Tragedias ¿Juicios divinos o mezquinos?
Los gritos más profundos, las heridas más hondas, son exhalaciones inmundas de parajes desolados. Lo que no desgarramos nosotros, lo rompe el planeta…
No termina el conflicto en África del
Norte y Medio Oriente y empieza un drama horroroso en Asia, en Japón. Parecería que al mundo calcinado, le
tiraran más combustible. El grito
más espantoso, viene del frio silencio que la muerte impone.
Los ojos de millones fijos en el
desenlace que no llega, en el empeoramiento de las condiciones, se ahuecan de
esperanzas, se paralizan. Están
aquellos, que en medio de la tragedia, aún con la evidencia restregada en el
rostro, se rehúsan a actuar en consecuencia. Están las víctimas del pánico. Están los abanderados de un optimismo supersticioso. Y lo peor desde mi punto de vista: la aberrante superioridad moral
de los que juzgan estas heridas como castigos divinos: como si Dios fuera un calco de las más
miserables estrecheces mentales de los hombres y sus egoísmos monstruosos. Se imaginan un dios como ellos, hecho
de deslealtades y venganzas.
Es llover sobre mojado, deslindar
responsabilidades porque claro: si
es castigo divino, entonces no hay que ayudar a nadie, no hay que sacrificar el
nicho cómodo de nuestras pobres y limitadas esferas, las que creemos
invulnerables. ¿Hasta cuándo?
Me irrita hondamente esa actitud vaga e
indolente. Son evidentes,
evidentes más allá de todo argumento, las señales de que nos enfrentamos a un
umbral histórico. Esto nos impone
una responsabilidad. Somos un
punto en el universo, ¡qué irónico el conflicto descomunal en un punto mínimo! ¡qué irónica nuestra prepotencia! A estas alturas tenemos que
extendernos, ceder espacios.
Sonará poético pero hay quienes lo asumen como un asunto de integridad,
no de heroísmo. ¿A qué me refiero? Un acto de extraordinaria bondad humana
nos maravilla pero vale más, sin desmerecer nunca lo primero, el vivir
ensanchándose; no el morir por una
causa solamente, sí vivir para ella.
Es corta nuestra existencia. Abruptamente puede ser
interrumpida. ¿Qué hacemos con la
poca vida que tenemos? ¿La
convertimos en un templo para la gratificación inmediata, para la elusión de la realidad? Pero no. Hay muchos, carne de la nuestra, cuya lucha
no es para la supervivencia individual,
que creen que hay algo más grande que ellos, de lo que son meramente
parte, pero no por eso parte menos comprometida. Los que miran hacia arriba reconociendo que tenemos mucho
más que aprender, no se diga, que entender.
Los refugiados de nuestro mundo abatido,
necesitan espacio. Espacio en
nuestras leyes, en nuestros campos internos y externos. Necesitan albergue y necesitan venir
con respeto por las fronteras de los que se las abren. Pero esto es todo muy fácil de decir. Como una construcción magistral está
hecha de muchos bloques, tenemos que aportar nuestro trabajo y el fundamento de
éste: mirar más allá.
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