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Literarios: Amor a lo gato

¡Moka! ¡Mooookaaa!  ¡No!  El gatito de vetas irregulares, marmoladas y mirada celeste, tiene un guiño en la expresión.  Se ha colgado de la cortina nueva, ha…

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Sonríe el gatito con sus ojos caídos de coquetería.  Viene a ver por qué no me muevo
hoy.  Gorjea aguda y melodiosamente
muy cerca de mis manos.  El no
ronronea mucho que digamos.  Es de
placeres discretos y correrías locas. 
Es de chanzas y de golpes raudos. 
Pretende que es un puma, un león… un guapo al acecho.  Muestra con orgullo el pechito blanco
un minuto antes de rodarse al sol en medio de la cama de tierra suelta que hay
a la vera del jardín.

Me contesta con susurros desdeñosos cuando le reclamo algo: si no me
hace caso,  si no se deja agarrar y
mimar a la fuerza (como el hermano de Mafalda con la tia gordinflona),si mira
con  demasiada atención a una
polilla confundida…  Entra Blue, la
perra vieja y enorme y la saluda con mucho protocolo y ceremonia.  ¡Cuándo se ha visto etiqueta tan
tierna!  Blue se tira pesadamente
en la alfombra y Moka le limpia las orejas.  Es un gato perro o es Blue,  la perra felina.

Cuando el pecho me pesa, cuando me siento vacía de todas las cosas y
ventajas…  me consuela ver a Moka,
sentado solidariamente a alguna distancia.  Tiene un gesto mimoso, ladea la carita, pegándola al
espaldar del sofá y estira hacia mí, su manita abierta, uñas sin aflorar.  Me acerco y chasquea el bigote complacido,
girando la cabecita como invitándome a seguirlo en un viaje surreal, lleno de
sonidos buenos y de colores.

No tiene mucha confianza en la refrigeradora nueva pero veo que
extraña el poder como antes, desde las partes altas de la que vendimos, asaltarme
por arriba o tirarme algo observando muy atento y muy orondo mi reacción.  Él firma sus travesuras con mucho orgullo…
se siente un artista.

¡Moooka!  Mokasito,
Mocoso, mi Moki…  gato barrraato:
así le canto… un espíritu libre pero encadenado al que no le gusta estar
solo.  Me voy y dejo prendida la
radio pero él me mira con sarcasmo, resentido, y más tarde, me encuentro por
todo el  piso, medias enroscadas y
peluches tirados…  en medio del
desórden una foto o un libro no tan pesado.  No le hace gracia correr sin rumbo entre cuatro paredes si
no hay nadie que por lo menos, aparente asustarse o indignarse.

No le gusta estar solo y no lo dejo salir.  Ni quiero que mate a nadie, como una única vez, a un gorrión
joven, ni quiero que me lo maten. 
Me engaño pensando que entre las cuatro paredes es feliz, feliz solo por
verme y darme golpes recios con su patita de algodón.

Pelea con Tommy a través de la ventana.  El perrito está loco,  pero con tolerancia Moka lo quiere.  Defiende el espaldar del sofá muy seriamente, se estira y
engancha sus garras en señal de autoridad, más territorial que los perros
bastante menos sociable, sin embargo no come si no estamos cerca, si no escucha
nuestras voces.

Casi se nos muere una vez , de la pura pena, en la jaula de una
veterinaria, cuando sin saber qué le aquejaba decidieron partirle  la panza.  Dijimos que si iba a ser así, que si su plato de agua se iba
a quedar sin las caricias de su lengua lija rosa, queríamos que muriera en su
casa y con nosotros, pero el olor familiar del lugar del que se adueñó, la cara
de la perra que lo amamantó y nuestra devoción al tender a sus heridas, lo
revivieron. 

Creí que nunca iba a ser el mismo…  que su humor no volvería pero volvió.  ¡Con cuánta facilidad y resignación nos
damos por vencidos!  Y… ¡qué
fortaleza sale del dolor, cuántas cosas la vida que pende de un hilo, soporta
sin claudicar! 

Siempre se  me anda
escapando:  de pronto, como si se
saltara de la pared, sale disparado de un rincón… soy su monstruo y su presa,
solo conmigo juega y conversa…  yo
sé lo que maquina y él siempre me sorprende.  Le  gusta cuando
canto y se me acerca mucho para ver de dónde vienen esos sonidos que lo hacen
pararse de puntitas, estirar orgullosamente la cola en perfecta verticalidad y
entrecerrar sus ojos almendrados y transparentes como canicas de niño.

Sabe que lo protejo y me obedece cuando aflora la brisa sospechosa en
el jardín y lo llamo.  Me exige
golosinas con un pseudo maullido quejumbroso.  No se parece a  un signo de interrogación y es mucho muy ajeno a las estatuas
de las esfinges egipcias, pero sus carnes son más bien musculosas y elásticas.  Denso, suave y corto el pelaje.

Le he enseñado a confiar en mí. 
Me preocupa que se crea el dueño del Universo, que trace sus propios
agujeros negros con la imaginación, que pueda un día aventurarse más allá de la
verja seducido por el aleteo de una mariposilla (amarilla, illa)  y se someta a la estupefacción de unos
faros de auto que esta vez,  sí le
cobren cara su arrogancia.

Lo que él me enseña…  ni
gota de aburrimiento, ningún miedo para resolver acertijos.  Ni los truenos ni los rayos interrumpen
su sueño, si acaso, las frecuencias de los extraños o sus tufillos.  De todas formas si en algo nos
parecemos es en lo neuróticos y en cuánto nos estresan los viajes al doctor,
responder preguntas impertinentes, o que alguien cuestione nuestros
motivos.  No pedimos nada que los
demás no quieran darnos espontáneamente ni aceptamos tampoco todas las dádivas
indiscriminadamente.

Siempre me creí más identificada con el perro que con el gato, pero
creo que soy más gato en lo profundo y en lo esquivo, aunque tenga la
cordialidad de un can y su buena fe, porque desconfío y me oculto y a solas
tengo que acicalarme y solo si el terreno es seguro me atrevo a salir.