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Dominican writer Soledad Álvarez started writing when she was only 15. Photo: Casa América
Soledad Álvarez empezó a publicar cuando tenía apenas 15 años. Foto:Casa América

Los migrantes son los grandes aventureros

La poetisa dominicana Soledad Álvarez, Premio Nacional de Literatura 2022, reflexiona sobre el papel de la mujer y la emigración en su país

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Pedro & Daniel

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Soledad Álvarez (Santo Domingo, 1950) recuerda que de chica fue una niña “muy flaquita y pequeñita”, con un mundo imaginario muy intenso. Además, que su mamá, “una de esas señoras de antes, muy pendientes de la poesía”, le cantaba poemas de Ruben Darío, como aquel que decía:  “La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color”. Lo recita de memoria esta reconocida poetisa y escritora dominicana de 72 años, Premio Nacional de Literatura 2022, en una entrevista exclusiva con AL DÍA. 

Para Álvarez, que acaba de recibir en Madrid el XXII Premio Casa de América de Poesía por su poemario Después de tanto arder, no cabe duda de que fue su madre quien la contagió de este amor temprano por la literatura.

“Con 15 años me publicaron mi primera obra, un cuento, en un diario dominicano, y allí  empezó todo”, cuenta. “Ver mi nombre en el periódico fue como una revelación. Decidí en ese momento que lo mío era la literatura”, añade. 

Huyendo de la delicada situación política en Santo Domingo, Álvarez se marchó a La Habana para estudiar Literatura Hispanoamericana durante cinco años. “Fue un tiempo importantísimo en mi vida. Mirar desde fuera (a tu país) es una de las cosas que más nos enriquecen”, explica. Al regresar, trabajó en el suplemento cultural Isla Abierta, del periódico Hoy. Paralelamente a su profesión de periodista, empezó a publicar poesía, un arte que en la década de los 70 y 80 parecía aún dominado por hombres. 

A pesar de todo, Álvarez nunca sintió discriminación como mujer. “Eso no quiere decir que no exista. Es cierto que grandes creadoras han sido dejadas de lado a lo largo de la historia, pero siempre me sentí muy amada”, asegura.

El peso de ser mujer

En su último poemario, concebido durante la pandemia, fue donde por primera vez sintió el peso de ser mujer. ¿Por qué? “Porque tuve que encerrarme en mi casa, en Santo Domingo, con mi esposo un poco mayor, y tenía que ocuparme yo de todo. Quería leer, escribir... Pero estaba tan cansada que no podía hacerlo. En el libro confieso este sufrimiento de la feminidad”, comenta. 

Después de tanto arder trata principalmente sobre la mujer casada, uno de los temas recurrentes de su obra, aunque esta vez tiene el matiz de la condena de la vida de pareja. “La mujer casada, se levanta todos los días a la misma hora, del mismo lado de la cama. Sin hacer ruido, espanta a los pájaros del sueño -su sed de cielo, su hambre de entrañas- y atados los pasos a la tierra, atraviesa el umbral, del cuadro que la espera…”, dice en uno de los fragmentos.

“La condición de mujer casada tiene que ver con la palabra ‘casa’. La mujer sabe crear belleza a su alrededor. Una casa viva. Los hombres lo ven diferente”, opina. 

Otro de los temas que Álvarez trata en su poesía es apreciar la realidad de República Dominicana desde una mirada distante, que aprendió estando en Cuba.

“Sin embargo, cuando te alejas demasiado, como es el caso del exilio, también puede ser muy triste”, dice.  “No me puedo imaginar viviendo siempre fuera de mi país”, agrega. 

Para la poetisa, que tiene muchos amigos dominicanos exiliados, no hay algo más terrible que tener que dejar “tu espacio, tu cielo… Debe ser terrible porque es convertirte en un extraño, pero al mismo tiempo debe ser enriquecedor. Debe tener sus matices de superación, de querer ser mejor persona”, comenta. 

Y eso lo saben bien en un país de emigrantes como República Dominicana, sea por motivos políticos o económicos, aunque para ella no hay duda que es mucho más duro ser de estos últimos. 

“Los primeros se van con responsabilidad propia, pero cuando te vas en busca de la vida, hay que ser muy valiente. La valentía de los que salen fuera de su país debe ser siempre reconocida. Los emigrantes son personas de más valía que los que nos quedamos. Son los grandes aventureros”, opina. 

Ante Estados Unidos,  hogar de más de dos millones de personas de ascendencia dominicana, solo puede quitarse el sombrero, dice, porque siendo un país de emigrantes uno nunca tiene que renunciar a sí mismo, a sus raíces o culturas. “Siguen siendo mexicanos, hondureños, dominicanos…, a pesar del estigma o el rechazo”, concluye.