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Los trabajos de Obama

Cinco minutos después de concluido el discurso del presidente Obama en que anunció su plan para activar la creación de empleos, a mi teléfono habían llegado…

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Cinco minutos después de concluido el discurso del presidente Obama en que anunció su plan para activar la creación de empleos, a mi teléfono habían llegado más de 40 correos que destacaban sus virtudes. Todos, por supuesto, firmados por grupos de interés afines al Partido Demócrata: sindicatos, alcaldes, gobernadores, funcionarios, miembros del gabinete y demás simpatizantes del Presidente.

Sorpresivamente, también recibí mensajes con algunas reacciones iniciales del liderazgo republicano, en los que se mostraban menos hostiles al plan de lo que yo esperaba dada la descortesía preliminar de cambiar la fecha propuesta por el presidente para su visita al Congreso aduciendo que ese día lo tenían programado para asuntos partidistas.

El hecho insólito de que algunos congresistas declinaran ir a oír al Presidente hablar en su propia casa presagiaba un desencuentro mayor.

    Por ejemplo, el senador por Nueva Orleans David Vitter anunció que prefería ver un partido de fútbol a oír al Presidente exponer un plan para resolver un gravísimo problema nacional. Para colmo, hubo estaciones de televisión que concordaron con Vitter y optaron por transmitir el partido de fútbol en vez del discurso del Presidente.

Yo no sé si las medidas propuestas por Obama resolverán el problema a largo plazo, pero pienso que sería infinitamente peor rechazarlas y no hacer nada. También coincido con él en su exhortación a que el Congreso, dominado en la Cámara baja por los republicanos, empiece a trabajar sobre el tema del desempleo con la debida seriedad y se deje de payasadas. Desde que los republicanos recuperaron el control de la Cámara de Representantes en las elecciones intermedias, su meta, expresada cínicamente por el líder de la minoría en el Senado, Mitch McConnell, ha sido impedir la reelección del presidente oponiéndose por sistema a todas sus iniciativas de ley con tal de mostrarlo como un líder incapaz, aunque eso signifique sacrificar a los millones de estadounidenses que ni tienen empleo ahora ni esperanzas de obtenerlo en el futuro inmediato.

Recién concluido el discurso presidencial, Eric Cantor, el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes, anunció que su bancada apoyaría aquellas partes del plan de Obama en las que hay coincidencia, por ejemplo, los acuerdos de libre comercio, los programas de auxilio a los negocios pequeños y al seguro a los desempleados, pero que tratarían estos casos por separado, no dentro del paquete total. Es decir, de ninguna manera apoyarían el proyecto de ley por 450.000 millones de dólares que propone Obama.

Así las cosas, a este no le queda más remedio que hacer su trabajo político y negociar con la oposición en el Congreso todo lo que se pueda negociar. Pero, al mismo tiempo, tiene que salirse de Washington para llevar su mensaje a toda la nación y exponer, cuando sea necesario, la intransigente actitud de los republicanos más radicales en el Congreso.

La Presidencia y el Congreso saben que el 43 por ciento de los estadounidenses dice que el empleo es su mayor preocupación mientras que solo al 22 le preocupa el déficit presupuestal (Pew Center del 7 de septiembre). También, que la gente sabe por qué las cosas no están funcionando.

A un año y dos meses de la elección presidencial, la moneda sigue estando en el aire, pero a Obama todavía le queda suficiente tiempo para aliviar la situación de los desempleados y para mostrarles a los votantes que el culpable de la inacción es el Congreso. Si se muestra decidido, quizá podría asegurar su reelección y hasta recuperar el espacio perdido por su partido en el Congreso, algo que le facilitaría enormemente encontrarles solución a los problemas que hoy aquejan a la nación.