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El secretario del Tesoro, Steven Mnuchin (d), y el principal asesor económico de la Casa Blanca, Gary Cohn (i), durante una rueda de prensa sobre los recortes de impuestos que ha prometido el presidente de EE.UU., Donald Trump, en la Casa Blanca en Washington, Estados Unidos. EFE
El secretario del Tesoro, Steven Mnuchin (d), y el principal asesor económico de la Casa Blanca, Gary Cohn (i), durante una rueda de prensa sobre los recortes de impuestos que ha prometido el presidente de EE.UU., Donald Trump, en la Casa Blanca en…

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Esto ha sucedido durante décadas, pero es especialmente relevante ahora, porque el número de norteamericanos viejos, que son los mayores beneficiarios de los gastos federales, está creciendo velozmente. A menos que estemos preparados para realizar considerables recortes de gastos (y no hay pruebas de que lo estemos), necesitamos impuestos más altos. 

En la medida en que la “reforma fiscal” propuesta por el presidente Trump oculte o empeore esa realidad inconveniente, es una distracción peligrosa. No podemos darnos el lujo de grandes recortes fiscales, que son una propuesta agradable (“algo por nada”) pero involucran riesgos a largo plazo que el presidente no comprende o, para ser justos, los economistas tampoco. Acumular déficits masivos en tiempos de paz es algo que nunca hicimos antes. No podemos conocer todas sus consecuencias. 

Por supuesto, Trump propone algunas ideas buenas. Las tasas fiscales caerían para empresas e individuos. Se acabaría con muchas exenciones. Habría algún alivio fiscal para familias de ingresos medios y bajos con hijos—un grupo que se lo merece. También hay quejas conocidas. Demasiados beneficios, se dice, van a los ricos. (Un plan similar presentado por Trump cuando era candidato canalizó casi la mitad de los recortes al 1 por ciento más rico, dijo el grupo Tax Policy Center, que no se alinea con ningún partido.)

Pero el defecto fatal del plan es su efecto en la deuda federal pública. En 2016, era de 14 billones de dólares, o el 77 por ciento de la economía (producto bruto interno). “Sólo durante otro período de la historia norteamericana—de 1944 a 1950, debido a un aumento en los gastos federales durante la Segunda Guerra Mundial—la deuda excedió el 70 por ciento del PBI,” dice la Oficina de Presupuesto del Congreso. Bajos las actuales políticas y como reflejo de la población anciana, la CBO proyecta que la deuda alcanzará 25 billones de dólares y un 89 por ciento del PBI para 2027. 

No está claro cuánto agregaría el plan fiscal de Trump. Aún no tenemos suficientes detalles para juzgar. Pero la cantidad podría ser considerable. Las tasas más bajas no son igualadas por previsiones para recaudar más ingresos. El Comité for a Responsible Federal Budget que no apoya a ninguno de los partidos, calcula que los costos probables en 10 años serán de 5,5 billones de dólares, con un margen de 3 billones de dólares a 7 billones de dólares. 

¿Por qué es eso perjudicial? Hay tres motivos estándar que se dan normalmente para evitar déficits grandes y en aumento. 

Primero, los créditos extra que obtenga el gobierno podrían aumentar las tasas de interés, desplazando inversiones privadas productivas. Eso reduciría el crecimiento económico y socavaría el estándar de vida. 

Segundo, alguna emergencia nacional (guerra, epidemia, desastre natural) podría obligar a obtener grandes créditos, lo cual sería difícil—excepto con onerosas tasas de interés—porque la clasificación crediticia del gobierno estaría afectada. 

Y, tercero, demasiados dólares en el mundo—como efectivo, acciones, bonos y otros valores—llevarían a una crisis de confianza. Los inversores, bancos y otras instituciones financieras no querrían tener tantos dólares. El pánico para vender dólares y valores en dólares causaría caídas en los mercados de acciones, bonos y materias primas. 

A decir verdad, los economistas presentaron estos argumentos durante años. Pero ninguno se ha cumplido hasta el momento. Es concebible que nunca se cumplan. La demanda global de los así llamados “valores seguros”—títulos financieros en que los inversores pueden confiar—podría sostener una creciente oferta en el mundo entero de títulos del Tesoro de Estados Unidos que, a pesar de nuestros problemas, son considerados aun sumamente fiables. De ser así, podríamos recortar los impuestos y no preocuparnos por los déficits. 

Pero es una gran jugada de azar para el futuro. ¿Queremos realmente apostar que lo que parece verdadero hoy será cierto una década y aproximadamente 15 billones de dólares en deuda gubernamental más tarde? La prudencia sugiere que no. Si perdemos la apuesta, el resultado podría hacer que la crisis 2008-9 y la Gran Recesión parecieran pan comido. 

Los impuestos finalmente seguirán al aumento de gastos. Incluso si se cortan algunos programas, la popularidad de la mayoría de los programas—liderados por el Seguro Social y Medicare—y una población que envejece aseguran que los gastos gubernamentales como porción de la economía aumentarán. 

No hay que preocuparse, dice el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin. Los recortes fiscales de Trump “harán que la economía crezca y crearán... billones de dólares en ingresos adicionales.” Será sin dolor. 

La realidad es que no hay una relación garantizada y automática entre una gran “reforma fiscal” y el crecimiento económico. Aunque las tasas más bajas podrían estimular la economía, el efecto puede ser neutralizado por otras fuerzas (tasas de interés más altas, economías extranjeras más débiles, consumidores cautos). Estudios del Tesoro de Estados Unidos y el Comité Conjunto de Gravación del Congreso proyectan avances pequeños en el crecimiento económico provenientes de la reforma fiscal. 

Hay una brecha fundamental entre lo que esperan la mayoría de los norteamericanos del gobierno—desde carreteras a defensa y apoyo para los ancianos—y las cargas fiscales correspondientes. La desconexión no puede borrarse con recortes fiscales masivos. No hay disciplina de gastos. Tarde o temprano, enfrentaremos impuestos más altos, pase lo que pase con las actuales propuestas de Trump.