A nuestros políticos el carácter importa
La “excelencia moral” de nuestros líderes define la calidad de nuestra democracia.
En nuestra historia de portada de esta semana en la página 12, el senador Bob Casey habla sobre su senda profesional y sus prioridades como legislador en un momento tan álgido en la historia de nuestra nación.
Una de sus frases características que se destaca por ser novedosa, al venir de la boca de un político de profesión, y especialmente un político hombre, es: “cuando uno está en casa, hay que estar en casa...pasando el mayor tiempo posible interactuando con los hijos”.
“Incluso cuando se es un servidor público, no es posible sustraerse a la responsabilidad de ser un buen padre”, expresó Casey a la reportera Michelle Myers de AL DÍA, en su visita a la sala de prensa el pasado 21 de octubre.
Casey luego continuó para vincular ese cuidado y atención de la vida privada con un concepto que puede parecer desconocido en la era política Trump, y es la importancia de la virtudes gemelas de la integridad y el carácter.
“Sé que ofenderé a algunos al decir esto, pero el carácter importa”, dijo Casey.
Esa afirmación presupone que existe resistencia frente a la idea de que el carácter sea, en realidad, importante para los funcionarios públicos. Ser alguien con “valores familiares” y con algún concepto de “moralidad” ha sido una parte esencial en las campañas políticas; pero lo que eso significa y cómo se traslada a la esfera política está por debatirse.
Como lo define el diccionario Merriam Webster, el carácter, de la manera en que Casey utiliza el término, se refiere a la “excelencia y firmeza moral” (aparte de eso, es difícil pasar por alto que el ejemplo sea “un hombre de carácter sólido”. La cursiva es nuestra—un ensayo para otro día).
Pero, ¿cómo es un político con carácter? Casey señaló que tiene que ver con la “integridad”, un sentido de compromiso y unidad entre la vida personal y profesional. Tiene que ver con el tipo de persona que se es lejos de las cámaras, a puertas cerradas. El carácter, dijo la leyenda del baloncesto John Wooden, es lo que haces cuando nadie te está viendo. Casey, que también fue entrenador de este deporte, aunque para estudiantes de secundaria y no una dinastía de la National Collegiate Athletic Association (NCAA), estaría de acuerdo.
Joan Didion lo expresó así, en su icónico aunque no tan atemporal ensayo (algunas de sus analogías merecen ser debatidas) de 1961, “On Self-Respect”*: “Sin embargo, el carácter—estar dispuesto a aceptar la responsabilidad de la propia vida—es la fuente de la que emana el respeto por sí mismo”.
La disposición a aceptar la responsabilidad de la propia vida y de las acciones propias: un antídoto elusivo, pero poderoso contra la retórica de la culpa que se ha convertido en precedente presidencial.
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