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Si la administración Trump desea estabilidad en el Oriente Medio debería ayudar a mediar un nuevo equilibrio de poder. Esto no puede suceder puramente en términos sauditas. Irán es un gran jugador en la región, con influencia real y su rol deberá ser reconocido. EFE
Si la administración Trump desea estabilidad en el Oriente Medio debería ayudar a mediar un nuevo equilibrio de poder. Esto no puede suceder puramente en términos sauditas. Irán es un gran jugador en la región, con influencia real y su rol deberá ser…

[OP-ED]: El caos del Oriente Medio

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La premisa de la estrategia de Trump era apoyar a Arabia Saudita, con la convicción que esta sería capaz de de luchar contra el terror y estabilizar a la región. De hecho, Trump dio el visto bueno a los sauditas para seguir su política exterior cada vez más agresiva y sectaria. 

El primer elemento de esa política ha sido excomulgar a quien ha sido su rival por mucho tiempo, Qatar, romper las relaciones con ese país y empujar a sus aliados más cercanos a tomar la misma medida. Los sauditas siempre han considerado a Qatar como un vecino problemático y están furiosos debido a sus esfuerzos de jugar un rol regional y global al acoger un enorme centro militar estadounidense, y además fundar la cadena de televisión Al Jazeera, planear ser la sede de la Copa del Mundo 2022, y utilizar más fuerza de la que tiene diplomáticamente. 

Es verdad que Qatar ha apoyado a algunos movimientos extremistas islámicos. También lo ha hecho Arabia Saudita. Ambos son países wahabitas, ambos tienen entre sí a predicadores extremistas y en general se cree que ambos poseen grupos islamitas armados en Siria y en otros lugares. En ambos casos, las familias reales juegan un juego de aliarse ellos mismos con fuerzas religiosas fundamentalistas y de financiar a algunos militantes, incluso mientras luchan contra otros grupos violentos. 

En otras palabras, sus diferencias son realmente geopolíticas, a pesar de que usualmente se enmascaran como ideológicas. 

La división abierta entre los dos países creará una mayor inestabilidad regional. Qatar se acercará a Irán y Turquía, y forjará alianzas más profundas con grupos anti sauditas por todo el mundo musulmán. Las batallas entre varios bandos de militantes (en Siria, Irak, Yemen y el norte de África) se complicarán. Los ataques terroristas en Teherán ocurridos el miércoles, por los cuales el Estado Islámico asumió su responsabilidad, son vistos en Irán como parte de una campaña inspirada en los sauditas en su contra. Deberíamos esperar que las milicias respaldadas iraníes respondan de alguna forma. Resulta demasiado para la estabilidad regional. 

Y Estados Unidos se encuentra en el medio de todo esto, mantiene relaciones cercanas con Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos mientras dirige operaciones militares regionales estadounidenses fuera de su base en Qatar. Trump ha publicado tweets en contra de Qatar pero las tropas estadounidenses tendrán que vivir con la realidad de que Qatar es su anfitrión y un aliado militar cercano en la guerra contra el Estado Islámico. 

Para una superpotencia como Estados Unidos, la mejor política en el Oriente Medio siempre ha sido mantener lazos con todos los jugadores regionales. Uno de los grandes éxitos de la política exterior de Richard Nixon y Henry Kissinger fue que fueron capaces de atraer a Egipto en la esfera estadounidense, mientras preservaron simultáneamente una alianza con el Sha de Irán. Durante décadas, Washington fue capaz de jugar un juego bismarckiano de cultivar buenas relaciones con todos los países, de veras mejor que las que tenían el uno con el otro.

Dos eventos radicales alteraron el panorama geopolítico en el Oriente Medio. El primero fue la revolución iraní de 1979, que introdujo un poder revisionista radical en la región y luego provocó una reacción de países como Arabia Saudita. La promesa iraní de esparcir su versión del islam llevó a los sauditas a acelerar sus propios esfuerzos para dar a conocer sus ideas e influencia. Los resultados fueron venenosos para el mundo musulmán, que radicalizó comunidades en todos lados. 

El próximo terremoto fue la invasión de Irak conducida por Estados Unidos, que desestabilizó el equilibrio de poder. Las ambiciones iraníes habían sido controladas por Saddam Hussein de Irak, que había luchado una guerra sangrienta en su contra de ocho años de duración. Cuando desapareció Saddam, la influencia de Irán comenzó a esparcirse en Irak, en donde ahora es la influencia externa más importante en el gobierno de Badgad. La alianza de Irán con Siria se volvió central para la sobrevivencia de Bashar Assad. Sus relaciones con las comunidades chiitas de todos lados, desde Yemen hasta Bahrein se han fortalecido. 

Si la administración Trump desea estabilidad en el Oriente Medio debería ayudar a mediar un nuevo equilibrio de poder. Esto no puede suceder puramente en términos sauditas. Irán es un gran jugador en la región, con influencia real y su rol deberá ser reconocido. Cuanto más espere Washington para hacer esto, la inestabilidad crecerá. Esto no cederá nada a Teherán. La influencia iraní sería contrarrestada por Turquía, Arabia Saudita, Egipto y otros. La meta sería un Oriente Medio en el cual todos los poderes regionales se sintieran lo suficientemente involucrados para que trabajasen para finalizar las guerras por procuración, las insurgencias y el terrorismo que sigue causando tanta muerte, destrucción y miseria humana. 

Donald Trump aprendió recientemente que la atención médica es complicada. Bienvenido al Oriente Medio.