Ambos partidos han defraudado a los refugiados – y también a América
Ahora que ambos lados han pasado por sus procesos de divergencia y negación, tocaría desenredar el caos existente en la frontera entre los Estados Unidos y…
Como ustedes sabrán, buena parte de este caos reside en que –antes de que pudieran llegar a presentar su petición de asilo – más de 2,500 niños fueron separados de sus padres, sin ningún plan para volver a reunificarlos con sus familias. América no está jugando limpio. Insiste en que todos los que soliciten asilo deben seguir las normas –y luego cambia las normas. Enviamos el mensaje a los desesperados de que lleguen únicamente a los puertos de entrada designados; y cuando llegan, los rechazamos.
Decimos que los solicitantes de asilo deben poder demostrar “miedo creíble” de persecución en sus países de origen, y después declaramos –como hizo recientemente la administración Trump –que las víctimas de violencia anti-LGBT, violencia doméstica o violencia pandillera, no pueden aplicar.
Antes de que los liberales empiecen a presumir de nada, recordemos que en 2014 se tomaron medidas represivas similares. La administración Obama lo hizo más difícil para aquellos que solicitaban asilo político, estrechando la definición de lo que significa para alguien sufrir un riesgo “significativo” de persecución.
Esa fue la gran lección que aprendimos a lo largo de las pasadas semanas: ninguno de los dos principales partidos políticos se preocupa por los inmigrantes o los refugiados. Solo se preocupan de sus propios intereses.
Después de todo, el miedo es un mal bipartidista. Los Demócratas tienen miedo de que los extranjeros se lleven los trabajos de sus colegas sindicalistas. Los Republicanos temen que los recién llegados –como dijo el presentador de Fox News, Tucker Carlson, la semana pasada– quieran “cambiar a este país para siempre”. Por lo tanto, el instinto de cada uno es levantar el puente levadizo, algunos de forma más detestable que otros.
Al menos ahora los medios prestan más atención al mal generado por el gobierno – al mal generado por los Republicanos, si puede decirse así. Porque, contrariamente a lo que reporteros y presentadores desinformados y deshonestos le hayan dicho, toda esa inhospitalidad con los extranjeros no empezó hace dos meses, sino hace más de 200 años.
La lección que deberíamos haber aprendido es: “la separación familiar en la frontera lleva practicándose, de una forma u otra, durante los últimos 25 años, bajo presidentes de ambos partidos. Considere ahora cómo funciona el gobierno federal. Los presidentes, altos dirigentes y miembros de gabinete van y vienen. Pero la mayoría de los burócratas permanecen en esas agencias de por vida, así que las políticas también permanecen, independientemente de quién ocupe el Despacho Oval. Es el llamado “Estado profundo”.
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Otra lección: las autoridades fronterizas no son un juego de niños. El Departamento de Seguridad Interior es un instrumento insensible, que no está equipado, ni pensado para gestionar guarderías –estén los niños acompañados o separados de sus padres.
A lo largo de estos años, los liberales han invertido mucha ilusión en crear un discurso para defender que son mejores, más inteligentes y compasivos que los conservadores: y si alguien se atreve a cuestionar alguno de estos puntos, señalando su indiferencia ante los abusos cometidos hace tan solo unos años por la administración del presidente Barack Obama, se pondrán peleones. No defenderán a los inmigrantes ni refugiados, sino que defenderán su orgullo.
Entretanto, los conservadores continúan avanzando en su propio discurso, y confían en que las imágenes de extranjeros de piel oscura entrando en los Estados Unidos empujará a más gente a votar al GOP en noviembre. En lugar de ofrecer una solución a la crisis actual, Trump se limita a acusar a los Demócratas de querer una “frontera abierta” y de estar dispuestos –tal y como dijo a los delegados de su partido durante la reciente convención Republicana en Nevada– “a permitir que la MS-13 se expanda por todo el país”.
La izquierda debe dejar de huir de la historia reciente y aceptar que solo le preocupan los refugiados de Centroamérica cuando los puede usar como un palo para aporrear a la derecha. Y los conservadores deben dejar de desviar la atención sobre lo que Trump está haciendo limitándose a señalar los fallos cometidos anteriormente por Obama –errores sobre los que, por cierto, ellos mismos no dijeron nada en su momento.
Lo admitan o no sus seguidores, el presidente Obama fue un restriccionista, quien recurrió al imaginario racista (usando mejor la palabra “pandillero”) para facilitar la deportación masiva de miles de personas –muchas de ellas sin el debido procedimiento legal. En la frontera llevó a cabo las mismas políticas de mano dura con los refugiados que su sucesor, aunque de forma más discreta y menos abrasiva. Obama dañó y se burló de la reputación de nuestra nación como refugio para los perseguidos. Esa es la realidad.
Obama defraudó en la frontera, pero al menos parecía que aspiraba a lo que prometió al pueblo americano: esperanza y cambio. En cambio, todo lo que el GOP ofrece cuando esos huéspedes no invitados aparecen por la puerta principal es terror, y pesadillas.
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