Ubre Blanca, la súper vaca que Fidel Castro crió para saciar su adicción a los lácteos
El dictador cubano tenía una vaca lechera, y no, no era una vaca cualquiera.
El escritor García Márquez, amigo íntimo de Castro, narraba en un perfil sobre Castro, cómo lo había visto terminar un almuerzo copioso tomando no menos de 18 cucharadas de helado.
El exmandatario cubano era adicto a los lácteos, una pasión que casi lo llevó a la tumba y que obligaba a su catador personal, el chef Flores, a jugar a la ruleta con su batidos y yogures, pues la CIA, conocedora de esta obsesión culinaria, intentó envenenarlo al menos un centenar de veces.
Como la vez, a mediados de los 60’, que los servicios de espionaje estadounidenses conspiraron para introducir una píldora que contenía la toxina botulínica en el batido de chocolate que Castro tenía la costumbre de tomar diariamente en el Hotel Habana Libre y que fracasó cuando el veneno se pegó a la pared del congelador del hotel -Flores acabó con un síndrome postraumático fruto de esta y otras demandas del dictador.
La adicción del cubano por todas las variantes de la leche y su producción siguieron aumentando en los años siguientes con una voracidad que convirtió a la industria lechera cubana y su ganadería en uno de los retos principales de su revolución. Hasta que 'Ubre Blanca' llegó a su vida, hasta que, como señala el periodista y escritor polaco Witold Szablowski, autor de How to Feed a Dictator, se enamoró de ella.
Uno de los clichés más extendidos sobre esta deliciosa carne de buey japonesa es que las reses son criadas a base de masajes, cerveza y música clásica las 24 horas. Con la vaca de Castro -perdón, con ‘lady’ Ubre Blanca- pasó algo parecido.
Se cuenta que fue un proyecto personal del dictador, una vaca resultado de la experimentación genética que fue el ojito derecho de Fidel y que vivió mejor que la inmensa mayoría de los cubanos.
Si bien no tenía aire acondicionado en su establo, como alguna vez se dijo, a Ubre Blanca no le gustaba comer lo mismo todos los días - a veces comía pasto y otros días naranjas) y tenía una radio portátil que tocaba música tropical de Radio Caribe. Ordeñarla era una proeza debido a su mal carácter, y cada vez que sus cuidadores lo hacían se llevaban un arsenal de golpes.
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Una vaca ganadora, al menos eso pensaba Fidel, que quería que Ubre Blanca batiera el récord de la estadounidense Arlinda Ellen, que producía 80 litros de leche desde 1975.
Así que a principios de enero de 1981 sus cuidadores empezaron a ordeñar a la pobre vaca cada seis horas por orden de Fidel y el líder revolucionario o alguno de sus asistentes llamaba a la finca para tomar nota de la cantidad de leche obtenida. Lo más curioso es que estas cifras se reportaban en los noticieros como si fuera el resultado de un partido de fútbol o el pronóstico del clima.
En 1982 al fin se consiguió lo que no parecía posible: la vaca amada de Castro se convirtió en un orgullo nacional al producir casi 110 litros de leche diarios -cuatro veces más que una vaca media- y entró a formar parte del Libro Guinness de los Récords. Desde ese momento, su orgulloso propietario la visitaba con frecuencia e incluso se refirió a ella en alguno de sus discursos.
Tras su muerte, dos años más tarde, Ubre Blanca fue disecada y hoy aún sigue en las oficinas del Centro Nacional de Salud Agropecuaria (Censa), en La Habana, tras una urna de cristal. E igualmente, Fidel hizo construir una estatua en su honor en Isla de la Juventud, donde nació la vaquita.
Según reportó The Wall Street Journal, en 2002 el gobierno cubano anunció un proyecto para clonarla gracias al material genético recogido antes de su muerte. La iniciativa pretendía que la isla se recuperase de la crisis de producción de vacuno y derivados por la que estaba pasando Cuba. Sin embargo, a día de hoy, al menos por lo que se sabe, el sueño lácteo y adictivo de Fidel Castro no se ha cumplido.
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