Ser más listos en la frontera
Recientemente, después de que critiqué a cierta gente de derecha, de mentalidad cerrada, que quiere fronteras cerradas, un lector preguntó:
“¿Usted está a favor de las fronteras abiertas y de la eliminación de la Patrulla Fronteriza? Si no lo está, por favor diga a sus lectores qué nivel de seguridad aprueba. Haga el favor de ser totalmente honesto con sus lectores.”
Muy bien. Permítanme ser honesto.
Recientemente, después de que critiqué a cierta gente de derecha, de mentalidad cerrada, que quiere fronteras cerradas, un lector preguntó:
“¿Usted está a favor de las fronteras abiertas y de la eliminación de la Patrulla Fronteriza? Si no lo está, por favor diga a sus lectores qué nivel de seguridad aprueba. Haga el favor de ser totalmente honesto con sus lectores.”
Muy bien. Permítanme ser honesto.
Utilicé la frase “mentalidades cerradas” y “fronteras cerradas” deliberadamente. La mente de un individuo debe estar por lo menos parcialmente cerrada, si adopta el pensamiento simplista de que se puede sellar la frontera mexicano-americana --que tiene casi 2.000 millas de extensión-- echando sólo unos dólares más de las contribuciones fiscales al problema.
A propósito, la frontera mexicano-americana es la única que importa a la derecha; el límite más extenso entre Estados Unidos y Canadá no le causa ninguna inquietud. Probablemente eso no cambie, incluso después de la tragedia de la semana pasada en Ottawa, donde Michael Zehaf-Bibeau, un canadiense de 32 años convertido al Islam, mató a una soldado en el monumento canadiense en memoria de la guerra, antes de irrumpir en el Parlamento, donde un alguacil le disparó, matándolo.
¿Qué hubiera pasado si este incidente hubiera ocurrido en la Ciudad de México? Imaginen la reacción de los miembros republicanos del Congreso que, durante varias semanas, han alegado irresponsablemente, sin pruebas, que los militantes del Estado Islámico han cruzado la frontera mexicano-americana. Se pondrían como locos. Es el prejuicio norteamericano, donde la gente a la que la mayoría de los estadounidenses teme parece ser la de cutis más oscuro.
Hablando de prejuicios, muchos conservadores se resisten con vehemencia a la idea de arreglar un problema con dinero, cuando se trata de gastar en la educación, en la asistencia médica o en el desarrollo de los barrios urbanos deprimidos, pero abrazan la táctica con entusiasmo cuando se trata de la frontera. De pronto, el dinero resuelve todo.
¿Y cómo está funcionando eso? Todos los años, los estadounidenses gastamos más de 60.000 millones de dólares en el presupuesto para el Departamento de Seguridad. Y el verano pasado, un montón de niños refugiados de América Central hizo que la maquinaria de la inmigración se detuviera en seco.
De hecho, echar dinero en la frontera a veces es contraproducente. Cuando construimos paredes y cercas, creemos estar impidiendo la entrada de los inmigrantes, pero estamos asegurando terminar con más de ellos. Los enjaulamos de este lado de la frontera cuando dificultamos el retorno a su país, porque temen no poder volver a entrar--al menos sin pagar una fortuna a los coyotes.
Según lo que agentes y supervisores de la Patrulla Fronteriza me han comunicado, los coyotes del otro lado de la frontera dan a los futuros migrantes un menú de opciones para cruzarla. Lo que uno paga está determinado por el lugar donde una quiera entrar, cuán pronto quiere uno hacer el viaje y si uno prefiere ir por tierra, mar o túnel. Una vez que uno selecciona eso, el contrabandista le da un precio. Pero el precio final está determinado por la dificultad del viaje y el riesgo que implique. Cuando los estadounidenses construimos paredes y cercas más altas, o aumentamos el número de agentes de la Patrulla Fronteriza, incrementamos el riesgo--y los contrabandistas responden aumentando las tarifas.
Hace quince años, un migrante que no fuera quisquilloso sobre cómo hacer el cruce podía hacer el viaje por 500 dólares. Hoy en día, la tarifa promedio para un cruce rápido está más cerca de los 5.000 dólares. Si los estadounidenses gastamos otros 500 millones de dólares para construir más cercas y contratar a más agentes, los traficantes humanos probablemente elevarán las tarifas otros 1.000 dólares por migrante. Así pues, cada vez que disparamos una nueva ronda a nuestro adversario, le ponemos más dinero en su bolsillo, lo que lo hace más fuerte. Es contraproducente.
He aquí lo que yo apoyo. Y no se trata de fronteras abiertas ni de eliminar la patrulla fronteriza. Como cualquier país, Estados Unidos tiene el derecho y la responsabilidad de asegurar sus fronteras --las dos-- para mantener a su pueblo seguro. Pero eso no se logra duplicando el tamaño de la Patrulla Fronteriza de unos 20.000 agentes a más de 40.000 --como sugiere la propuesta de ley del Senado. Se hace lo que los expertos --los agentes que forman las filas de la patrulla fronteriza-- indican. No quieren más agentes. Lo que necesitan son mejores caminos, aparatos para detectar túneles y el último equipo de vigilancia computarizado para seguir las huellas de los que intentan cruzar la frontera a millas de distancia y enviar agentes para detenerlos.
Estoy totalmente a favor de ser más estrictos en la frontera. Pero ¿podemos ser también más listos?
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