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Los hispanos sí somos racistas

El programa "Al Punto", que presenta en Univisión Jorge Ramos, hizo en su más reciente edición una pregunta cuya respuesta es tan evidente como que el agua…

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El programa "Al Punto", que presenta en Univisión Jorge Ramos, hizo en su más reciente edición una pregunta cuya respuesta es tan evidente como que el agua moja: ¿Somos racistas los hispanos? Por supuesto que sí lo somos.

Ya lo decía yo, en la columna que publiqué la semana pasada en Qué Pasa-Mi Gente: "Algo que casi nadie se atreve a reconocer la existencia de prejuicios recónditos con gente que es diferente a quien los siente. Unas cosas son las que se dicen en público a viva voz y otras las que se expresan soterradamente, que sacan los demonios existentes en el alma".

Pero para encontrar a gritos el racismo latente en los corazones de los latinos radicados en Estados Unidos y los sentimientos nacionalistas chauvinistas más cavernícolas basta navegar por la red. En la internet "googoliando" se halla la cloaca que tenemos dentro, en las más variadas versiones. Aparece en los comentarios que se hacen a las opiniones o cuando hay enfrentamientos deportivos.

La gente insulta con los peores calificativos a sus congéneres. Paradójicamente, la esencia del mal del racismo figura como si se escribiera en piedra con cincel en forma de humor.  Los chistes racistas o de nacionalismo a ultranza se pueden leer o incluso ver interpretados en You Tube, por quienes hacen las veces de heraldos del gracejo y el ingenio.

Hay chistes contra negros, contra chinos, englobando a todos los orientales, contra gringos, para reírse de los blancos.

Y en cuanto nacionalidades, ni hablar.

Hay bromas contra los gallegos, para descalificar a los españoles. Desde España la respuesta la expelen las bandas supremacistas.

Existen chistes de todos contra el supuesto carácter soberbio de los argentinos. Hay chispa humorística surgida en Argentina contra los bolivianos, en los que se que se les nombra con un mote de desprecio: "bolitas". Los dardos también caen para los inmigrantes peruanos y paraguayos que se han establecido en la pujanza de sur rioplatense.

En Chile, el ingenio de Pepo, no dejaba ocasionalmente de tener aromas de chauvinismo en boca de Condorito y sus amigos. Ahora me estrellé un internauta chileno que sugiere controlar la inmigración para evitar que los niños negros sean objeto de burla de sus compañeros de clase.

En los Andes el racismo es manifiesto contra quienes tienen origen indígena. En Bolivia, Perú y Ecuador, se "cholea" y esto se refleja en el humor virtual. Lo grave es que muchas veces el insulto lo lanza gente de evidentes rasgos aborígenes que parece que no han visto sus rostros reflejados en un espejo.

En Colombia, donde nací, la palabra para ultrajar a otro es "indio".

En Venezuela, donde hubo inmigración portuguesa, italiana y española, algunos expresan prejuicios contra los "niches", que es una forma de describir a lo afrodescendientes.

En el Caribe, el dictador Rafael Leónidas Trujillo, realizó una matanza de haitianos pretendiendo que sus compatriotas en general podrían ser más claros por pronunciar claramente la palabra "perejil".

Hoy en la red se puede develar como los dominicanos hacen chistes de haitianos, los puertorriqueños hacen bromas de los dominicanos y los cubanos hacen gracejos de los puertorriqueños. El conocido comediante, Álvarez Guedes, tiene entre su repertorio algunos chistes de negros.

En Costa Rica las bromas se dedican a los nicaragüenses a los que se califica de "nicas regalados". Las confrontaciones verbales entre mexicanos y centroamericanos cuando de futbol se trata por momentos hacen sonrojar a la vulgaridad misma. Los apelativos nacionales de "guanacos", "catrachos" y "chapines" no se utilizan para hacer precisamente elogios, en los comentarios de mexicanos, salvadoreños, hondureños y guatemaltecos.

En México, la visión de algunos "güeritos" es que el resto de la población está integrada  por "nacos". Para una muestra palpable: vean al "Pirurris".

Rafael Prieto Zartha es el director editorial del semanario Qué Pasa-Mi Gente, en Charlotte, Carolina del Norte.