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"(Finnegans Wake) es para leer en dosis homeopáticas, abrirlo por la mitad y leer una página y al tiempo volver y agarrar otra", recomienda Zabaloy.
"(Finnegans Wake) es para leer en dosis homeopáticas, abrirlo por la mitad y leer una página y al tiempo volver y agarrar otra", recomienda Zabaloy.

80 años sin James Joyce: La proeza de traducir “lo intraducible”

En 2016, Marcelo Zabaloy, un informático argentino, hizo la primera traducción al español del laberíntico Finnegans Wake.

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Hoy se cumplen 80 años de la muerte del maestro irlandés James Joyce, que siempre vivió fuera de su Dublín natal y a quien le se reconoce haber sido el padre de una vanguardia literaria que impactó fuertemente a los escritores del boom latinoamericano. 

Obras como la magna Ulises, de la que se dice que Joyce escribió como una broma para sus amigos y en donde el flujo de pensamientos es más bien una catarata que ha provocado que muchos hablan de ella pero pocos hayan terminado de leerla, han pasado a los anales de la literatura por su experimentación. 

Porque Joyce, al contrario que muchos otros autores, veía la escritura como un arte y no como un oficio.

Sin embargo, de entre todos sus libros hay uno que tiene la fama de ser el azote de los traductores más avezados e incluso fue considerado “imposible” de traducir. 

Es Finnegans Wake, un complejísimo libro cargado de trabalenguas, onomatopeyas, palabras inventadas y retruécanos impensables que por medio de una estructura circular nos cuenta la madre de todas las epopeyas y la historia de todas las historias. La de la muerte y el despertar de Tim Finnegan (a él remite el título), que es también el protagonista de una antigua balada celta, y de su esposa Anna Livia Plurabelle, sus hijos Shem y Shaun -escritor y cartero, respectivamente- y a una joven mujer en disputa, Iseut.

A partir de ahí se abre un magma de tramas que no dejan de multiplicarse, como si el lector se convirtiese a su vez en el protagonista del cuento de Borges, El jardín de los senderos que se bifurcan. Todo ello en más de 600 páginas. 

Durante mucho tiempo, los adeptos hispanos de Joyce se reunían en torno a Finnegans Wake en su versión original como si fuese una suerte de códice maya, tratando de desencriptar sus símbolos, como muestra el colosal documental de Dora García The Joycean Society. 

Sin embargo, hubo un hombre que sin ninguna formación como traductor, nada más que su gran voracidad libresca, se embarcó en la enloquecedora empresa de llevar Finnegans al mundo hispanohablante. 

Al argentino Marcelo Zabaloy no le asustan los retos. Trabajó durante toda su vida reparando computadoras y como instalador de redes informáticas, muy lejos del mundo literario excepto por su pasión por la lectura. Hasta que en 2004 su esposa le regaló una versión en inglés del Ulises de Joyce. Tardó un año en leer entero y como no logró comprender el sentido de todas las frases, en lugar de arredrarse, se dijo: ¿Y si lo traduzco para enterarme mejor? 

Zabaloy fue recopilando diccionarios, ensayos, libros de referencia… Hasta que su esposa volvió a hacerle otro regalo, una edición del Ulises en francés cuya traducción fue supervisada por el propio autor. 

Con todas estas herramientas, logró al cabo de los años que la editorial argentina El Cuenco de Plata publicase su versión del Ulises -curiosamente, la primera traducción al español de Ulises la hizo José Salas Subirat, un agente de seguros argentino que había escrito por un par de novelas.

Luego llegó Finnegans Wake.

“Era una tarea para hacerla solo o no hacerla”, dijo Zabaloy a La Voz. El traductor autodidacta tardó siete años (2009-2016) en acometer la tarea de sumergirse en este laberinto donde el lenguaje es también parte del sueño que propone Joyce. 

Sobre todo porque de las 450 palabras que hay en cada página, al menos un centenar parecen conducir a una vía muerta, o tener infinitos significados. 

“Nada en Finnegans Wake es lo que parece, todo tiene doble, triple o múltiple sentido”, añadió el traductor, que logró convertir su versión en un original del original, desencriptando línea a línea y tratando que todas las páginas comenzasen y terminasen con las mismas palabras en inglés y en español. 

“Es la ilusión óptica de una traducción imposible, es imposible de manera literal. Ese es el espíritu de Finnegans Wake. Es un disparate fenomenal, monumental”, sostuvo.

Siguiendo los pasos de Joyce, que nunca añadió ni una nota a este enigmático libro, Zabaloy decidió no incorporar explicaciones para no convertirlo en un ladrillo de miles de páginas y propuso al lector enfrentarse a Finnegans con la mirada de un recién llegado al mundo:

“Es para leer en dosis homeopáticas, abrirlo por la mitad y leer una página y al tiempo volver y agarrar otra. No soporta ni resiste ni es aconsejable una lectura lineal. No hay que largarse a leerlo ni siquiera como el Ulises, porque te frustra de inmediato. Pero si vas picoteando de a poco se encuentran de repente epifanías, oasis luminosos”, recomendó. 

Sin argumento ni una historia que pueda ser relatada, realizando una decena de versiones hasta llegar al texto definitivo, el Finnegans Wake de Zabaloy es casi un nuevo Finnegans en sí mismo -”es como si en tu casa tuvieras un galpón y alguien te trajera una bolsa con cien kilos de rompecabezas”, afirmó a Clarín.

“Y de los cien kilos tienes treinta de un gris que varía de una punta a otra, en cien escalas. Donde el piso, el techo y el mar es lo mismo y hay que poner cada pieza correctamente para que pueda ser armado”.

Un libro-sueño con sus pasajes absurdos y otros claros, que se escapan o se repiten una y otra vez a orillas del mismo río. 

Una colosal aventura que te funde el cerebro.