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Lula, Latinoamérica y ¿El fin de una era?

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SANTA CRUZ DE LA SIERRA, Bolivia – No es fácil ser líder regional en América Latina. Complacer a seguidores en su propio país ya es difícil; pero los retos aumentan cuando se tiene el perfil del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, sobre quien se depositaron las esperanzas de millones que vieron en él la capacidad de influir en los temas políticos y económicos más apremiantes en estos tiempos polarizados.

Para algunos en esta ciudad, el mandatario brasileño se quedó corto en satisfacer sus expectativas y ahora cuentan los días hasta el 3 de octubre, cuando sus vecinos brasileños irán a las urnas a escoger a un nuevo presidente.

Localizada en la zona más rica y blanca del este de Bolivia, Santa Cruz ha sido considerada por mucho tiempo el bastión de la oposición al primer presidente indígena de Bolivia, Evo Morales. En busca de más autonomía del Gobierno central, los cruceños – más que aspirar a separarse de Bolivia – han buscado utilizar los lazos económicos y la proximidad geográfica con el gigante suramericano para mantenerse distantes de La Paz.

Lula, sin embargo, nunca ofreció mayor apoyo a la posición de Santa Cruz, una decisión que resultó ser sabia tanto para Brasil como Bolivia. Morales no sólo fue elegido democráticamente en 2005, sino reelegido en 2009; por lo que ha estado en el poder más tiempo que cualquiera de sus predecesores desde que Bolivia regresó a la democracia en 1982. Eso genera un nivel de estabilidad que Brasil aprecia.

Con respecto al tema de las drogas ilícitas potencialmente más desestabilizador, el mandatario brasileño también enfrentó un difícil reto. Mientras se desligaba de los esfuerzos de Morales de glorificar la hoja de coca, Lula debía ser cuidadoso de no ser vinculado con las políticas antidrogas intransigentes e impopulares que promovió Washington en Bolivia. Desde que Morales, antiguo líder cocalero, expulsó a la DEA de este país, Lula profundizó la cooperación entre la policía federal brasileña y sus contrapartes bolivianas, siempre cauteloso de mantener un rol discreto.

Y eso fue solo en Bolivia. En sus ocho años de Gobierno, el líder brasileño tuvo que navegar con habilidad las expectativas de muchos otros en la región.

En Colombia, por ejemplo, a menudo, el Gobierno de Álvaro Uribe parecía desilusionado con el apoyo poco entusiasta de Brasil a su campaña anti insurgentes. Mientras que en Venezuela, el presidente Hugo Chávez fue un airado promotor de la influencia creciente de Lula en la región – cuando no estaba dedicado a socavarla.

Durante ese período, Lula logró mantener su popularidad en casa y en el exterior y levantó el perfil de Brasil en los ámbitos regional y global. Favoreció la integración regional a través de la creación de la Unión de Naciones Suramericanas y tuvo un importante rol en las discusiones globales de comercio, cambio climático y la crisis económica mundial.

De hecho, el creciente peso económico de países como Brasil, China e India llevó al surgimiento del Grupo de los 20 como el escenario oficial predilecto para coordinar la respuesta internacional a la crisis, en reemplazo del G-7.

Lula también se extralimitó a veces. Particularmente, su esfuerzo de cultivar una relación con el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, fue poco exitoso y visionario, al punto que lo hizo parecer insensible e indiferente ante la situación del pueblo iraní.

No hay duda de que, tras la partida de Lula, la región perderá su único líder de talla internacional y con una capacidad inusual de convocatoria. Esta semana, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, con sede en Gran Bretaña, emitió su informe estratégico anual en el que incluye un examen extenso de la creciente influencia global de Latinoamérica. Difícil imaginar que dicho capítulo se hubiera justificado sin la gestión de Lula.

De todos modos, expertos brasileños coinciden en que la salida del mandatario no llevará a la retirada de Brasil de la escena internacional. Como dijo el embajador estadounidense, Thomas Shannon, en una entrevista desde São Paulo: "Brasil no podrá echar atrás en la región". El veterano diplomático, quien ocupó el cargo de Secretario Asistente de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental de 2005 a 2009, ha promovido por mucho tiempo más participación de Brasil en la región, que ve menos como una competencia y más como complemento necesario para los esfuerzos de Washington.

Dilma Rousseff, la sucesora escogida por Lula – quien se desempeñó como su Jefa de Gabinete – probablemente ganará la elección, claramente favorecida por la popularidad de 80 por ciento del actual mandatario. Rousseff es considerada una tecnócrata eficiente, pero menos carismática y sin el perfil internacional de su jefe.

Aún así, Rousseff tendrá que subirse al escenario internacional y no sólo porque su país será la sede del Mundial de Fútbol en 2014 y de los juegos olímpicos dos años más tarde. Brasil enfrenta crecientes preocupaciones de seguridad que no podrá atender aisladamente. Brasil es el segundo consumidor de cocaína en el mundo, 80 por ciento de la cual proviene de Bolivia. Solo eso requerirá que la nueva líder sea más persuasiva que su predecesor en lograr que Morales enfrente el narcotráfico con mayor seriedad.

(Marcela Sánchez ha sido periodista en Washington desde comienzos de los noventa y ha escrito una columna semanal hace siete años.)