María Elvira Bermúdez, la Agatha Christie de la literatura mexicana
Pionera de la novela negra y abogada de profesión, Bermúdez inventó a la primera mujer detective del noir latinoamericano.
¿Quién conoce mejor los peligros que acechan en las calles, la anatomía de un crimen y los oscuros agujeros judiciales que alguien que se enfrenta diariamente a ello?
Como muchos escritores de novela policial, María Elvira Bermúdez, trabajaba en el sistema judicial, en la Corte Suprema de Justicia y como abogada. De hecho, fue la primera mujer en graduarse con este título en la Escuela Libre de Derecho y, aunque amaba la Ciudad de México, sabía de buena tinta de lo que eran capaces sus vecinos.
“No se necesita gran cosa para decir que hay casos de corrupción”, dijo una vez.
Sí, para ella la novela de misterio, un género que siempre fue despreciado por la alta literatura, fue tanto una forma de denuncia como una herramienta para expresar sus ideales políticos, la lucha por los derechos de la mujer, sobre todo al voto, en un momento, los años 50’, en que ellas eran las víctimas silenciosas y ellos los voceros y victimarios.
Si una mujer aparecía en una novela negra, era el frío y violentado trigger de la historia, la desconsolada viuda o la femme fatale que acaba volviendo loco al sabueso varonil que resuelve el caso. Un poco como en las novelas de Chandler, así en la vida.
Pero Bermúdez, estaba escrito, iba a revolucionarlo todo, aunque hoy encontrar muchos de sus libros sea labor de detective. Algo que la diferencia y mucho de esa otra autora policial que junto a la mexicana abrió el camino a la damas del crimen, Agatha Christie.
Cuando María Elvira Bermúdez empezó a publicar sus relatos en revistas de género, en 1940, ya hacía un año que Christie había dado el campanazo con sus Diez Negritos. La literatura de género vivía su apogeo en México en aquel momento y Bermúdez empezó a granjearse el apodo de la “Agatha Christie Mexicana”.
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Ambas tenían algo en común, no sólo atreverse con un género donde sólo destacaban varones, sino introducir como protagonista de sus enigmas y asesinatos a perspicaces mujeres detectives. En el caso de Christie fue Miss Marple; en el de Bermúdez, la mítica Elena Morán, una ama de casa aficionada a las novelas de misterio, esposa de un diputado federal, con un don para resolver crímenes gracias a sus lecturas.
En Detente, sombra (1961), un cuento policíaco íntegramente protagonizado por mujeres -y además profesionales-, Morán debe resolver el asesinato de América Fernández, una escritora que aparece muerta en el departamento de la crítica literaria Georgina Banuet, convirtiéndose en la principal sospechosa e introduciendo a través del móvil del crimen pasional el lesbianismo en la historia.
Un relato llamativo, no sólo porque Bermúdez aborda el género desde el vanguardismo literario, con una prosa nada árida, sino porque a través de sus personajes, mujeres poderosas con cargos políticos, evidencia las victorias del feminismo de la época, ya que por aquel entonces hacía algunos años que las mujeres tenían derecho a voto y se estaban apropiando de espacios que les habían negado. Además de abordar críticamente los prejuicios machistas y la moral de un tiempo en cambio.
Algo que contrasta con su primera novela, Diferentes razones tiene la muerte (1952), donde el móvil para el asesinato es que el personaje, una mujer, era soltera y amante de la fiesta, y eso los hombres no lo soportaban. Una obra protagonizada por el detective más icónico de Bermúdez, y que aparece en gran parte de sus historias tempranas, el periodista también aficionado al noir Armando H. Zozaya. Entre sus páginas, igual que en otros escritos policíacos de la mexicana, también se ponen en jaque los prejuicios de la época.
María Elvira Bermúdez no sólo escribió ficción criminal, también se dedicó a teorizar sobre el género igual que lo hicieron Bioy y Borges en esos mismos años, e incluso publicó ensayo crítico sobre la sociedad mexicana.
Hacia el final de su vida -falleció en 1982-, la escritora fue redescubierta por los jóvenes y quien la conoció cuenta que a menudo abría las puertas de su vieja casona en la colonia Roma para recibir a amigos y lectores, en tanto nuevos crímenes serían perpetrados, en las calles oscuras de Ciudad de México o en la oscuridad aún mayor de las mentes de otras escritoras de género negro.
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