[OP-ED]: ¿Son los recortes fiscales inmortales?
Independientemente de su impacto real en la economía y las decisiones de vivienda personales, millones de norteamericanos creen que se benefician de la…
Si se quiere comprender por qué es tan difícil reorganizar el código fiscal, consideremos el caso de la exención del interés en las hipotecas. El asunto es tan delicado que la Cámara y el Senado lo están tratando de forma totalmente opuesta.
Para sus numerosos defensores y beneficiarios, la exención del interés de las hipotecas simboliza y subsidia el Sueño Americano. Promueve la propiedad de viviendas, lo que da la posibilidad de que los habitantes de la nación creen vecindarios más fuertes y calles más seguras. Y, por supuesto, la propiedad de una vivienda es el boleto para llegar a la clase media.
Al permitir que los propietarios de viviendas eliminen los gastos del interés de las hipotecas- reduciendo así sus impuestos -el gobierno supuestamente alienta todos esos aspectos positivos. El costo en recaudaciones fiscales perdidas se considera dinero bien gastado. En 2017, esta cifra alcanzará los 64.000 millones de dólares, según la Oficina de Presupuesto del Congreso.
¿Caso cerrado? No exactamente. Durante años, muchos economistas sostuvieron que la narrativa imperante sobre esa exención es, en su mayor parte, un cuento de hadas interesado. La realidad, dicen, es que el subsidio promueve viviendas excesivamente grandes y precios inmobiliarios más altos. Las familias de clase media alta son las principales usuarias de la exención, que eleva apenas- y quizás nada -la tasa de propiedad de viviendas.
“El gobierno soborna a la gente [por medio de la exención del interés de las hipotecas] a comprar viviendas excepcionalmente grandes”, dice el economista Jonathan Gruber, del Massachusetts Institute of Technology (MIT). En realidad, hay un subsidio para los propietarios de mansiones. Los propietarios descansan más en la deuda porque parte del gasto del interés se elimina.
Gruber realizó recientemente un estudio junto a los economistas Henrik Kleven, de Princeton, y Amalie Jensen, de la Universidad de Copenhagen, que parece demostrar ese punto. Como Estados Unidos, Dinamarca tiene una exención del interés de las hipotecas. En 1987, los daneses redujeron la generosidad de la exención. Si la exención aumentaba la propiedad de viviendas, la reducción debería disminuirla. Pero eso no ocurrió.
“La exención de las hipotecas tiene un efecto calculado precisamente en cero sobre la propiedad de viviendas”, concluyó el estudio. “Justo por debajo del 60 por ciento de la población es propietaria de viviendas, cifra que se mantuvo notablemente constante en el curso del tiempo”, dijo. Esa estabilidad sugiere que otros factores aparte de los puramente económicos -culturales, psicológicos, geográficos -influyen en la propiedad de viviendas.
La erosión del subsidio tuvo un efecto pero no sobre la propiedad de viviendas. Lo que disminuyó fue el tamaño de las viviendas que se compraron y la deuda que se adquirió.
La misma dinámica se aplica a Estados Unidos, dice Gruber. Durante décadas, la tasa de propiedad de viviendas se ha mantenido alrededor del 64 por ciento. Se elevó brevemente a casi el 70 por ciento durante la “burbuja” inmobiliaria del 2000, pero luego volvió a caer al 64 por ciento.
Reducir o eliminar la exención haría que los compradores de viviendas adquirieran viviendas más pequeñas con menos deuda -algo positivo, dice Gruber. La gente podría utilizar el efectivo extra y ahorrarlo para su jubilación, para pagar la universidad de sus hijos o cubrir gastos diarios.
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Es un argumento persuasivo. Podría pensarse que los días de la exención del interés de las hipotecas están contados. Quizás lo estén, pero parece dudoso. La realidad confusa es que, independientemente de su impacto real en la economía y las decisiones de vivienda personales, millones de norteamericanos creen que se benefician de la exención.
Comencemos con los 76 millones de propietarios de viviendas. Si, tal como piensan muchos economistas, la exención apuntala los precios de los bienes raíces, entonces eliminarla probablemente los debilitaría, lo que ayudaría a los compradores de una primera vivienda, pero perjudicaría a los vendedores. Es difícil imaginar que muchos de ellos aprobaran la eliminación de la exención.
Después, consideremos que alrededor de 34 millones de contribuyentes utilizan la exención del interés de las hipotecas, según el Comité Fiscal Conjunto del Congreso. Aunque esa cifra representa solo una quinta parte de todos los contribuyentes, están concentrados en la clase media alta. Aproximadamente tres cuartas partes de esta quinta parte más rica de los norteamericanos descansan en la exención de la hipoteca para reducir sus impuestos. Sin duda, temerán que su pérdida no sea compensada con otras reducciones fiscales.
Finalmente, están todas las empresas que dependen de la vivienda: constructores, agentes de bienes raíces, asesores hipotecarios, empresas de muebles y electrodomésticos, para mencionar algunos. Tienen interés en viviendas más grandes. Piensen en precios más altos, comisiones más grandes, hipotecas mayores y más construcción.
Contra ese telón, no es de sorprender que la Cámara y el Senado traten la exención del interés de las hipotecas de forma distinta. Aunque ir eliminando la exención en fases sería la mejor política- acabar con el subsidio a la vivienda-la propuesta ante el Comité Financiero del Senado preservaría el status quo. Es decir: no perturben ese avispero político.
Mientras tanto, la propuesta de la Cámara reduciría el subsidio al permitir la exención del interés sólo en préstamos de hasta 500.000 dólares, un declive del 50 por ciento del límite actual de un millón de dólares.
Nadie sabe cómo se pueden reconciliar esas dos propuestas opuestas. Pero hay un tema más importante a considerar:
Sin importar cuán dudosas o anticuadas sean, las exenciones fiscales se incorporan en el entretejido económico y social de la nación. Son difíciles de eliminar, porque la gente depende de ellas -y las protege.
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