Reflexiones: Al otro lado del espejo
No hace mucho tiempo, allá a finales del 2010, prácticamente hace cuatro días, me encontraba en compañía de entrañables amigos, en un lugar que desprendía…
Y entre bocado y bocado a aquellas
ricas viandas, íbamos dándole mordiscos a la vida. A una vida que emergía
caprichosamente por nuestras cabezas, entre bondades y desatinos. Hablar por no
callar, opinar, por no ignorar. Aprendices de muchas vidas, y maestros de casi
ninguna, aun sabiendo que tan solo un testimonio, es mucho más valioso que mil
consejos no vividos.
En la
mayoría de las ocasiones, el ansia por llenar los huecos del silencio nos
precede, y la mayoría de las veces también, es precisamente el silencio el que
se encarga de darle sustancia a la vida con su callada sabiduría. De todos
modos, son la voz y la palabra, las que están hechas para intercambiar
pensamientos y confidencias, y aunque probablemente derrapen por la senda de la
incoherencia, ahí están, para saber que existimos, por mucha distancia que se
interponga entre nosotros mismos.
Y que
necio podría resultar hablar de otros lugares, cuando nunca se estuvo en ellos,
de otros sentimientos, cuando nunca llegaron a instalarse en el corazón, de
otras sensaciones, cuando nunca rozaron la piel, de otros miedos, cuando
siempre existió la claridad, o del desequilibrio emocional que supondría
aceptar otras formas de pensar, de vivir o de expresarse, que no fuesen la
propia, cuando nunca se sobrepasó el coto de la propia realidad,
Y
que es la vida, ¿dónde está?, ¿cómo es?, y sobre todo, ¿cómo se digiere?,
nos preguntábamos en aquella mesa, ¿dónde está la calidad de la vida?, que casi
siempre parece esquiva a nuestro entorno, y donde están esas ataduras, que
nunca se sabe cómo romperlas. Tal vez haya caminos todavía por recorrer que tal
vez se añoren, y sueños no conocidos, que quizás quieran ser dormidos.
Es
probable sentir el mismo y cansino frio en cada amanecer, las mismas sonrisas o
los mismos lamentos. Observar tras la ventana los mismos "tics" que comienzan a
desperezarse. Gente que casi siempre van arrastrando su letargo o sus prisas. Y
así, día tras día, momento a momento. A veces se sueñan vidas en las que no
existen esas cadencias, ni esas mismas rutinas, ni esos mismos lamentos, y se
sueña y se sueña, siempre desde la misma almohada, desde el mismo delirio, y
casi siempre, atrapado en la dimensión.
Y
mientras se sueña, tal vez flota la insatisfacción, en pos de esa vida que se
espera, mientras la existente, no cesa de ir pasando, con sus días y sus
noches. Una vida que casi siempre se ve desde el mismo lado de un espejo, que
no deja de asomar su misma cara. ¿Y si un día abriese de par en par su cara
oculta, la que nunca estuvo hecha para ser expuesta, con sus luces y sus
sombras y sus destellos inconexos?.
Tal vez resultaría apasionante adentrarse y vivir en ese otro lado, acaso, para
comprobar que en ese lado del espejo, hay amaneceres fríos y ardores, otras
risas y otros lamentos, o circunstancias que de igual modo pueden llegar a
irritar el alma. Sensaciones y sentimientos, que por fin, provocan un cierto
cosquilleo en la piel.
Ese
otro lado del espejo, en el que las imperfecciones están envueltas de un aura
de opacidad, porque la vista ya no alcanza, y en donde se fantasea ser, lo que
tal vez nunca se fue. En ese otro lado del espejo, en donde tal vez existan
otras servidumbres y otras alegrías, porque al fin y al cabo, hay otros mundos,
pero todos parecen estar en éste. Hay otras vidas, pero casi todas, dentro de
la misma piel.
Y quizás por ello, casi nunca se detiene fijamente la mirada en ese espejo; no
vaya a ser que revele algo que no se desee. Pero ahí está, guste o no, para
hacer presentir que existe ese otro lado, tan claro u oscuro, como quiera
proyectar el coraje de vivir. Y tal vez, para aprender a valorar el hecho de
que cada mañana, la imagen que nos devuelve, nos pueda reconciliar con nosotros
mismos.
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