[OP-ED]: Pobreza y corrupción, motores del extremismo islámico en Asia
Los países occidentales siguen siendo susceptibles al lobo solitario ocasional, pero las nuevas bases de radicalismo islámico yacen principalmente en…
El trágico ataque terrorista que ocurrió la semana pasada en Nueva York fue un tipo de incidente aislado realizado por un hombre perturbado que no debería llevar a generalizaciones. En los dieciséis años transcurridos desde el 9/11, la ciudad ha probado ser asombrosamente segura ante la presencia de individuos o grupos yihadistas. Sin embargo, las conclusiones que nos llegan desde zonas del mundo a miles de millas de distancia de Nueva York son preocupantes: “El ataque de Nueva York podría ser una manera de recordarnos a todos que mientras el ISIS está siendo derrotado desde el punto de vista militar, la amenaza ideológica del islamismo radical se está esparciendo”, dijo el Ministro del Interior de Singapur, K. Shanmugam. “La tendencia se está moviendo en la dirección equivocada”.
La batalla militar contra grupos yihadistas en lugares como Siria y Afganistán es una lucha dura, pero siempre ha favorecido a Estados Unidos y a sus aliados. Después de todo, es un combate entre las fuerzas militares combinadas lideradas por uno de los gobiernos más poderosos del mundo contra una banda pequeña de guerrillas.
Por otro lado, el desafío ideológico por parte de ISIS ha mostrado ser mucho más inabordable. El grupo terrorista y sus similares han sido capaces de esparcir sus ideas, reclutar a hombres y mujeres jóvenes rebeldes e infiltrarse en países de todo el mundo. Los países occidentales siguen siendo susceptibles al lobo solitario ocasional. No obstante, las nuevas bases de radicalismo yacen en sociedades que una vez fueron moderadas musulmanas, en el centro, sur y sureste de Asia.
Tengamos en cuenta a Indonesia, el país musulmán más poblado del mundo, visto desde hace tiempo como un baluarte moderado.
Este año, el gobernador de Yakarta, capital y ciudad más poblada del país, perdió su intento de reelección al ser tildado por extremistas musulmanes de “no apropiado” para el ejercicio de este puesto por su condición de cristiano. Peor aún, más adelante fue encarcelado, al ser condenado por una acusación de blasfemia dudosa e injusta. En medio de una marea creciente de políticos islámicos, el presidente “moderado” de Indonesia y sus organizaciones islamistas tradicionales “moderadas” no han logrado defender las tradiciones nacionales de tolerancia y multiculturalismo.
Observemos a Bangladesh, otro país con un pasado firmemente secular, donde viven casi 150 millones de musulmanes. Fundado como un país “disidente” de Pakistán, con bases explícitamente no-religiosas, la cultura y política de Bangladesh se han tornado cada vez más extremistas en la última década. Ateos, laicos e intelectuales se han convertido en blanco de acoso, incluso de asesinatos; se han aplicado leyes sobre blasfemia y se ha dado una oleada de ataques terroristas que ha dejado a decenas muertos.
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¿Por qué está sucediendo esto? Hay varias explicaciones. La pobreza, las penurias económicas y el cambio producen ansiedades. “La gente está asqueada de la corrupción e incompetencia de los políticos. Están fácilmente seducidos por la idea de que el islam es la respuesta, incluso si no saben lo que significa”, me explicó un oficial de Singapur. Y luego, los líderes locales realizan alianzas con los clérigos y dan plataformas a los extremistas, todos en la búsqueda de ganar votos fáciles. Someterse políticamente ha ayudado a fomentar el cáncer del extremismo islámico.
En el Sureste Asiático, casi todos los observadores con los que he podido hablar, creen que hay otra causa crucial: dinero e ideología exportados de Oriente Medio, principalmente de Arabia Saudita. Un oficial de Singapur me comentó: “Si viajas alrededor de Asia verás muchas de las nuevas mezquitas y madrazas construidas en los últimos 30 años, que han sido financiadas por el Golfo. Son modernas, limpias, con aire acondicionado, bien equipadas, y Wahhabi (la versión puritana de Arabia Saudita del islam)”. Recientemente salió a la luz que Arabia Saudita planea invertir casi mil millones de dólares en la construcción de 560 mezquitas en Bangladesh. El gobierno saudita ha negado esto, pero fuentes de Bangladesh me aseguraron que hay algo de verdad en estas informaciones.
¿Cómo se puede cambiar esta tendencia? El ministro Shanmugam de Singapur dice que la población de su ciudad (un 15 por ciento de la cual es musulmana) ha permanecido relativamente moderada debido a que el Estado y la sociedad trabajan muy duro en la integración.
“Tenemos cero tolerancia por cualquier tipo de militancia, pero también intentamos asegurarnos que los musulmanes no se sientan marginalizados”, explicó Shanmugam.
Singapur obtiene habitualmente niveles altos en los rankings mundiales gracias a su alto nivel de transparencia, los bajos niveles de corrupción y su Estado de derecho. Su economía provee oportunidades para la mayoría.
Asia continúa creciendo, pero también lo hace el islamismo radical. Esta tendencia solo puede ser revertida con un mejor gobierno y una mejora en su política, realizada por líderes que sean menos corruptos, más competentes y crucialmente más dispuestos a defenderse frente a clérigos y extremistas.
El nuevo Príncipe de la Corona de Arabia Saudita habló la semana pasada de convertir su reino al “islam moderado”. Varios se han burlado de sus palabras, alegando que se trata de una simple estrategia de relaciones públicas, y han hecho referencia al dominio continuo del establecimiento religioso ultraortodoxo del reino. Un mejor enfoque sería incentivar al Príncipe de la Corona a convertir sus palabras en acciones concretas. Si Arabia Saudita pusiera en marcha una reforma religiosa en su territorio, se lograría una victoria contra el islam radical mucho mayor que con todos los avances llevados a cabo en el campo de batalla hasta ahora.
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