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En lugar de ser un libro de lectura fácil, el libro es un depósito no sólo de historia y cultura estadounidenses sino de los aspectos esenciales de la literatura occidental.
En lugar de ser un libro de lectura fácil, el libro es un depósito no sólo de historia y cultura estadounidenses sino de los aspectos esenciales de la literatura occidental.

[OP-ED]: Moby-Dick--la historia de la ballena y el destino de Estados Unidos

Hay pocas cosas en la vida que inspiran más alegría que estar expuesto al entusiasmo de una persona profundamente enamorada. 

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Eso ocurre con “Why Read Moby-Dick”, la sucinta obra de Nathaniel Philbrick publicada en 2011, que no solo convence a uno de que vale la pena leer la clásica historia de la ballena, sino que le inspira a uno a leerla. 

En verdad, es muy probable que los únicos que puedan sentir atracción por un libro sobre la grandeza de la extensa, tortuosa y a veces psicodélica obra maestra de Herman Melville sean los que ya la leyeron y disfrutaron de ella muchas veces, y necesitan sólo un mínimo incentivo para volver a ella. 

Aún así, con el inminente 166° aniversario de la publicación en Estados Unidos de “Moby Dick”,  a mediados de noviembre--y la llegada del primer frío del otoño, que crea justo la atmósfera apropiada para lanzarse al mar literario--la carta de amor de Philbrick da en el clavo. 

Así pues, ¿por qué leerla?

“Moby Dick” no es solo una novela sobre la caza de una ballena en alta mar, ni tampoco es solo una gran metáfora de la búsqueda, a menudo trágica, de un sueño en los Estados Unidos. Es la epopeya estadounidense que contiene, tal como lo expresa Philbrick “nada menos que el código genético de Estados Unidos: todas las promesas, problemas, conflictos e ideales” que fomentaron la violenta separación de Gran Bretaña y llevaron al país a su casi destrucción ochenta y siete años más tarde. Esas mismas pasiones y contradicciones “continúan impulsando la marcha siempre continua de este país hacia el futuro”. Y a lo largo de esa marcha, generaciones de estadounidenses recurrieron a “Moby Dick” para comprenderse no sólo a sí mismos sino también a sus adversarios. En el capitán Ahab, la Gran Generación vio a Hitler, y la generación actual ve “en 2010, una compañía petrolera de perforaciones profundas enloquecida por las ganancias” y “un dictador del Oriente Medio enloquecido por el poder, en 2011.”

(En verdad, es difícil no pensar en cierto presidente egotista cuando uno lee la observación de Ishmael sobre el capitán Ahab: “¿Pero aguantaremos pacientemente que este viejo insensato arrastre al desastre a toda la tripulación de una nave?”.

Philbrick señala en qué medida nuestra cultura fue influenciada por “Moby Dick”--”obras de teatro, films, óperas, historietas, miniseries de televisión y hasta un libro con ilustraciones en relieve,”— lista que, de ninguna manera es exhaustiva, y a la que yo agregaría el hermoso poema sinfónico “Of Sailors and Whales: Five Scenes from Melville”, por el compositor estadounidense Francis McBeth, accesible para su audición sin cargo en YouTube. 

Pero Philbrick confronta una realidad: “Los que nunca leyeron una palabra de la historia de Ahab y la Ballena Blanca la conocen. “Moby Dick” sea quizás muy conocida, pero del puñado de novelas consideradas como clásicos estadounidenses, “The Adventures of Huckleberry Finn” y “The Great Gatsby” son ejemplos, [Moby-Dick] es la que se lee más a regañadientes. Es muy larga y tiene demasiadas digresiones para ser apropiadamente apreciada por adolescentes carentes de sueño, particularmente en esta época de distracciones digitales.” 

(Otro aparte: Quizás aquellos a quienes nos encanta “Moby Dick” nos encontremos en la intersección de un extraño diagrama de Venn incluyendo esa otra obra sumamente larga, obsesivamente detallada y deliciosamente digresiva: “Infinite Jest” de David Foster Wallace. Esos aficionados se regocijarán de placer cuando se encuentren con la referencia de Melville a la “metempsicosis”: fue enteramente una sorpresa  de la que se han escrito monografías universitarias sobre el estudio y la utilización de “Moby Dick” en la obra de Wallace y similitudes en la investigación de ambos autores sobre la obsesión y la adicción.) 

Para recapitular: Moby Dick es una obra realmente larga, terriblemente meticulosa y a veces psicodélica. Muchos la han evitado durante toda una vida.

Sin embargo, tal como lo expresa Philbrick, “el ejemplo de Melville demuestra la sensatez de esperar para leer los clásicos. Llegar a un gran libro por cuenta propia después de haber acumulado la experiencia de vida esencial puede implicar una gran diferencia.”

Philbrick concluye que: “En lugar de ser un libro de lectura fácil, el libro es un depósito no sólo de historia y cultura estadounidenses sino de los aspectos esenciales de la literatura occidental.” 

Tras mi tercera lectura, estoy de acuerdo. Pero más que eso, “Moby Dick” es en realidad entretenido y ameno. Cuando uno acaba las interminables descripciones de tipos de ballenas y de aceites de ballena se ve recompensado por acción, drama y la poesía in extremis de un volátil capitán de mar. 

Sin duda, una vez que la maratón casi termina y uno se siente aliviado por llegar finalmente a la icónica frase: “Ahí va”, quizás se encuentre deseando que el capitán Ahab agite su airado puño y grite: “Nunca hundirás esta nave!” a la vieja Moby, de la misma manera que su doble, el teniente Dan, lo hiciera en “Forrest Gump”. 

Pero apuesto a que no quedarán decepcionados sobre quién nadará otro día.