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El director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Roberto Azevedo, interviene durante una rueda de prensa celebrada en el marco del Foro Económico Mundial que acoge la ciudad alpina de Davos (Suiza).EFE
El director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Roberto Azevedo, interviene durante una rueda de prensa celebrada en el marco del Foro Económico Mundial que acoge la ciudad alpina de Davos (Suiza).EFE

[OP-ED]: En defensa de la globalización

Este año, el Foro Económico Mundial se parece a un ejercicio del ritual de la autoflagelación, el cual, como la antigua práctica cristiana de ayuno y flagelo…

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Este año, el Foro Económico Mundial se parece a un ejercicio del ritual de la autoflagelación, el cual, como la antigua práctica cristiana de ayuno y flagelo del propio cuerpo, se supone que purifica la naturaleza pecaminosa del ser humano. El pecado, por supuesto, es la globalización, que ahora todo el mundo parece reconocer que ha sido desequilibrada, injusta y peligrosa. De hecho, la mayoría de las fallas atribuidas a la globalización en realidad son errores en la política nacional que pueden ser corregidos.

El chino millonario habló francamente sobre este tema. Jack Ma, el fundador del comercio electrónico más grande del mundo, Alibaba, estimó que en las últimas tres décadas el gobierno estadounidense gastó U$S14.2 billones para luchar 13 guerras. Ese dinero podría haber sido invertido fácilmente en Estados Unidos para la creación de infraestructura y creación de trabajos. “Se supone que uno debe gastar dinero en su propia gente”, dijo. “No es que los otros países les roban trabajos a ustedes, muchachos, es la estrategia de ustedes”. Él señaló que la globalización produjo enormes beneficios para la economía estadounidense pero que la mayoría de ese dinero terminó en Wall Street. “¿Y qué sucedió? Año 2008. La crisis financiera arrasó U$S 19.2 billones solo en Estados Unidos ... ¿Qué sucedería si el dinero fuera invertido en el Medio Oeste de Estados Unidos para desarrollar la industria de ese lugar?”

Uno no debe aceptar los detalles y estadísticas de Ma para reconocer la validez de su opinión general. La globalización creó enormes oportunidades para el crecimiento, muchas de las cuales fueron tomadas por empresas estadounidenses. Actualmente, la economía global todavía es extendidamente dominada por grandes firmas estadounidenses; 134 de la lista Fortune Global 500 son estadounidenses. Y si uno observa aquellas industrias avanzadas, la gran mayoría son estadounidenses. Estas empresas se han beneficiado enormemente al tener cadenas globales de suministro que pueden proveer bienes y servicios alrededor del mundo, ya sea para lograr costos laborales más bajos o para estar cerca de los mercados en los cuales ellos venden. Dado que el 95 por ciento de los consumidores potenciales del mundo viven fuera de Estados Unidos, encontrar maneras de venderles tendrá que ser una estrategia principal para el crecimiento, incluso para un país con una gran economía nacional como Estados Unidos.

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Obviamente, la globalización tiene grandes efectos en economías y sociedades nacionales, y produce problemas significativos. ¿Qué fenómeno complejo no lo hace? Sin embargo, también genera oportunidades, innovación y riqueza para naciones que luego pueden utilizar para resolver estos problemas a través de buenas estrategias nacionales. Las soluciones son fáciles de exponer en teoría: educación, capacitación basada en habilidades y perfeccionamiento, infraestructura. No obstante, son extremadamente caras y también difíciles de ejecutar bien.

Resulta mucho más fácil ir en contra de los extranjeros y prometer luchar contra ellos con aranceles y multas. Pero el costo de solucionar estos problemas a nivel global es masivo. La publicación semanal británica “The Economist” informa, en una encuesta acerca de la globalización, que en 2009 la administración Obama castigó a China con un arancel en sus neumáticos. Dos años después, el costo para los consumidores estadounidenses era U$S1.1 mil millones o U$S900, 000 por cada trabajo “salvado”. El impacto de tales aranceles usualmente afecta desproporcionadamente a los pobres y a la clase media ya que gastan una poción más grande de sus ingresos en bienes importados, como comida y ropa. Esa misma encuesta de “The Economist” hace referencia a un estudio que calculó que en 40 países, si finalizase el comercio transnacional, los consumidores más pudientes perderían el 28 por ciento de su poder adquisitivo pero la décima parte de los más pobres perderían un asombroso 63 por ciento.

Tal vez es aún más importante, que el motor clave que está reduciendo los salarios y eliminando trabajos en el mundo industrializado es la tecnología y no la globalización. Por ejemplo, entre 1990 y 2014, la producción automotriz estadounidense aumentó un 19 por ciento, pero con 240,000 trabajadores menos.

Incluso cuando la producción vuelve a Estados Unidos, es manufactura de alta calidad. Ya no se trata solamente de nuevas fábricas Intel que tienen menos trabajadores. Adidas ha establecido una nueva fábrica de zapatos en Alemania que es dirigida casi totalmente por robots. Abrirá una similar en Atlanta para finales del presente año. Y los pocos trabajadores en estas fábricas suelen ser técnicos altamente cualificados e ingenieros de software. Uno no puede apagar las revoluciones tecnológicas. Ni tampoco detener el crecimiento de China. Los aranceles en China solo significarán que la producción vendrá de un país del tercer mundo.

El mejor enfoque para el mundo en el cual vivimos no es la negación sino el empoderamiento. Los países deberían reconocer que la economía mundial y la revolución tecnológica requieren esfuerzos nacionales grandes y sostenidos para equipar a los trabajadores con las habilidades, capital e infraestructura que necesitan para triunfar. Las naciones deberían acoger a un mundo abierto pero solo mientras que estén debidamente equipadas para competir en este. Y eso requiere políticas nacionales inteligentes, efectivas y muy caras, no algún gran cambio en la globalización.