[Op-ED]: Alimenten sus memorias navideñas
El lunes pasado hablé por teléfono con mi amiga Milagros, una inmigrante dominicana, nacionalizada estadounidense, que hace un año se mudó a Barcelona por amor.
Estas serán las segundas Navidades que Milagros pasa lejos de su familia, en Miami. Y aunque en España tiene buenos amigos, reconoce que no será lo mismo. “En Miami comeríamos el lechón asado entero, y aquí, como somos pocos, cocinaremos solo una pata al horno”, me comentó, melancólica.
El lunes pasado hablé por teléfono con mi amiga Milagros, una inmigrante dominicana, nacionalizada estadounidense, que hace un año se mudó a Barcelona por amor.
Estas serán las segundas Navidades que Milagros pasa lejos de su familia, en Miami. Y aunque en España tiene buenos amigos, reconoce que no será lo mismo. “En Miami comeríamos el lechón asado entero, y aquí, como somos pocos, cocinaremos solo una pata al horno”, me comentó, melancólica.
Para Milagros, igual que para la mayoría de inmigrantes Latinos esparcidos por el mundo, la Nochebuena es una las noches más alegres del año. Una noche de comilona en familia, que permite reconectar con las raíces, con la infancia, con el recuerdo de bisabuelos, abuelos, o de aquellos seres queridos que ya no están.
“En Barcelona será una noche más tranquila, pero el espíritu navideño estará ahí igual, iremos llamando a la familia, en Miami, en Dominicana… cuando unos empiecen a comer, otros ya estaremos bailando…”, añadió Milagros, más animada.
La Nochebuena es una las noches más alegres del año. Una noche de comilona en familia, que permite reconectar con las raíces, con la infancia, con el recuerdo de bisabuelos, abuelos, o de aquellos seres queridos que ya no están.
En Miami, Milagros se hubiera reunido con el resto de su familia dominicana en la casa de su hermano para comer un lechón asado, cocido lentamente en un fuego de leña durante todo el día, hubieran tocado la tambora, cantado aguinaldos, y “bailado y tomado hasta el amanecer”, como dice mi amiga.
Esta Nochebuena serán solo ocho personas alrededor de la mesa de Milagros y su marido en Barcelona. Para no perder el espíritu caribeño y sentirse como en casa, cada uno preparará un plato tradicional: pierna de cerdo, sancocho, ensaladilla rusa, moro de gandules con arroz y pasteles de hoja. La única aportación española a la cena serán los turrones y el vino, productos que no existen en los recuerdos navideños de infancia de Milagros, pero que ahora simbolizan su tierra de acogida.
La cena de Navidad es un buen momento para remontarnos al pasado, para hacernos entender nuestros orígenes: quiénes éramos, quiénes somos, hacia dónde vamos.
Cada Nochebuena, recuerdo a mi abuela mojando un barquillo en su copa de cava: me veo a mi misma de pequeña subida a un taburete, recitando poesías de Navidad frente a los mayores, antes de arrasar con los turrones de chocolate; recuerdo a mi abuelo sentado a la cabeza de la mesa, alzando la cuchara llena de sopa con su mano temblorosa, y mirándonos a todos con orgullo.
Recuerdo a mi abuelo sentado a la cabeza de la mesa, alzando la cuchara llena de sopa con su mano temblorosa, y mirándonos a todos con orgullo.
En un mundo cada vez más global, en el que se mezclan las tradiciones y folklores, es bonito aferrarnos a los pequeños rituales para seguir entendiendo quiénes somos. En mi ciudad antes los regalos los traía los Reyes Magos, ahora los trae también Papa Noel; nos disfrazábamos por Carnaval, ahora también para Halloween; esperábamos ansiosos la llegada de las rebajas, que empezaban el día después de los Reyes Magos, ahora tenemos antes el Black Friday.
Probablemente muchos niños Latinos ya no quieren subirse al taburete a cantar villancicos o tocar una tambora, sino las versiones Pop de sus cantantes favoritos. Pero seguirán sentándose alrededor de la mesa por Navidad y alimentándose de recuerdos que ya nunca volverán.
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