuniones de estos cowboys de los 70 y los 80 eran clandestinas y a menudo las organizaban cristianos de derechas que evitaban dar sus nombres -se les conocía como “miembros silenciosos”-, con la aparición de Internet los ciber-ranchos proliferaron, antes de dar el paso a una arena real, diversa y sin ocultación.
Como escribía Gilford en National Anthem: "Es la América con la que todos soñamos, ser capaces de ser lo que queramos ser".
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