[OP-ED]: No se cieguen por las adulaciones de los reclutadores univesitarios
Muchas escuelas de todo el país requieren que los alumnos del segundo año de secundaria den el examen preliminar SAT o el ACT de práctica, como preparación para los exámenes del anteúltimo año, que ayudan a determinar su competitividad en universidades sumamente selectivas. Cuando lo hacen, los estudiantes tienen la opción de llenar un casillero indicando que están de acuerdo con que las posibles universidades los contacten en el futuro.
Muchas escuelas de todo el país requieren que los alumnos del segundo año de secundaria den el examen preliminar SAT o el ACT de práctica, como preparación para los exámenes del anteúltimo año, que ayudan a determinar su competitividad en universidades sumamente selectivas. Cuando lo hacen, los estudiantes tienen la opción de llenar un casillero indicando que están de acuerdo con que las posibles universidades los contacten en el futuro.
Ésa fue la causa por la que, el día posterior al feriado de Martin Luther King Jr., mi buzón contuviera por lo menos 12 cartas aduladoras de universidades de todo el país, dirigidas a mi hijo menor.
Verlas todas juntas ayudó a destacar la desconcertante variedad de ofertas no-solicitadas que los estudiantes y sus padres deben examinar, mientras tratan de decidir dónde gastarán miles de dólares para obtener un título universitario.
En las diversas cartas, a menudo firmadas por el director de admisiones de la universidad, se halagó a mi hijo por ser “un estudiante talentoso con un futuro brillante”, “singular”, “motivado” y “logrado”. Algunas fueron más elogiosas que otras: “Identifico a un líder futuro cuando lo veo—y por lo que puedo decir de tus éxitos hasta ahora, llegarás lejos.”
Algunos indicaron su apoyo y se ofrecieron como consultores: “Quiero ayudarte a que llames la atención del personal de admisiones de cualquier universidad (de la misma manera en que llamaste la mía)”. Y: “Como estoy interesado en ti y en tu continuo éxito, quiero ayudarte a encontrar la universidad en la que estarás más feliz y donde realmente te destacarás.”
Todos ofrecieron “guías” personalizadas en forma de listas—con el pretexto de proveer de información valiosa sobre el proceso de admisión universitaria, pero en realidad para convertir a los lectores de las cartas (a quienes proporcionan un nombre de usuario y un código numérico individual) en visitantes de sitios Web.
Entre ellas “4 sugerencias para la búsqueda exitosa de una universidad”, “5 indicios de que una universidad vale la pena”, “Cinco maneras de encontrar una universidad que maximice tu potencial”, “5 razones por las que tu solicitud se destacará”, “Las siete cosas que olvidan los estudiantes cuando escogen una universidad”, “7 sugerencias para estudiantes motivados” y mi favorita, sin números: “Tu factor ¡Pa!—y cómo usarlo para iniciar una carrera.”
Compartiría algunas sugerencias, pero ninguna de estas guías eran accesible sin inscribirse y proveer de muchos detalles personales sobre las finanzas de Mamá y Papá e información de contacto en sitios Web muy sospechosos de spam.
Aunque tres de las 12 cartas que recibimos provenían de universidades reales, con reputaciones antiguas y lazos con sus comunidades en el campus, las otras eran—para dos padres con tres títulos de postgrado entre los dos—obviamente dudosas.
Una de ellas, que se jactó de “instalaciones modernas y la última tecnología” y profesores que “dedican tiempo a conocer a sus estudiantes y hacen lo necesario para ayudarlos a triunfar”, fue descripta en términos enérgicos en un sitio Web de quejas del consumidor.
Tildada de “turbia”, “sólo quieren dinero” y “una farsa”, un estudiante escribió lo siguiente sobre esta “universidad” con la esperanza de comenzar una demanda colectiva: “Por favor, si están cansados de sus prácticas crediticias depredadoras y de sus falsas promesas, llámenme y trabajaremos juntos.”
No sugiero que todas las universidades que hacen marketing mediante correo directo sean fraudulentas, pero en el pasado, sólo verificar si una universidad era una entidad con o sin fines de lucro era suficiente—y ya no es así.
Pero en general, las fábricas de títulos, las escuelas con fines de lucro y aquellas de larga distancia deficientemente reguladas, son las que gastan millones de dólares en complejas estrategias de reclutamiento utilizando marketing digital. Esas tácticas ponen en peligro a los solicitantes más vulnerables—los estudiantes que son los primeros de su familia en asistir a la universidad.
En febrero del año pasado, el Departamento de Educación creó una Student Aid Enforcement Unit para responder más rápida y eficazmente a las acusaciones de acciones cuestionables, mala conducta o fraude sospechado en instituciones de educación superior. El objetivo era complementar medidas que el gobierno de Obama tomó para proteger a estudiantes contra prácticas de reclutamiento agresivas. Las acciones incluyen la creación de herramientas del consumidor para ayudar a las familias a tomar decisiones con mejor información, reglamentaciones de empleos remunerados dirigidas a asegurar que los estudiantes no dejen el campus con deudas abrumadoras, y el cumplimiento de la prohibición de incentivos monetarios de los reclutadores.
Pero hasta que todas esas iniciativas se pongan realmente en práctica, la carga la llevan los padres.
Cuando reciban todos esos paquetes de diversas universidades, verifiquen con la Federal Trade Commission (https://www.consumer.ftc.gov/articles/0206-college-degree-scams) para evitar títulos fraudulentos, para investigar si la entidad está acreditada y para obtener enlaces directos a fuentes de confianza, a fin de comparar programas universitarios. La elección de una universidad es demasiado importante para equivocarse.
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