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Cuando Cruzamos
De izqueirda a derecha: Mi hermano Jairo(9), mi madre Lilia, mi padre Raul, mi hermana menor Ana(1), mi hermana mayor Maria(10), y yo a la edad de 5 años, durante el verano de 1999. Foto: Archivos de la familia Ayllón.

Cuando Cruzamos

A la edad cinco años, aprendí lo que era el miedo, en la frontera entre México y Estados Unidos. Un recuerdo que viene a saludarme cuando menos lo espero. 

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Olvidé cómo se sentía correr por mi vida. Correr hasta estar a salvo. La última vez que sentí ese miedo que eriza la piel, fue a los cinco años cruzando la frontera entre México y Estados Unidos.

Hace  poco volví a sentir ese miedo. Después de un largo día de trabajo llegué a mi parada de tren . La única calle que lleva al  estacionamiento donde había dejado mi auto estaba inundada. Mi única opción, cruzar las vías del tren, a riesgo de que este pasara en cualquier momento.

Fue entonces cuando regresaron las imagenes, esas imagenes que impactaron mi infancia.

Vino a mi mente la imagen de mi madre, mis hermanos y yo cruzando la frontera en 1999. Mi padre nos quería cerca–  se arrepiente de haberlo hecho. Mi padre había solicitado nuestra residencia unos años atrás y durante ese proceso tenía que permanecer en los Estados Unidos. Temía perderse momentos preciosos de nuestra infancia, como ver a mi hermana menor dar sus primeros pasos o a mis hermanos mayores corriendo a casa celebrando ser estudiante del mes. Le resultaba difícil volver cada seis meses para pasar un mes con nosotros. No tuvo la paciencia. Y decidió que vinieramos con el.

Era la última semana de diciembre de 1998. Así que empacamos lo más liviano posible, dejando todo atrás en nuestra casa en la ciudad de Toluca, México. Lo siguiente que recuerdo fue estar en una casa muy pequeña en el estado de Sonora, la ciudad fronteriza con Arizona. Algunas de mis tías, tíos y primos también se unieron a este viaje, así como otras familias que intentaban venir a los Estados Unidos.

Celebramos año nuevo persiguiendo un sueño.

Mi inocencia me hizo pensar en esto como una pequeña excursión que nos reuniría con mi padre. Pero no comprendí la dimensión del asunto  hasta que nos enfrentamos a tres días de intentos fallidos.

Día uno.

Recuerdo que caminamos durante el día, por algún lugar que  parecía un desierto combinado con un bosque. Pero creo que imagine los árboles. Mis tías tuvieron que cuidarme ya que mi madre llevaba a mi hermana de un año en brazos todo el tiempo. Recuerdo que estaba agotada y que quería simplemente "llegar a casa". Nos atraparon cuando estábamos cerca del otro lado. Fuimos llevados por la patrulla fronteriza. Todo lo que recuerdo es llorar por mi madre, porque la llevaron en un automóvil diferente, y decir una y otra vez que no quería ir a la cárcel.

Entonces lo que parecía un viaje lleno de alegría, se convirtió en una pesadilla.

En aquel entonces, mujeres y hombres eran separados en los centros de detención hasta ser liberados de nuevo en territorio mexicano. A los niños no los separaban de sus madres. Me reuní con mi madre y mis hermanos poco después. Me entristece pensar que los niños ahora no tienen la oportunidad de estar con sus padres - están separados y asustados, almacenados en jaulas.

Dia Dos

Ahora me parece un lujo que en ese entonces nos liberaron en unas cuantas horas. La historia se repitió al día siguiente. El segundo día, intentamos cruzar durante la noche, pero los que nos guiaban no tuvieron éxito en encontrar un camino más seguro.

Dia Tres

El tercer y último día, pareció ser el más largo de mi vida. Sabiendo que podríamos fallar nuevamente, nos fuimos a altas horas de la noche. Transitamos por un camino completamente diferente, por lo que  podría haber sido a través de algunas alcantarillas, si mi memoria no me falla.

Tenía miedo de que me dejaran atrás porque era difícil ir al paso de los adultos. De repente, llegamos a una autopista,  todo lo que recuerdo haber escuchado fue ------- "¡CORRAN!"

Mi tía me agarró del brazo; hice lo mejor que pude para no gritar por mi madre. Las luces de los autos me cegaron. De repente, me encontré de cara al pavimento cuando tropecé y caí sobre mi estómago. Tomando aire, me levanté y tuve que olvidarme el dolor para poder seguir corriendo.

Antes de que me diera cuenta, estábamos pisando territorio estadounidense.

Nos llevaron a otra casa, estaba oscuro y todo lo que quería era dormir. Me desperté con mi madre a mi lado y me aseguré de que mis hermanos también estuvieran allí. Todavía teníamos que hacer un viaje corto, pero afortunadamente, este nos llevaría por fin con mi padre. Más tarde, tomamos un vuelo a Pennsylvania, a la ciudad de Kennett Square para ser exactos, donde vivimos casi dos años hasta que regresamos a México para esperar por nuestros documentos legales.

Tuve la fortuna de vivir para contar mi historia.

Muchos niños como yo están experimentando este mismo miedo y me rompe el corazón pensar que deben sentirse muy solos. Creo que la experiencia me hizo apreciar la posibilidad de ver a mi familia al final de cada día. Me ayudó a no tener miedo de tomar riesgos y poder ponerme en situaciones incómodas.

En el verano del 2005, cruzamos la frontera una vez más, pero esta vez con un sello en el pasaporte, maletas llenas de esperanzas y los mismos sueños de un mejor futuro.