[OP-ED]: ¿Quién no tiene en cuenta la raza?
Muchos conservadores y gente de derecha finger ser ciegos al color de la tez, pero irónicamente son lo opuesto.
Cuando se trata de la raza, los conservadores nunca destacarán en esa prueba.
Es lógico que sean lentos en comprender una materia que generalmente minimizan, desechan o niegan. Los de derecha—entre ellos muchos republicanos y la mayoría de los electores de Trump—a menudo fingen ser ciegos al color de la tez, a fin de parecer ilustrados. Irónicamente, son lo opuesto.
Los conservadores no se olvidan realmente de la raza. Ronald Reagan mencionó a “una reina de los beneficios públicos”. George H.W Bush aprobó el anuncio de Willie Horton. Jesse Helms utilizó para su campaña un anuncio en el que se veían unas manos blancas que sostenían una carta de rechazo de una solicitud de trabajo mientras el narrador criticaba la acción. No fueron guiños al espectador. Fueron sirenas.
Sea como fuere, cuando se trata de cuestiones raciales los de derecha no son muy competentes.
Esa fue mi conclusión después de mi reciente aparición en el programa “Tucker Carlson Tonight”, de Fox News.
Fui invitado al programa para hablar de una columna reciente, en la que sugerí—tras la masacre de Las Vegas en manos de Stephen Paddock, un hombre blanco que acumuló gran cantidad de armas de alto poder—que había llegado el momento de que la policía comenzara a elaborar perfiles de hombres blancos que acumulan gran cantidad de armas de fuego.
Para muchos, es de sentido común. Para Carlson, se trataba de racismo anti-blanco.
Aparentemente, lo de ser lentos en cuestiones de raza se extiende a los republicanos liberales o moderados, que se disfrazan de conservadores de la línea dura para complacer a un público televisivo que está tan a la derecha en asuntos como el comercio, que acaba en la izquierda.
Saben, conocí al viejo Tucker, aquel redactor listo y agradable de publicaciones como “The Weekly Standard”, cuando examinaba temas espinosos de forma justa y reflexiva. Al discutir asuntos culturales candentes como los derechos de los gays, la inmigración, el aborto y el control de armas, Tucker era más conocido por buscar matices que por echar fuego por la boca. Aunque ha vivido en Washington más de 25 años, el locutor de televisión—en su corazón—sigue siendo un conservador de California. Se crió cerca de San Diego, antes de educarse en un internado de Rhode Island y graduarse de Trinity College, en Connecticut, y se siente más cómodo con una copa de Chardonnay que en las carreras de NASCAR. Lo conozco desde hace 20 años y lo considero un amigo. Siempre fue simpático conmigo y estoy orgulloso de su éxito, que se debe a una combinación de talento, suerte y perseverancia.
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La partida de Bill O’Reilly y Megyn Kelly ayudó a que Carlson llegara al horario de mayor audiencia, las 8 de la noche.
Y me alegro por él. Carlson fue despedido como conductor de programas en CNN y MSNBC. Nunca se dio por vencido, y mírenlo ahora. Es imposible no apoyar a alguien así.
Pero como ya se dieron cuenta otros conservadores de Washington en lo que respecta a nuestro amigo, las brillantes luces y los cheques de 7 cifras de la televisión en horas-pico pueden cambiar a cualquiera.
En mayo, el fundador de Weekly Standard y colaborador de Fox News, Bill Kristol, dijo que era penoso ver a Carlson—su amigo y ex empleado—“dando una paliza a algún liberal universitario de 20 años porque dijo algo estúpido.”
En julio, durante una reyerta con Carlson en directo sobre la intervención de Estados Unidos, el conservador Max Boot dijo al locutor que su juicio estaba “empañado por los ratings porque se siente obligado a ser un vocero de Donald Trump”. Tal como señaló Boot más tarde en un ensayo para Commentary Magazine, la nueva actitud de Carlson es “sarcasmo, condescendencia y reacciones tardías parodiando incredulidad”.
Mi viejo amigo me vino con las tres cosas, y no le salió bien. Trató de menospreciarme al decir algo como “Lo que estoy tratando de que entiendas ...” Lo interrumpí regañándolo: “Tucker, ¡no seas condescendiente conmigo! Suenas como uno de esos liberales blancos que a ti y a mí nos irritan tanto.” Por un segundo, el hablador profesional se quedó sin habla.
Durante la mayor parte de la tertulia, Carlson simplemente me llamó “racista”. No me molestó. Después de 25 años de escribir columnas de opinión, me han tildado con tanto insulto habido y por haber en el diccionario—y algunos que no figuran por ser demasiado horribles.
El intercambio hizo que extrañara al hombre que conocía. También me hizo sentir nostalgia por las viejas épocas de la política, cuando los conservadores reaccionaban contra los que llamaban a la gente “racistas”—en lugar de tildar a los demás automáticamente de “racistas”.
Fui al programa de Tucker Carlson con la esperanza de encontrar un poco de reflexión crítica. Hubo mucha crítica pero poca reflexión.
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