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Las raíces torcidas de Paquistán

No trascurre un día sin noticias de la penetración del Estado paquistaní por el fanatismo islámico y la conexión entre los servicios secretos, Inteligence…

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            Afortunadamente
para quienes quieren entender mejor a Paquistán —el principal teatro de guerra
para Asia y Oriente Medio hoy día—, acaba de estrenarse en Estados Unidos un
documental sobre Benazir Bhutto, la ex Primera Ministra asesinada poco después
de regresar de su exilio en los días finales del régimen del dictador Pervez
Musharraf. Dirigido por Duane Baughman y Johnny O'Hara, "Bhutto" es
laudatorio, pero se ofrece suficiente información sobre el asesinato del
hermano y enemigo de Benazir, Murtaza, del que la hija de éste la culpa a ella,
y las denuncias de corrupción contra Asif Ali Zardari, actual Presidente y ex
esposo de la difunta líder, que pasó ocho en la cárcel pero no fue imputado,
para que los espectadores se queden pensando.

            La contribución más importante de la película, sin
embargo, es algo que no constituye su foco principal: la gradual penetración
del fanatismo religioso en el Estado y la sociedad pakistaníes desde los años
80´.

            El
padre de Benazir, Zulfiqar Ali Bhutto, el primer Jefe del Estado civil tras la
guerra que acabó con Bangladesh separándose de Pakistán en 1971, fomentaba
moderadamente al Islam como símbolo nacionalista destinado a poner distancia
con Estados Unidos, cuyo respaldo a India hería el ogullo de Islamabad. Fue su
sucesor, el general Muhammad Zia ul-Haq, que depuso a Bhutto en un golpe
militar y luego lo ejecutó, el que decretó la islamización del país. A
diferencia del mundo árabe, donde la dictadura militar ha sido un muro de
contención contra el fundamentalismo islámico durante varias décadas, en
Paquistán la islamización fue un arma utilizada por el ejército para legitimar
su régimen autoritario. Bajo Zia y el ejército paquistaní, la bomba atómica
también ayudó a casar el orgullo nacionalista con la legitimidad islámica.

            El
apoyo dado por Zia, con estrecha cooperación estadounidense, a los muyahidines
contra el imperialismo soviético en Afganistán fue determinante para que
continuara la propagación del fundamentalismo. A innumerables refugiados que
cruzaron la frontera se les dio carta blanca para establecer "madrassas"
religiosas. El dictador alentó el crecimiento de la Liga Musulmana de
Paquistán, una organización política, para socavar a las fuerzas democráticas,
en particular el Partido del Pueblo de Paquistán, de Benazir Bhutto. Nawaz
Sharif, quien más tarde se convertiría en gobernante del país, hizo carrera
bajo protección de Zia. Tras el fallecimiento del dictador en un extraño
accidente aéreo, el ascenso de Sharif se vio facilitado por ISI, entonces
dirigido por Hamid Gul y que se había convertido en pieza maestra del
"establishment" paquistaní.

            Ni
a Benazir Bhutto, cuyos dos mandatos fueron truncados por los militares con la
ayuda de secuaces civiles, ni a Sharif, quien fue manipulado por los militares,
se les permitió establecer una autoridad civil plena. Además, no supieron ver
que su interés en común –proteger a las instituciones civiles de la intromisión
castrense— era mucho más importante que su legendaria rivalidad.

            En
la primera década del nuevo milenio, el general Musharraf, que persiguió a
Bhutto y a Sharif y trató de hacerse indispensable convirtiéndose en aliado de
Occidente en la lucha contra los talibanes y al Qaeda, hizo en la práctica lo
contrario de lo que prometió a Washington: precisamente porque los servicios
secretos sobre los que descansaba su poder se habían vuelto un bastión de la
islamización paquistaní mucho antes de su gobierno, las instituciones de su
país continuaron apuntalando a la misma ideología y los mismos grupos violentos
que su dictadura pretendía combatir. El asesinato de Benazir Bhutto en
Rawalpindi, en diciembre de 2007, gracias a la negligencia de las autoridades y
la facilidad con que los fanáticos terroristas operaban en el país bajo la
protección de ISI fue la prueba definitiva.

            Banazir
Bhutto tenía muchos defectos y flaquezas. Su segundo gobierno se vio empañado
por escándalos de corrupción, nunca fue capaz de consolidar las instituciones
civiles y seculares que defendió en su país, y tardó en comprender los
beneficios de la globalización económica. Pero tenía razón en lo más
importante: que el pecado original de Paquistán —la razón de su inestabilidad,
su política disfuncional y la penetración de su Estado y sociedad por el
fanatismo religioso— era la influencia brutal del estamento militar en la corta
existencia de esa república. Y lo sigue siendo.

           

Alvaro
Vargas Llosa es académico senior en el Independent Institute y editor de
"Lessons from the Poor". Su dirección electrónica es AVLlosa@independent.org.

(c) 2010,
The Washington Post Writers Group