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Santos le acaba de dar otro mártir a las FARC

Al matar a Cano Santos no solo  silenció una negociación que, a todas luces, muy difícilmente podrá reactivarse.

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¿Está el gobierno colombiano, encabezado por el presidente Juan Manuel Santos, perdiendo la más antigua guerra contra una guerrilla en América Latina, al mismo tiempo que anuncia constantemente nuevas batallas ganadas?

"Cayó el número uno de las FARC", anunció Santos la semana pasada después de que el cuerpo del comandante guerrillero 'Alfonso Cano' fuera identificado, casi repitiéndose a sí mismo cuando, hablando con júbilo el año pasado en Nueva York, informó que el entonces número uno de las FARC, el 'Mono Jojoy', también había sido dado de baja en su cueva en medio de la selva.

Uno podría suponer que, tras la muerte de Jojoy y Cano, en menos de un año desde su llegada a la presidencia, Santos ya tiene un nuevo "número uno" para perseguir, bien sea 'Iván Márquez' o 'Timoleón Jiménez', cuyos nombres han surgido como posibles sucesores de Cano para liderar una guerrilla con tropas revitalizadas, un ejército de irregulares herido en su orgullo que no ha tardado en reafirmar públicamente su prolongada confrontación militar con las Fuerzas Armadas del Gobierno de Colombia.

La dinámica mortal se inició, sin alejarnos demasiado del pasado inmediato, en 2008 (pues esta guerrilla ha estado luchando ininterrumpidamente desde 1964), cuando el entonces número uno y fundador de las FARC,  'Manuel Marulanda Vélez' –el comandante guerrillero más antiguo que jamás haya peleado en una guerra de guerrillas en América Latina–, murió de un ataque al corazón, a salvo de las balas que lo persiguieron durante más de 40 años interminables de batallas en la selva colombiana.

El año de la muerte de 'Marulanda Vélez', el mismo Juan Manuel Santos, entonces ministro de Defensa del presidente Álvaro Uribe Vélez, anunció triunfalmente a los medios de comunicación que el "número 1" de entonces, 'Raúl Reyes', uno de los sucesores de la cúpula de 'Marulanda Vélez', había muerto en un ataque sorpresa contra un campamento guerrillero que él mismo había levantado cerca de la frontera entre Colombia y Ecuador.

Los ataques sorpresa desde el aire, utilizando poderosas bombas en medio de la noche, han sido el método  que las FFAA colombianas han utilizado para dar sus golpes más contundentes a la guerrilla: 'Raúl Reyes', 'Mono Jojoy' y 'Cano' acabaron con toneladas de explosivos encima.

 ¿Victoria militar a corto plazo? Sí, pero al mismo tiempo se han limitado las posibilidades políticas a largo plazo para desarmar a esa guerrilla que, probablemente, tras la caída violenta de Cano, va a cavar aún más, atrincherándose en la selva bajo el concepto de una obstinada 'Lucha Armada', anacrónica y, justamente por eso, abolida en toda América Latina, pero aún vigente en Colombia debido a la falta de alternativas que el gobierno les deja a quienes se levantan en armas.

Cuando las FARC intentaron convertirse en partido político en los años 80, en otra negociación de paz fallida en Colombia, 4.000 miembros de la "Unión Patriótica" fueron ejecutados en las calles de las ciudades donde iban a buscar el apoyo de los votantes, incluyendo a sus dos candidatos presidenciales: Bernardo Jaramillo y Jaime Pardo Leal.

Al matar a Cano –misma generación de Jaramillo–, Santos no solo  silenció una negociación que, a todas luces, muy difícilmente podrá reactivarse. (Al parecer, "Timochenko" –Timoleón Jiménez– no tiene las misma maneras de Cano). Peor aún, Santos dio a su enemigo una ventaja adicional: Un mártir que inspire a más hombres y mujeres jóvenes a la guerra, a morir en los próximos años en la guerra de guerrillas más obstinada, inútil y dolorosa que jamás haya vivido América Latina.

Colombia fue, a finales del siglo XIX, el campo de batalla de lo que se describe en los libros de historia como "La Guerra de los Mil Días".

Después de los nuevos gritos de victoria y de amarga venganza escuchados la semana pasada, Colombia, la llamada "democracia más antigua de América Latina", podría seguir, al menos por otros 50 años, inmersa en "La Guerra de los Cien Años", como esa batalla irracional y absurda por el trono de Francia en la Edad Media.

La Edad Media, sin embargo, parece estar en la base del la rencorosa cultura política que, por desgracia, prevalece en Bogotá.