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OP-ED: Peña Nieto, culpable

Por mas que cada uno hace lo que quiere en su casa, la invitación que el presidente mexicano Enrique Peña Nieto ha cursado al candidato del partido republicano a la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump representa un insulto a la ciudadanía mexicana. 

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Por mas que cada uno hace lo que quiere en su casa, la invitación que el presidente mexicano Enrique Peña Nieto ha cursado al candidato del partido republicano a la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump representa un insulto a la ciudadanía mexicana. 

Como es sabido, Trump ha vilipendiado durante el ultimo año a la ciudadanía de México, identificándola indiscriminadamente con delitos de violación y robo. Trump ha prometido que –si accede al despacho oval de la Casa Blanca- ordenará construir un muro que separe a los dos países, los costes del cual correrán a cargo del erario público mexicano.

Semejante estupidez ha sido denunciada al norte y al sur del Río Grande, incluso por miembros del partido republicano norteamericano, conscientes que los Estados Unidos se pararían de inmediato si los millones de mexicanos que viven aquí se marcharán del país. 

La rival de Trump a la presidencia, la demócrata Hillary Clinton, ha advertido de la peligrosidad de insultar a un socio vital para Washington como es Mexico. Y si bien la ex primera dama tampoco tiene mucho de que presumir en este debate –al fin y al cabo voto dos veces en el pasado a favor de construir el muro actualmente levantado entre los dos países- ahora se ha dado cuenta de la gravedad de las declaraciones de su rival político. 

Vale la pena apuntar que –como publico meses atrás el prestigioso centro de opinión norteamericano Pew Research Center- el crecimiento de la emigración mexicana hacia los Estados Unidos es ya negativo. La mejora de las condiciones laborales en Mexico, el colapso de la industria inmobiliaria norteamericana y la viciosa actitud de los conservadores en Washington hacia Mexico ha parado el flujo de mexicanos hacia el norte. 

Ante todas estas circunstancias, Peña Nieto, en un gesto insólito que demuestra gran torpeza política, ha invitado a Trump a la residencia de Los Pinos para –según dijo- encontrar lugares comunes de aproximación. En circunstancias normales no cabría sino aplaudir el empuje del mandatario mexicano. Hablando se entiende la gente. Los problemas se solucionan con el enemigo.

Pero lo que Peña Nieto no ha entendido es que Trump lo ha utilizado. Consciente de que sus declaraciones pretéritas lo condenaban al ostracismo en las urnas entre la gran mayoría de hispanos, Trump –hábilmente- ha cambiado la dinámica del discurso en la materia. Arropado por un presidente del país vecino y en un formato televisivo propio del recibimiento que se da a los jefes de estado, Peña Nieto ha caído en la trampa de legitimar el discurso del miedo de un magnate proteccionista e intelectualmente deficiente. Eso sin olvidar que se ha burlado de los periodistas mexicanos convocados a una esperpéntica rueda de prensa donde solo los profesionales de la información que llegaron de Estados Unidos tuvieron turno de pregunta. 

Peña Nieto también puede haber hecho sus cálculos. Su nivel de popularidad es tan bajo que situarse al lado de Trump lo ha catapultado en la escena internacional. Como dice el dicho, mejor que se hable de ti, ni que sea mal. Peña Nieto ha buscado justificarse asegurando que también ha invitado a Hillary Clinton. Pero estas penosas explicaciones apenas parecen dejar rastro entre una ciudadanía que asiste pasmada al último giro copernicano del presidente priista. 

Superado el milagro Peña Nieto de sus dos primeros años, basado en nacionalizaciones semi-encubiertas, irrumpe ahora el Peña Nieto heredero de una tradición política que ni con 7 décadas de poder en los últimos 100 años parece haber colmado su apetito por la polémica. 

Una tesis doctoral plagiada, la compra por parte de su esposa-celebridad de una mansión en el DF por medios opacos, la designación a dedo de diplomáticos esquivando el control del Senado de la república –pregunten a la comunidad diplomática de Barcelona por el cónsul mexicano en la capital catalana-. Y –lo que es mas grave en el caso que nos ocupa- la desatención del presidente por la embajada mexicana en Washington, que tuvo un inquilino que solo duro unos pocos meses, un diplomático que guardo un silencio injustificable durante el nacimiento de la campana política de Trump. 

Me consta que a la presidenta del comité de asuntos exteriores del senado mexicano le hierve la sangre ante estas situaciones. Y ustedes me dirán, bueno, al fin y al cabo la senadora Gabriela Cuevas es una rival política, miembro del PAN con ganas de remover la sartén. 

¿Pero cómo se justifica esta actitud de Peña? Como se entiende que no se haya explicado por estos escándalos? ¿Como se comprende que invite a su residencia oficial, representación del pueblo mexicano, a un individuo que  sometió a ese pueblo a los peores ataques verbales posibles? 

Peña Nieto, culpable. Por acción –representada en una invitación imposible- y por omisión –demostrada en la ausencia de mano dura contra un bufón político que solo busca su interés personal-.