[OP-ED]: ¿Cuál es nuestro ideal de patria?
Cuando una nación padece las consecuencias de los errores cometidos durante muchos años en su administración y en su política, los habitantes ponen la esperanza en un cambio. Sin embargo, el cambio exige agallas y constancia de los que desean llevarlo a cabo. Son muchas las personas que desean el cambio, pero no están dispuestas a soportar los grandes compromisos y privaciones que deben precederle.
Cuando una nación padece las consecuencias de los errores cometidos durante muchos años en su administración y en su política, los habitantes ponen la esperanza en un cambio. Sin embargo, el cambio exige agallas y constancia de los que desean llevarlo a cabo. Son muchas las personas que desean el cambio, pero no están dispuestas a soportar los grandes compromisos y privaciones que deben precederle.
Toda renovación exige un balance de los aciertos y de los errores incurridos en el pasado; los aciertos para reconocerlos, festejarlos, y analizar los factores que contribuyeron a hacerlos posible; y los errores, para estudiarlos a conciencia, enmendarlos, y evitarlos en el futuro.
La renovación de un pueblo comienza nutriendo la mente de sus habitantes con ideas, opiniones y datos que fomenten una estructura de pensamiento basada en la justicia social y el bien común. Esta lluvia positiva de ideas va penetrando poco a poco, hasta llegar a tocar las fibras más profundas del corazón y de la mente de sus habitantes. Así nace la voluntad de sostenerse sobre los propios pies, y enfrentar las dificultades. Lo arduo de la tarea no importa, es inmaterial, lo que importa es estar convencido de que es posible superar los obstáculos y llegar a la meta. Esta actitud positiva de lucha produce el clima propicio para el cambio.
La diferencia en alcanzar el éxito o el fracaso está en que cuando fracasamos, fijamos toda nuestra atención en los obstáculos, y cuando triunfamos, nuestra energía se canaliza hacia el logro del objetivo. El concentrar nuestra atención en los obstáculos, provoca un desánimo generalizado, mientras la visión mental de un futuro luminoso permite que nos sobrepongamos a las dificultades de nuestra condición presente. Si nos proponemos a construir un país educado, próspero y justo, desarrollaremos suficiente convicción e ímpetu para alcanzarlo. Porque sólo cuando cambian los individuos, cambian las naciones. Debemos reconocer que evadimos nuestro compromiso personal con nuestra patria. Olvidamos amar a nuestro México y a menudo lo denigramos. No hemos aprendido a decir con orgullo: “Hecho en México, por mexicanos”.
¿Deseamos construir un sistema de gobierno más eficiente? ¿Un sistema que logre producir en el país la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política?
Se puede entender el bien común como la suma de las condiciones de la vida social que permita a los individuos dar forma libremente a sus vidas. No hablamos aquí de unas condiciones mínimas de desarrollo; el Bien Común abarca el conjunto de aquellas condiciones de la vida social con las cuales los individuos, las familias y las asociaciones puedan lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección. El Bien Común deberá estar siempre orientado hacia el progreso de las personas -lo material forma parte de la integridad del desarrollo humano- por ello, el orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas y no al contrario. Este orden tiene por base la justicia social: dar a cada quién lo que le corresponde.
Hoy es el momento exacto para determinar de una vez por todas cuál es el ideal de patria por el que dieron su vida nuestros héroes, y cuál es en la actualidad el mejor método para lograrlo sin derramamiento de sangre.
Urge un cambio planificado en todas las estructuras, y eso exige la transformación de los individuos, conciencias y corazones. La renovación requiere un cambio de actitud y de conducta de todo un pueblo, y una cuidadosa planeación para obtenerlo. El proyecto de crear la sociedad justa y digna que todos merecemos es un ideal exageradamente ambicioso, pero por ser tan grande, exige una gran energía cerebral y un enorme entusiasmo de cada uno de los mexicanos.
El cambio que todos deseamos requiere una revolución pacífica, una revolución silenciosa y profunda en el sistema de pensamiento que inicie en los hogares, en las aulas, organizaciones, instituciones. ¿Qué se quiere cambiar? ¿Por qué? ¿Cómo y cuándo?
El cambio requiere que los ciudadanos estemos realmente convencidos de que es necesario el cambio, y que el cambio es posible. Después, determinar qué se quiere cambiar, por qué, cómo, cuándo, y dónde. Y por último, lograr la participación de un buen número de ciudadanos en el proceso de cambio.
Y tenemos prisa.
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