[OP-ED]: Salimos a flote o nos hundimos
Cambios trascendentales se están operando en nuestra patria y exigen un trabajo en equipo de excelencia: son demasiados los aspectos que se deberán considerar, y dicen por ahí que varias cabezas piensan mejor que una. El problema radica en que las personas en nuestro gobierno no están acostumbradas a las tareas realizadas en equipo: sólo una manda y las demás obedecen. El momento reclama un cambio de fondo; pasar del individualismo al trabajo multidisciplinario.
Cambios trascendentales se están operando en nuestra patria y exigen un trabajo en equipo de excelencia: son demasiados los aspectos que se deberán considerar, y dicen por ahí que varias cabezas piensan mejor que una. El problema radica en que las personas en nuestro gobierno no están acostumbradas a las tareas realizadas en equipo: sólo una manda y las demás obedecen. El momento reclama un cambio de fondo; pasar del individualismo al trabajo multidisciplinario. Esto sólo es posible en los equipos en un clima de respeto a las ideas, datos, y opiniones de los miembros que lo conforman.
La historia de México habla de la dificultad de trabajar en equipo. Hay quienes dicen que esta dificultad se debe a que nuestro pueblo trae en sus raíces la semilla de un sentimiento de inferioridad que se remonta a la época de la Conquista. Aseguran que la conquista de México no fue obra sólo de los reyes católicos que pretendían la evangelización de los indígenas, sino que más bien fue una hazaña de aventureros que obraron por cuenta propia. Tal vez nuestro destino como nación fuese otro si los conquistadores hubieran actuado como lo hicieron con los pueblos que conquistaron en Europa: incorporando a la cultura española la riqueza de la cultura del pueblo conquistado.
Sin embargo, los reyes católicos estaban demasiado lejos para supervisar la obra de evangelización que pretendían, y los conquistadores, soldados sin capacidad para apreciar la cultura indígena, en su mayoría aventureros con sed de posesiones, explotaron sin misericordia a la raza vencida.
La historia dice que la Conquista fue posible más en virtud de la visión del mundo indígena y de sus creencias que en función de las virtudes militares y estratégicas del conquistador. Cuando el mundo indígena se dio cuenta que los conquistadores no eran ni amenaza ni esperanza, era ya demasiado tarde. El indígena sintió sobre sí la destrucción del mundo de sus ideas, y nadie se tomó el tiempo ni tuvo interés en ayudarlo a asumir los nuevos valores, sino que éstos pretendieron serle impuestos.
El trauma de la Conquista provocó en el conquistado un mecanismo de defensa: la desconfianza. Fueron heroicos los esfuerzos posteriores de los frailes evangelizadores al tratar de llevar un mensaje de paz y de amor al pueblo conquistado; inútiles, en su mayoría. El daño estaba hecho: el indígena había sido objeto de demasiada brutalidad y barbarie como para creer en la buena nueva del Evangelio. La desconfianza estaba profundamente arraigada en su ser.
La mayor parte de los mestizos nacieron como consecuencia de posesiones violentas y sádicas de las mujeres nativas, bajo el estigma del desamparo y del abandono paterno. El sentirse superior frente a las mujeres en plan de grandes señores se remonta a esta época. La generalización del vocablo ‘viejas’, para designar a las mujeres, es una de tantas pruebas de la desvalorización del sexo femenino en la cultura occidental; inclusive en la actualidad este sentimiento matiza aún muchos de los aspectos de la relación humana dentro del matrimonio mexicano. No debe extrañarnos que una relación de esta naturaleza engendre hijos, aún en nuestros días, con muchas actitudes negativas ante la vida. La condición desvalorizada de la madre, y su sentimiento de frustración al serle negada la participación y beneficios sociales que le permitan desarrollar todo su potencial de persona, contribuyen a formar hijos con muy poca alegría de vivir y muy poco espíritu de iniciativa y superación.
El patrón se ha repetido, generación tras generación, perpetuando el machismo con todas sus funestas consecuencias. El machismo está presente en todos los grupos humanos, aún entre personas del mismo género o jerarquía: el dominador y el dominado. Es una actitud cultural. Y los equipos de trabajo sólo se pueden dar entre iguales.
Advierte la psicología que el machismo impide desarrollar la autoestima, elemento básico para todo trabajo en equipo. Este problema se engendra en el primer grupo humano: la familia. Sin autoestima es difícil que la persona aporte ideas, opiniones, puntos de vista, de tal manera que sea escuchada, comprendida y sea capaz de persuadir a los demás. Es difícil que lo haga aún cuando esté segura del valor de sus aportaciones. Su desvalorización inconsciente le impide aceptar una crítica constructiva; su sentimiento apaga la luz de la inteligencia y rechaza todo intento de superación.
Es casi imposible integrar un equipo en el cual los miembros se dejan llevar por sentimientos negativos, perdiendo la orientación de la tarea. Surgen conflictos personales y no se logra el objetivo. Esta situación se observa tanto en la familia, como en el centro de trabajo; y aún ocurre en el gabinete presidencial.
La transformación de un trabajo individual a un trabajo colectivo, destaca la importancia de las relaciones humanas. Los cambios que la modernización y el tratar de practicar la democracia traen consigo exigen modificar actitudes, reaprender comportamientos e incrementar nuestra estima personal. Democracia y equipos de trabajo van de la mano.
¿Salimos a flote o nos hundimos? El conocimiento de nuestros antecedentes históricos nos permitirá identificar la fuente de muchos conflictos. El decidirnos a arrancarlos de raíz, marcará el inicio de nuestro verdadero desarrollo como nación.
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