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Semana Santa y el camino hacia la Pascua

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Un amigo una vez describió la vida espiritual de esta manera: cada uno de nosotros es un niño con un instinto de belleza, y Dios, que es la Belleza detrás de toda belleza, es la presencia oculta que naturalmente buscamos tocar. Pasamos nuestras vidas tratando de alcanzar esa belleza. Pero la creación es tan inmensa, y nosotros somos tan pequeñísimos, que podemos lograr muy poco ─hasta que Dios se agacha y nos proporciona un banquillo para que nos subamos, de modo que podamos llegar a tocar su rostro.

Las patas de ese banquillo son la fe, la esperanza y la caridad, las tres grandes «virtudes teologales»; y yo le pido a Dios todos los días que nos llene de ellas en los días de Semana Santa y en todo el tiempo de Pascua. 

La fe da sentido. Los seres humanos fueron creados para un propósito; solamente la fe lo proporciona y sin ella el alma morirá. La fe no es simplemente doctrinas, aunque éstas son esenciales; la fe no es sentimiento, o conocimiento o ley, aunque todos estos juegan un papel vital en nuestra vida de fe. La fe es la certeza de que Dios existe y nos ama, porque él se ha revelado de manera que no deja mucho espacio para el desacuerdo: su presencia palpable en nuestras vidas

Por supuesto la ironía, como C.S. Lewis escribió una vez, es que lo más difícil de creer es algo que hemos acabado de predicar o defender a otro. Antes de ascender al Padre, Jesús dijo a sus discípulos que predicaran y enseñaran la Buena Nueva; ese mandato nos incluye. Pero la verdad que se da a otra persona puede dejar un vacío en nuestros propios corazones. La única forma de llenar ese vacío es volver a Dios y pedirle de nuevo su presencia. Esta es una razón importante por la cual oramos. 

La esperanza da alegría. Cada cristiano descubre pronto que sus propias habilidades son muy pobres, y sus pecados muy tercos, para ser la clase de discípulo que el mundo necesita a menos que el milagro de la Pascua sea cierto y que el Jesús resucitado, una vez muerto, pero ahora vivo de nuevo, sea real y presente en nuestras vidas. La esperanza se enraíza en la fe y florece en la alegría. Al final del día, no hay santos infelices. La Pascua es la gran fiesta de la esperanza, y en los siglos desde la tumba vacía, todos estamos viviendo cada día en la mañana de la Resurrección. Somos parte de un triunfo sin fin de la vida; un mensaje que se establece, en este mundo, contra una cultura de muerte. La tarea de cada creyente por lo tanto es ser un testimonio de la Resurrección y un agente de esperanza.

Finalmente, el amor da vida. El amor de Cristo en la cruz del Viernes Santo dio vida al mundo en la Pascua. Todo amor es fructífero. La vida de cada persona animada por el amor es fértil y crea nueva vida según su propia vocación; algunos en la carne, algunos en el espíritu, pero nueva vida indudablemente. Cuanto más amamos, más nos convertimos en las manos de Dios, esculpiendo la nueva belleza de una creación redimida. El amor nos lleva a Dios mismo. Y de nuestros corazones, el amor llama a dos otras virtudes que brotan de él: la humildad, que nos permite olvidarnos de nosotros mismos y apreciar la dignidad de los demás; y el valor, que nos permite vivir y decir la verdad, no como un arma, sino como un don. No es suficiente decir la verdad. Necesitamos, como Pablo escribió, decir la verdad en amor.

Este año durante la Semana Santa, recordemos que la vida espiritual de cada cristiano debe ser animada por las palabras que Jesús compartió con sus apóstoles en la noche que fue traicionado: «Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 15:12). El sufrimiento y la muerte de Cristo el Viernes Santo dieron sus frutos en nuestra salvación. Cuando buscamos amar con la intensidad de Cristo—como lo hicieron los apóstoles; como cada discípulo es llamado a hacer—la luz de la Resurrección de Cristo entrará en nuestras familias y comenzará a transformar todas las vidas que toquemos.

Tal amor cambió el mundo una vez; puede hacerlo otra vez. Que Dios nos conceda a todos un tiempo bendito de Semana Santa y Pascua—y la fe y la esperanza, el amor, la humildad y la valentía, para vivir la Pascua cada día del año.