Un Empresario Improbable | OP-ED
El dinero no es importante, excepto cuando es la inesperada validación de tu esfuerzo por parte de extraños. Esta fue la manera como 25 dólares hicieron…
En el verano de 1991 yo estaba listo para empezar un negocio, equipado de un computador, una impresora láser y un “light box” hecho en casa. Y con un título universitario, colgando en la pared, de Maestría en Periodismo de la Universidad de Iowa, una de las mejores escuelas en el país que, sin embargo, hasta ese momento había sido perfectamente inútil para levantarme un trabajo en alguna parte en mi profesión.
Pero no podía quejarme: Tenía toda la tecnología necesaria, quizá todo el conocimiento que hacía falta para producir un periódico, y también la poderosa motivación que pueden al final darte las personas que cierran la puerta en tu cara al rechazarte por empleos.
Vine rápido al centro de la ciudad y en el City Hall de Filadelfia descubrí como obtener una licencia de negocios y eventualmente averigüé cómo crear, en 1994, una corporación en Pensilvania que llamaríamos “AL DIA Newspaper Inc.”
Lo único que se necesitaba para finalmente empezar la empresa era, no sorpresivamente, dinero. El bendito dinero.
Lo único que se necesitaba para finalmente empezar la empresa era, no sorpresivamente, dinero. El bendito dinero.
No estoy hablando del dinero de inversionistas, o de préstamos de los bancos, o de los ahorros personales —para entonces ya exhaustos—, sino del dinero inmediatamente necesario para imprimir la primera edición de AL DÍA, que ya habíamos averiguado costaría 375 dólares por mil copias.
Nadie para entonces ganaba un centavo en salarios de la corporación “AL DIA Newspaper Inc.” y tampoco teníamos que pagar renta, pues este era un negocio basado en la sala de mi casa.
El único gasto de la corporación era esa primera factura que Don Reed me dio con una sonrisa y con la aclaración de que debía pagarse anticipadamente.
“Park Printing,” la imprenta propiedad de la familia Reed que todavía continúa imprimiendo el papel membretado y los sobres de AL DÍA, era entonces una pequeña imprenta en la calle 2, entre la avenida Rising Sun y la calle Erie, en el norte de Filadelfia, donde la primera edición de AL DÍA finalmente nació.
Tanto me fascinaba ese olor a tinta fresca que con gran entusiasmo levanté el bebé de tan solo 8 páginas en mis manos, y lo besé como dándole la vida, incrédulo todavía de que la palabras que había escrito y las fotografías que había tomado se hubiesen convertido en esta criatura, la primera edición de AL DÍA, ahora ya libre para volar por su cuenta.
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Inmediatamente conduje mi vehículo a todas los negocios que conocía en mi vecindario para llevarles la noticia. Tan orgulloso como estaba de volverme el gestor de esta criatura, pero ingenuo todavía respecto al hecho de que otros 375 dólares se requerirían para imprimir la edición número 2 de esta publicación en blanco y negro, tamaño carta y de frecuencia mensual.
Eduardo Marin, el propietario de “La Manzana,” una panadería cerca de la calle 2 y la avenida Duncannon, me dio sin él saberlo el impulso que necesitaba.
Cuando me vio, me llevó a sus oficinas, me preguntó cómo me iba y, sin más demoras, me propuso comprar un anuncio, el primero que mi publicación vendería.
“¿Cuánto cuesta”, me dijo.
Yo no tenía ni la menor idea, créanme. Nunca había vendido un aviso en mi vida.
“¿Quizá 25?”, me atreví a contestarle, temiendo que me rechazara.
Muy al contrario, Eduardo sacó su cartera, extrajo el fajo de billetes que tenía allí y contó, uno por uno, 25 billetes de 1 dólar que no solo pagó por ese primer aviso.
Aún más importante, esos $25 de Eduardo también me dieron la confianza que necesitaba para enfrentar el segundo round como improbable empresario de medios.
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