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Un nuevo santo padre, y el legado de un nombre

Francisco es el nombre de varios santos extraordinarios. Francisco Javier, cofundador de los jesuitas, es uno de los más grandes misioneros de la historia…

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Francisco es el nombre de varios santos extraordinarios. Francisco Javier, cofundador de los jesuitas, es uno de los más grandes misioneros de la historia. Francisco de Borja, miembro de uno de las más famosas (e infames) familias del Renacimiento, se apartó de la riqueza y el privilegio, se unió a la Compañía de Jesús y llegó a ser su superior general. Y Francisco de Sales, el escritor místico, ascético y gran obispo, fundó una orden religiosa de mujeres con santa Juana de Chantal. También trabajó en estrecha colaboración con los franciscanos capuchinos para predicar en su diócesis una fe católica renovada a raíz de la Reforma

Pero el Francisco que la mayoría de las personas recuerda cuando escuchan su nombre, incluyendo a muchos que no son cristianos o creyentes, es el Poverello, «el pobre» -san Francisco de Asís. Éste es el santo cuyo nombre nuestro nuevo Santo Padre, el papa Francisco, ha escogido. Así que es bueno saber un poco acerca de él

San Francisco dijo una vez que «los santos llevaban una vida de virtud heroica, [pero] nos conformamos con hablar de ellas». Francisco mismo no se conformaba con las palabras piadosas; quería actuar sobre las cosas que él creía. Él llamó a sus hermanos a vivir el Evangelio con sencillez y honestidad. Y es por eso que él usó las palabras sine glossa - «sin brillo» - en su Testamento. Vio que el Evangelio no era complicado, pero era exigente y difícil. Los académicos y abogados de la Iglesia de su época en el siglo 13 habían escrito comentarios llamados glosas. Y estas glosas eran muy buenas para explicar las partes fuertes del Evangelio, o para disminuir nuestra necesidad de seguir las demandas de Cristo. Francisco no quería nada de eso. Era un radical en el sentido más verdadero. Él quería experimentar el discipulado en su raíz.  

Francisco vivió en un tiempo tan difícil como el nuestro. Fue una época de cristianos matando cristianos, musulmanes y cristianos matándose unos a otros, de guerras entre ciudades y estados, y de corrupción, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Los puntos de vista de la sociedad y la Iglesia fueron cambiando. El sistema feudal se estaba desmoronando. Durante gran parte de su vida, Francisco estuvo perdido en la confusión. Pero en su experiencia de fe y de oración, él llegó a algunos entendimientos básicos que le dieron una libertad interna muy poderosa. Y esto le permitió vivir el Evangelio con sencillez y claridad, de tal manera que no sólo fue él mismo convertido, sino que también llegó a ser el líder de un movimiento de conversión en la Iglesia y en la sociedad en general.  

Hoy la Iglesia parece estar en un deterioro similar. Tenemos todo tipo de facciones luchando entre sí, entre sacerdotes, entre obispos, y sin duda entre nuestros laicos. Estamos humillados y sacudidos por la conducta sexual criminal de algunos de nuestros sacerdotes. Y esto ha llevado, incluso a algunos que son muy fieles a la Iglesia, a la falta de confianza en nuestros obispos en la Iglesia y en su futuro, e incluso a veces a una falta de confianza en Jesucristo. Nos preguntamos si el Evangelio es realmente cierto o si la Iglesia no es más que otro fraude. 

Francisco experimentó muchos de los mismos sentimientos, y se enfrentó a muchas de las mismas preguntas. Y sin embargo, una parte muy clara de su espiritualidad era su amor por la Iglesia, su obediencia a sus pastores, su renuencia a ser crítico de la Iglesia. En lugar de destruirla a causa de los pecados de sus líderes, Francisco eligió amar la Iglesia y servirle -y por ese amor y por su vida sencilla del Evangelio sin compromisos, él se convirtió en el medio que Dios usó para la renovación de toda una época de fe

Cuando Dios le habló a Francisco de la cruz de San Damián -«Repara mi casa, que está en ruinas»- Francisco lo escuchó literalmente. Pensó que tenía que reparar la capilla de San Damián cerca de Asís. Pero, por supuesto, la llamada real era para reparar la Iglesia más grande con una revolución interior, con el testimonio personal de un vivir el Evangelio pura y básicamente. 

La tradición franciscana nos dice que muchas veces en su vida, Francisco se reuniría con su comunidad, y este hombre que fue uno de los más grandes santos de la historia les diría: «Hermanos, hasta ahora no hemos hecho nada. Comencemos». Y creo que a pesar de que hemos logrado muchas cosas maravillosas en la Iglesia de Filadelfia y en todo Estados Unidos, si queremos ser lo que Dios nos llama a ser en los años que quedan por delante, tenemos que ser como san Francisco  

Francisco no fue el único reformador de la Iglesia de su tiempo. Muchos de otros hombres y mujeres vieron los problemas de la Iglesia y trataron de hacer algo al respecto. Francisco no era ni siquiera el más inteligente o el más talentoso – pero casi ciertamente era el más fiel, el más honesto, el más humilde, el más inquebrantable en su misión, y el más celoso en su amor por Jesucristo. Y yo diría que estas marcas de auténtica renovación de la Iglesia no han cambiado realmente nada en 800 años

A lo largo de mi vida, a menudo recurro a la Oración de San Francisco ante el Crucifijo. Dice así:

Sumo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento. 

Siempre es más fácil hablar de reforma cuando el objetivo de la reforma está «allá afuera», en lugar de aquí. La Iglesia tiene necesidad de reforma. Ella siempre necesita reforma, lo que significa que necesita eruditos y laicos comprometidos a ayudar a guiarla, y pastores que saben cómo dirigir con humildad, valor y amor. Pero lo que ella necesita más que nada es santidad -santos sacerdotes y gente santa que aman a Jesucristo y aman su Iglesia más de lo que aman sus propias ideas. 

Hoy, al igual que hace 800 años, las estructuras de la Iglesia son mucho más fácil de manejar que un corazón obstinado, o un espacio vacío donde nuestra fe debe estar. Reformar la Iglesia, renovar la Iglesia, comienza con nuestro propio arrepentimiento, nuestra propia humildad y voluntad de servir -y ese es el trabajo realmente duro, y es por eso que a veces tan poco de él parece que se logra. Pero como nuestro nuevo Santo Padre entiende tan bien, se puede lograr. Francisco nos mostró cómo. Ahora nos toca a nosotros hacer algo al respecto.