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Violencia Doméstica: En Privado

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Los crímenes más horrendos tienen lugar en privado. La
'violencia privada' es la crueldad que se ejercita sobre los seres más
cercanos, más vulnerables, menos capacitados o dispuestos a defenderse de los
atacantes: la pesadilla de horror que vive la gente bajo el mismo techo,
aquella que se ha profesado amor mutuo y que viola las relaciones humanas más
íntimas.

La violencia privada es diferente a la violencia pública,
y también sus motivos. Los motivos de la violencia pública: injusticia,
rebeldía, avaricia, odio, venganza, no son los mismos motivos de quienes abusan
de los niños, y golpean y violan a sus mujeres. ¿Cómo explicar actos de
brutalidad tan personales y, por lo mismo, tan inquietantes?

Se cree que sólo una de cada diez violaciones dentro del
hogar es reportada a la policía. 
Pero puede ser una de cada 25; tal vez 100; ¿o quizá un millar?  ¿Quién puede saberlo?  Se desconoce el número exacto de
víctimas. Son crímenes que se cometen en privado. La violencia privada es un
asunto de vergüenza, gritos silenciosos, lágrimas no vertidas. Estos crímenes,
por su extraña naturaleza, producen en sus víctimas más humillación que cólera.

Históricamente, el ser golpeada o violada por el marido
era terriblemente difícil de soportar, pero era aún más terrible el que "la
gente lo supiera". Las víctimas callaban. Lo mismo sucedía con el incesto y,
particularmente, en la crianza de los niños. No importaban los métodos de
extrema crueldad con que se les "educara": golpes y azotes pertenecían al
ámbito de "lo privado".

 Hoy los
secretos sucios ya no se guardan dentro de las paredes de las casas. Las
víctimas de la violencia privada se atreven a hablar: saben que la sociedad
empieza a tener oídos sensibles a su terrible desventura. Aún así, violencia
familiar, violación e incesto, son temas bastante incómodos: preferible no
mencionarlos. Pero lo indecible debe decirse, por ignominioso que sea. Mientras
estos actos permanezcan ocultos, conservarán su increíble poder letal.

Despacio, muy despacito, han surgido centros para atender
a las víctimas de violación, y albergues para niños y mujeres maltratados. El
mundo recién ha tomado consciencia de la tremenda depravación que se oculta
tras las paredes pintadas de blanco de muchos de los hogares, en todos los
países de la Tierra.

Hace cuatro mil años, el Código de Hamurabi dejó gravado
en piedra el status inferior que la cultura de la época asignaba a la
mujer.  Cuando una mujer era
violada, sufría la misma suerte que su atacante: ambos eran amarrados y
ahogados en el río. "Si fue violada es porque ella se lo buscó." A través de
los milenios, las leyes continuaron presuponiendo que las víctimas de violación
en cierta forma eran culpables. La mujer violada debía probar con heridas
físicas que había tratado de resistir el ataque. El trauma psicológico no era
suficiente. Hasta nuestros días, los abogados defensores de violadores gustan
repetir la celebrada frase de Balzac: "No se puede ensartar una aguja a menos
que la aguja permanezca quieta". (Consentimiento imputable...) Poco importa que
la víctima haya tenido un puñal al cuello.

No hay lugar más violento que el hogar. Más de la mitad de
las violaciones y crímenes pasionales ocurren bajo su techo. Mujeres, niñas,
niños y jóvenes son sexualmente atacados en privado por parientes o amigos de
la familia, tanto en la más modesta choza, como en el más ostentoso palacete. Lo
peor de la violencia familiar es que se reproduce geométricamente, como planta
ponzoñosa que lanzara esporas por doquier. El marido golpea a la esposa.  Ella maltrata a los hijos. Los hijos se
tornan violentos y se ensañan con los hermanos pequeños.  Estos dan de patadas al perro y al
gato. Cuando los hijos crecen se convierten en golpeadores y violadores.  Y el círculo se multiplica hasta el
infinito.  Las familias violentas
generan sociedades violentas.

Mientras cómicos y caricaturistas arrancan sonoras
carcajadas con el tema de la violencia familiar, airados reformadores y
reformadoras sociales con sus incendiarios discursos provocan el deseo de
castrar a los violadores. El problema de la violencia familiar no es motivo de
risa ni de odio. Es un problema social que debe solucionarse. Con la
cabeza.                          (Continuará).