Ya me tocaba…
La fatalidad como síntoma de decadencia social se revela como una actitud espiritual, una decisión negativa de existencia. El fatalista se siente predestinado…
La fatalidad como síntoma de decadencia social se revela como una actitud espiritual, una decisión negativa de existencia. El fatalista se siente predestinado a una vida determinada, contra la cual nada puede hacer. "Estoy salado." Se disculpa ante sí mismo de todos los fracasos en su vida, no sólo en la vida profesional, sino en la vida toda. Se siente como una especie de chivo expiatorio al que se cargan todas las culpas de una vida frustrada. Los propios errores se presentan como otras tantas consecuencias fatales del destino: "Ya me tocaba." "Si no fuera por esto o aquello…"
La vida del fatalista justifica a sus ojos el vivirla como algo transitorio, sin compromiso. Se presenta tan desvalido al mundo que nadie le puede exigir nada. Él, por su parte, nada exige de sí mismo. Piensa que la fatalidad lo descarga de responsabilidad ante los demás. Sus fracasos –en cualquier campo de la existencia en que se den– son atribuibles a este destino.
Para el fatalista la vida no tiene sentido: ha perdido su estructura interior, y esto se manifiesta en decadencia orgánica. La psiquiatría conoce el típico descenso psicofísico bajo la forma de los signos de vejez prematura que se presentan rápidamente en las personas jubiladas. Inclusive en el reino animal se dan casos análogos: los animales amaestrados para el circo a quienes asignan determinadas tareas o 'misiones' alcanzan por término medio una vida más larga que otros ejemplares de la misma especie recluidos en parques zoológicos a quienes no les ha sido asignada ninguna tarea.
Por temor a enfrentarse con su destino o con algo que implique un esfuerzo o un compromiso, el fatalista tiende a enterrar su cabeza en la arena cuando se trata de una autoexploración. "Ya me tocaba." Así, inconscientemente, aplasta sus mejores posibilidades, congela sus emociones, y descuida el más grande de todos los descubrimientos: el de sí mismo. "Cuando te toca, aunque te quites, y cuando no te toca, aunque te pongas".
El fatalista puede aprender a actuar de otro modo: puede optar por no entregarse a las fuerzas del destino social y decidirse a luchar contra ellas. Puede decidirse a rasgar el velo gris que lo cubre y cambiar aquellos factores que tapan la luz solar de la verdadera realización de su mente y de su vida. Puede encontrar el camino hacia la libertad interior y llegar a responsabilizarse de su propio destino.
Hay muchas personas obligadas por las circunstancias a vivir en las mismas condiciones desfavorables que él y que, sin embargo, saben mantenerse sanos, sin caer en la apatía ni en la depresión. Conservan su optimismo y su espíritu de lucha. Estas personas han sabido encontrar alternativas en las situaciones mismas en que otros ven sólo oscuridad. Supieron convertir las dificultades en posibilidades porque el sentido que le dan a sus vidas va más allá de las situaciones concretas y transitorias. Son capaces de dar plenitud a su existencia aún en la adversidad porque colocados en situaciones límite han decidido mantenerse interiormente erguidos, a pesar de todo, y tienen, en la lucha contra las circunstancias mejores perspectivas de triunfar.
El ritmo de la vida moderna exige una vigilancia constante en la búsqueda de alternativas. La sociedad creativa se funda en algo más que en el tener. El espíritu del ser humano, su capacidad singular para superar las limitaciones materiales reside en la esencia misma de ser persona. El sentido de fe en el valor de la vida ayuda a contemplar la posibilidad de un futuro sin límites; la visión de un mundo que cambia y crece puede ser sumamente emocionante: depende del espíritu humano, iluminado por la fe. La fe se inicia con el afán profundo de abrir nuestra mente y nuestro corazón a las mil posibilidades que el mundo nos ofrece, si sabemos observar con atención.
La principal diferencia entre optimismo y pesimismo está en la mente. El pesimista solo recuerda los fracasos del ayer, mientras el optimista ya tiene gravado en la memoria un futuro lleno de esperanza. El valor de imaginar lo diferente es su mayor recurso.
Charles Dickens, prestigiado escritor, decía: "Reflexiona sobre tus bendiciones presentes, de las que todas las personas tienen muchas, y no sobre tus desdichas pasadas, de las cuales todos los humanos tienen algunas". Doña Epifania amonestaba: "No llores cuando pierdas el sol, porque las lágrimas no te dejarán ver las estrellas."
Tanto el célebre escritor como la señora de las tortillas eran personas muy sabias.
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