La versión de los maestros, no de los sindicatos
¿Qué pasaría si el debate para arreglar el "fallido" sistema educativo de Estados Unidos no se enmarcara en la mente de la población como una lucha entre…
¿Qué
pasaría si se lo redefiniera, con benevolencia, como una colaboración entre dos
grupos, o algo igualmente anodino? Eso enmarcaría la conversación en términos
de resultados educativos y económicos positivos para los estudiantes y sus
familias, en lugar de una batalla entre la sociedad y los maestros.
Pero
no es una lucha justa. Los contribuyentes y los padres —que son tan esenciales
para exigir cambios de nuestro sistema educativo— pocas veces conocen las
complejidades del funcionamiento del sistema. Y pocas veces comprenden que los
maestros y sus sindicatos no son la misma cosa.
A
menudo esta distinción se ignora y se describe a los maestros como individuos
sedientos de pensiones, que se pasan el verano en vacaciones y se resisten a
ser evaluados con mayor rigor. Ese tipo de maestro sin duda existe —además de
un número de maestros ineficaces o rendidos ante las circunstancias— pero en mi
experiencia como maestra y entrevistando maestros y administradores como
periodista, encontré que los holgazanes constituyen una pequeña minoría.
A
diferencia de otras profesiones, en la enseñanza el empleado tiene poca
incidencia en muchos aspectos de su empleo. Aspectos tales como el salario, los
beneficios, el tiempo libre, y las reglas de evaluación, empleo permanente y
requisitos para la jubilación, son establecidos por el sindicato que representa
a los maestros de cada distrito escolar.
Los
maestros pagan sus cuotas por la negociación de los acuerdos colectivos y
tienen poca incidencia en las negociaciones, votando sólo en lo relativo a las
últimas versiones de los contratos. Como en todo lugar de trabajo, hay un
pequeño grupo activo en esos asuntos, mientras que la mayoría está demasiado
concentrada en su trabajo para involucrarse en temas administrativos.
Enseñé
en uno de los 19 estados en que la ley requiere que los maestros de las
escuelas públicas sean miembros del sindicato que los representa en su distrito
escolar. Según la Public Service Research Foundation, 15 estados permiten que
los maestros opten por pertenecer o no al sindicato, pero aun así, deben
adherirse a acuerdos negociados y pagar las cuotas, y 16 estados ofrecen
diversos grados de no-pertenencia a los maestros que no quieren formar parte de
los sindicatos pero ellos, también, deben adherirse a los acuerdos colectivos
negociados.
Es
decir, que lo que tenemos es 3,5 millones de maestros que adoptaron la
profesión con el único propósito de enseñar a los niños, pero que,
personalmente, tienen poca incidencia en la política educativa, porque
legalmente se requiere que cedan sus voces a los sindicatos a los que, a
menudo, no tienen más opción que apoyar.
Recientemente,
Michelle Rhee, la ex administradora escolar del Distrito de Columbia conocida
por sus ideas de reforma educativa "radical" y ahora jefa ejecutiva de StudentsFirst,
una organización de incidencia, describió su programa de reforma. Incluye
remunerar a los maestros según sus méritos en lugar de según la antigüedad,
brindar poder a los padres sobre la elección de la escuela mediante el acceso a
escuelas charter y becas para escuelas privadas, y asegurar que todo dólar de
educación se gaste directamente en impactar los resultados de los estudiantes.
Si no fuera porque los sindicatos de maestros se han puesto como locos con
estas ideas, veríamos que los maestros posiblemente no temen adoptarlas.
Por
ejemplo, apuesto que la mayoría de los maestros estarían dispuestos a que se
les pagara según sus méritos, en lugar de una escala. Como mínimo, a los 43.000
maestros que enseñan en las aproximadamente 5.000 escuelas charter del país no
les importa demostrar su valor en el mercado. Y mientras esos maestros quizás
no tengan pensiones "garantizadas", tampoco les preocupa la administración por
parte del estado de los fondos de pensión ni la idea de que los despidan por
ser los más recientes en la nómina del personal.
Pocas
veces oímos las opiniones de la mayoría sobre esos asuntos, porque los maestros
saben que deben dejar que los sindicatos sean los que hablen o de lo contrario,
la sala de profesores podría convertirse en un lugar incómodo. Eso está bien si
uno cree que los sindicatos están defendiendo los mejores intereses de sus
miembros —y por ende, de sus estudiantes— y no sus propios intereses económicos
y políticos.
El
contribuyente promedio debe comprender que los maestros no establecen las
normas, sólo enseñan. Es un hecho importante para recordar cuando se debate lo
que una comunidad puede pagar por la educación y lo que los "maestros" están
dispuestos a hacer para mejorar los resultados educativos.
© 2011, The Washington Post Writers Group
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