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Trabajo real en vida de mentiras

Llámelos como quiera –ilegales, indocumentados, criminales, alienígenas- estos inmigrantes puede que lleven una vida empapelada con mentiras, sea con papeles…

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No hay
un gramo de novedad en la confesión pública hecha por el periodista filipino
José Antonio Vargas quien logró el éxito en los principales medios noticiosos estadounidenses,
se ganó un premio Pulitzer y logró escribir para el Washington Post, The New
Yorker, y The New York Times.

Sus
apuros son la diaria y tormentosa prueba que viven millones de inmigrantes,
trabajando arduamente, algunos con algún éxito, incluso educados en
universidades, pero carentes de una sola cosa: estatus legal.

Enredados
en la telaraña de documentos falsos, números de seguridad social ficticios,
falsos matrimonios, falsos nombres y falsas historias, complican aún más su
aprieto original de falta de estatus. 
Pero la ilusión obsesiva en un evasivo sueño americano acalla los
temores, dando más manivela a una economía impulsada a punta de esperanzados
inmigrantes convertidos en apostadores compulsivos.

Estar y
trabajar en Estados Unidos no es en sí ilegal o criminal.  Lo que explica cómo es qué continuamos
beneficiándonos ampliamente de la mano de obra barata de millones y de su
sumisión –rayano en lo servil- en tanto que la telaraña de mentiras y el miedo
a ser deportados los hace por siempre vulnerables.

No
existe cola y no hay puerta de entrada para el grueso de trabajadores
inmigrantes que Estados Unidos sigue atrayendo dentro de sus fronteras.

Las
supuestas vías legales a la inmigración a Estados Unidos son un espejismo. Astuto
espejismo que va desde minúsculas cuotas que son una burla, hasta lo descarado,
una lotería que atrae a millones de crédulos con la tentación a ser premiados
con una "green card".

El
periodista que disfrutó de un breve estrellato no pudo aguantar más el peso del
engaño, su talento era real, su estatus legal no.

Lo
contrario fue igualmente cierto con el célebre neurocirujano estadounidense ex
trabajador "ilegal" del campo, el doctor Alfredo Quiñones-Hinojosa
suficientemente afortunado para hoy gozar de ciudadanía.

Este
último encontró un resquicio para obtener residencia y luego ciudadanía; el
otro se remontó muy lejos en la fama pero sin estatus.

Obtener
estatus no es estrictamente cuestión de méritos y buen carácter moral, basta
dar una mirada a los récord que documentan cómo nosotros en Estados Unidos
prontamente hemos albergado a criminales nazis, brutales dictadores, y
corruptos banqueros.

Millones
de desafortunados inmigrantes luego de trabajar arduamente experimentarán la
epifanía de que el premio de la residencia legal o la ciudadanía en realidad
nunca existió.