[OP-ED] Un Milenial: “Mi país ha estado en Guerra desde que nací”
Nací aquí en Filadelfia en 1994 y mi país ha estado en guerra desde el 2001, es decir, la mayor parte de mi vida. Es más fácil olvidarlo que analizarlo bien, pero una historia personal de mi relación con la política como millennial, empezó con este hecho.
Nací aquí en Filadelfia en 1994 y mi país ha estado en guerra desde el 2001, es decir, la mayor parte de mi vida. Es más fácil olvidarlo que analizarlo bien, pero una historia personal de mi relación con la política como millennial, empezó con este hecho.
Los ataques del 11 de septiembre fueron en la segunda semana del primer grado, poco antes de una lección que introducía a mi clase en las diferentes secciones de nuestro periódico local. Por el resto del año, leí el clima como me pedían y luego saltaba a la página A1, que inevitablemente mostraría fotografías de prontuarios, con nombres que no podía ubicar y cada cierto tiempo la imagen de las torres quemándose mientras caían.
Hemos estado en guerra desde entonces. He aprendido mucho en los 15 años subsecuentes (que Saddam nunca tuvo armas nucleares, que Guantánamo está en Cuba, por alguna razón, y no en Asia Central como siempre asumí, y que la explosión de una bomba puede de hecho alterar el cerebro de los soldados, haciéndoles más vulnerables a depresiones severas al volver del despliegue). Yo valoro y resiento estas verdades, ninguna de las cuales han salido a flote en las elecciones presidenciales, al menos que cuenten las insensatas y repetidas menciones de ISIS y su “Terror Radical Islámico” por parte de Donald Trump.
De hecho, el ejemplo de Trump sirve para ilustrar cómo el espectro de las guerras extranjeras ha trabajado en la política por, más o menos, mi vida entera hasta ahora. Estas guerras son sumamente costosas; permiten la expansión de las fuerzas armadas y el dinero destinado a ello. Esto permite que los Estados Unidos mantengan su presencia en áreas ricas en recursos naturales. En sus primeros años, asustan y aterrorizan la nación; con el tiempo, nos cansamos de hacer el esfuerzo en entender la violencia de manera abstracta.
Ahora, son una conveniente distracción en una temporada de elecciones que lamentablemente se ha visto corta de debates políticos. Mencionar a ISIS o el estilo vigilante en el asesinato de Osama bin Laden, puede todavía seducir algunas orejas, mover algunas fibras sensibles y reabrir la reserva de miedo en nuestros estómagos, pero estas referencias emocionales superficiales no son respuestas de verdad. De hecho, la conversación en estos términos no es sólo totalmente irrelevante para los problemas del día a día sobre la producción, el espacio compartido y el ser tratado con respeto en tus áreas de trabajo y comunidades, sino que requiere escuchas que acepten la visión del mundo en el cual los estilos de vida y las posiciones ideológicas que son percibidos como “enemistados” le den crédito total a la destrucción sin un proceso esperado.
La aproximación de los Estados Unidos al escenario armamentístico internacional, refleja sus bases como un estado colonizador que ha recurrido al genocidio de pueblos indígenas para establecer sus fronteras modernas y que ha forzado la labor de esclavos importados para establecer sus intereses económicos. Las interrogantes de inmigración, comercio internacional, relaciones raciales, políticas de comunidades y la gentrificación, requiere que entendamos mejor y hagamos las paces con esta historia. Podemos hacer lo que siempre hemos hecho: encontrar soluciones militares que deshumanicen a los otros cuyo sufrimiento estamos dispuestos a racionalizar y a descartar. Pero es tiempo de que dejemos eso de lado y empecemos a aprovechar la increíble riqueza de nuestra diversidad.
Hay demasiadas Américas para una sola persona, o para un grupo de personas trabajando independientemente que el hecho de que alguno falle en ver los problemas claramente, está garantizado. Necesitamos construir coaliciones que logren cruzar las fronteras comunes de la raza, del lugar y de la educación en todos los niveles de nuestras instituciones públicas, y empezar a buscar la paz en serio.
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