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“Estoy donde tengo que estar”

La experiencia de una voluntaria en una residencia de ancianos con Covid-19.

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Beatriz es ejecutiva en Madrid, epicentro de la pandemia por coronavirus, y tiene dos hijos adolescentes. Hace un par de semanas un amigo la convenció para cooperar en la residencia de ancianos para la que trabajaba. Las monjas no daban abasto, había 40 ancianos y la primera en enfermar fue una de las religiosas que se ocupaba del geriátrico. Necesitaban ayuda urgente y Beatriz aceptó. 

 

Hoy he dado la extremaunción a una mujer. Llevo de voluntaria en esta residencia de ancianos de Madrid, en la zona cero del Covid-19 en España, un par de semanas y sé que es donde tengo que estar. 

La doctora, que, por cierto, se mudó a la residencia desde otra ciudad viendo la tremenda situación en que se encuentran las abuelitas, nos dijo que Flora se iba a morir. Así que fuimos Sor Leonor y yo, rezamos bajito porque aún tenía oído, y la monja se quitó la máscara y le tocó la cara solo para que Flora se fuese con la sensación del tacto de otro ser humano. 

Creo que ni en una vida da tiempo a vivir lo que estoy experimentando, lo que te cambia esto. Me viene a la cabeza una frase de Doris Lessing que explica muy bien lo que sentí el primer día al salir de la residencia: “Se tienen menos necesidades cuanto más se sienten las ajenas”. 

Ese día llegué a casa a las 15h después de más de siete horas trabajando a destajo y de madrugada, aún desvelada, estaba dándole las gracias por Whatsapp a la persona que me consideró ‘apta’ para poder ayudar. 

Bueno, no creo en las casualidades. Desde los 15 años mi hermana y yo fuimos obligadas por mi madre a colaborar en una residencia de ancianos abandonados los domingos por la tarde. Eso me hizo respetar las canas y haber tenido el privilegio de escuchar historias personales que han sido verdaderas perlas de sabiduría en mi vida. Me hizo estar obsesionada durante años con tener casa propia tan pronto fuese posible para no verme así. Esta semana me ha servido para tener ‘más puntos’ que el resto de aspirantes a poder ayudar. Lo que me lleva a hablar de responsabilidad. Responsabilidad en dos líneas.

Una de ellas es social. Los adultos entre 30 y 55 años tenemos que la obligación en este momento de dar un paso al frente y tomar las riendas. Tenemos la formación, la experiencia y la fuerza necesaria para asumir el liderazgo ahora, tomando el relevo activo de la generación anterior, que desgraciadamente, está siendo carne de cañón en esta pandemia.

La segunda es con la generación siguiente. Preocuparnos menos de sus clases de piano o de alemán o baloncesto y formarlos en valores. En el respeto a débiles. En el sentido de responsabilidad. En el altruismo. En la empatía.

Podría contar la sensación de un no sanitario al ponerse un EPI -equipo de protección individual- sin saber lo que te vas a encontrar al salir del ascensor. Que se te empañe la pantalla protectora del calor y no ver nada. La ternura y el respeto al sentir sus manos a través del doble guante. Renegar de mis estudios de Economía y querer haber sido enfermera. Recordar a mi madre fallecida y desear haber sido tan amable como estoy intentándolo ser con estas señoras. Llamar a sus familiares y ser testigo de sus conversaciones.

Nunca hay que desaprovechar una crisis. Y esta nos está brindando una única en la vida.