El diario de Anthony Acevedo: Los hispanos ‘olvidados’ de la Segunda Guerra Mundial
Más de 300 soldados estadounidenses estuvieron presos en campos de concentración nazis, según el Museo del Holocausto de Washington.
Le hicieron prometer que no hablaría jamás de lo ocurrido, y eso hizo durante 65 años, pero el diario donde este soldado de padres mexicanos apuntaba los nombres de sus compañeros muertos en el campo de concentración de Berga (Alemania) - de 300 solo 165 sobrevivieron-, junto a otras pertenencias que donó al Museo del Holocausto de Washington, se ha convertido en la prueba de que Estados Unidos no llegó para liberar Europa, sino que unos cientos de los millones de soldados que envió a la IIGM desde 1941 a 1945 padecieron similares atrocidades.
“Al llegar a nuestro destino los alemanes nos sorprendieron y nos rodearon, gritando: ¡Botas fuera y andando!”, explicaba en una entrevista telefónica este excombatiente de la 70 División de Infantería a El País en 2012.
Anthony tenía 19 años entonces. Había sido destino a luchar en Alemania junto a otros 349 soldados y cuando los nazis les dieron caza los llevaron a este campo de concentración satélite para no judíos -no de prisioneros-, donde se dedicaban a vigilar, según Acevedo, que todos los presos estuvieran en “buena forma física”, lo cual significa “con vida”, al menos durante los más tres meses que estuvieron en Berga antes de ser liberados.
"Muchas heridas del alma son incurables", Anthony Acevedo.
“Unos 80 de mis compañeros fallecieron allí. Los registré por su apellido, número de preso y fecha”, contaba Acevedo, quien consiguió el cuaderno en una ocasión en que recibieron ayuda humanitaria de la Cruz Roja.
“Narrar los acontecimientos fue algo necesario que me ayudó a despejar mi mente durante esa vivencia tan horrible, donde la incertidumbre era la constante. Esos soldados merecian ser recordados”.
El diario de Acevedo, a la sazón médico, es uno de los pocos registros de muertes que existen de los campos alemanes durante la IIGM y tuvo que mantenerlo en secreto porque su vida, contó el veterano latino, hubiese corrido riesgo si lo revelaba.
“Recuerdo una vez que intenté que el comandante me permitiera operar a un hombre que sufría difteria -dificultad para respirar-; tan solo había que hacerle un leve corte en la tráquea. No me lo permitieron. Lo único que recibí fueron golpes", dijo el hispano, que unos pocos años antes, con la edad de 16, había delatado a unos espías que informaban a los nazis desde Durango (Mexico), donde se bañaba en un lago junto a unos amigos.
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“El principal problema era la desnutricion, yo mismo llegue pesando 149 libras y salí con 87. La comida era repugnante. Nos alimentaban con sopa de pasto, carne de rata, gato muerto e incluso cucarachas”.
Cuando a principios de abril de 1945, los soldados alemanes intuyeron que las tropas norteamericanas estaban cerca, los sacaron del campo y recorrieron unas 217 millas en lo que Acevedo denominó “la marcha de la muerte”, para luego abandonarlos.
“El ruido de los tanques era cada vez más cercano”, concluyó.
“Muchas heridas del alma son incurables”.
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