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Además de los nuevos Chromebooks o iPads para los estudiantes, los maestros necesitan escuelas que les proporcionen capacitación de calidad, nuevas estrategias disciplinarias y excelentes recursos para modernizar las lecciones.
Además de los nuevos Chromebooks o iPads para los estudiantes, los maestros necesitan escuelas que les proporcionen capacitación de calidad, nuevas estrategias disciplinarias y excelentes recursos para modernizar las lecciones.

[OP-ED]: Nuestro sistema educativo no se arreglará por echar más aparatos al aula

El ex secretario de Educación, Arne Duncan, recientemente lanzó un pedido para que los estudiantes tengan más acceso a herramientas de alta tecnología.

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“La persistente carencia de acceso a fuentes educativas y tecnología de talla mundial en muchas comunidades es la esencia de este asunto,” escribió Duncan en el Brown Center Chalkboard, un blog de la Brookings Institution. “Esa desigualdad genera algo más que resultados de exámenes deficientes. Se agranda hasta crear inmovilidad económica, estancando a aquellos individuos sin la capacitación necesaria para ganar puestos bien remunerados.”

Ese tipo de creencia ilusoria de que con más computadoras y más cursos de apps electivos en las escuelas el futuro de los estudiantes será brillante es una simplificación excesiva de un asunto muy complejo.

En los últimos seis meses como profesora de clases de tecnología (tanto de aplicaciones de software y Chromebook) y como atenta observadora de la manera en que los maestros utilizan aparatos digitales de aprendizaje en las aulas, me di cuenta de que, incluso cuando las herramientas están presentes, ni los estudiantes ni los maestros saben cómo sacar el mejor provecho de la tecnología.

Primero, algo de información sobre cómo se presenta la tecnología: Un distrito escolar decide implementar una política de “un aparato por estudiante”, y después pasa incontables horas y millones de dólares comprando los aparatos, instalando los sistemas para su mantenimiento y llevándolos a manos de los estudiantes.

Se invierten muy poco tiempo o energía en capacitar a los maestros para utilizar los aparatos a fin de crear lecciones dinámicas por las que la materia cobre vida y el aprendizaje sea profundo. En muchos casos, se supone que los maestros sabrán cómo hacerlo--y serán capaces de diseñar e implementar la nueva enseñanza sin problemas y sin ayuda.

Eso no es justo. Hasta los maestros más familiarizados con la tecnología quizás no puedan diseñar lecciones que utilicen recursos en línea, que pueden variar enormemente en calidad y a veces requieren costosas suscripciones pagas.

En otras instancias, los aparatos son emparejados con “sistemas de aprendizaje” que ayudan a los estudiantes a trabajar en matemática o lenguaje en el entorno de un juego de video.

Pero seamos claros: A pocos estudiantes les gusta aprender cómo evaluar ecuaciones algebraicas aun cuando se las presenten en juegos electrónicos no muy sofisticados de baloncesto o al estilo de Space Invaders.

En esos casos, las computadoras portátiles, los iPads o Chromebooks se convierten en equivalentes digitales del siglo XXI de las antiguas hojas de trabajo para practicar destrezas.

¿Es de extrañar, entonces, que, como era de suponerse, los estudiantes no vengan a clase con sus aparatos (que fueron entregados por la escuela) cargados y listos para ser usados para propósitos académicos?

Lamentablemente, como con cualquier otro aspecto de desempeño académico--es decir, completar tareas en clase, leer los textos requeridos, estudiar para pruebas--sólo se puede contar con los muchachos que siempre son organizados y que tratan de hacer todo lo mejor posible, para que lo hagan.

¿El resto?

Bueno, digamos solo que en mi escuela, en la que se le da a cada estudiante un Chromebook para utilizar tanto en la clase como en casa, he luchado con lecciones o pruebas que dependen de la tecnología. A pesar de implorar y tratar de convencer, sé que, en cualquier momento dado, alrededor de la mitad de la clase no tendrá su aparato listo.

En otras instancias, los estudiantes usan sus aparatos como cajas de música, por medio de YouTube, cuando las lecciones son “aburridas”. O peor aún, cuando dan pruebas en línea, los estudiantes usan motores de búsqueda para copiarse--aún cuando saben que la actividad en Internet está monitoreada por software disciplinario.

No es mi deseo sugerir que las herramientas tecnológicas no pueden ser una fuerza para el bien en las escuelas--con la cultura adecuada y la capacitación correcta para los maestros, tienen el potencial de llevar el aprendizaje a nuevas alturas. Pero simplemente lanzar más computadoras en manos de los muchachos y proporcionar más clases de programación no producirá más tecnólogos de ciencias y una economía más fuerte.

Duncan quiere que “los gobernantes conviertan la educación de la tecnología en prioridad nacional”. Quiere que la sociedad adopte la “responsabilidad colectiva de ayudar a cerrar la brecha de destrezas tecnológicas y de potenciar a nuestros estudiantes y profesionales para que se conviertan en los creadores e individuos capaces de solucionar problemas que necesitamos para reavivar la economía norteamericana en el mundo actual impulsado por la tecnología.”

Los profesores también quieren eso.

Pero además de los nuevos Chromebooks o iPads para los estudiantes, los maestros necesitan escuelas que les proporcionen capacitación de calidad, nuevas estrategias disciplinarias y excelentes recursos para modernizar las lecciones.

Además--esencial para el éxito de cualquier iniciativa tecnológica--necesitan apoyo de los padres para ayudar a que los alumnos cuiden sus aparatos, se aseguren de que sean utilizados para propósitos educativos en casa y estén en sus mochilas, cargados para utilizarlos en clase.