La historia, y el borrón de nuestra historia
Can there be any genuine celebration of heritage without celebrating history? Thanks to the vitriolic and weaponized immigration debate of the past decade or…
El 15 de septiembre marca el inicio del Mes del patrimonio cultural hispano. La mayoría de los Latinos tienen una relación un tanto de amor y odio con este mes de reconocimiento oficialmente designado. Sí, los rostros Latinos surgen repentinamente en los medios predominantes para pronunciar anuncios de servicio público que mencionan a los hispanos y nuestros (en su mayoría) escondidos logros. Muchas de las organizaciones presentadoras planifican la programación Latina del año cuidadosamente para que coincida con el extraño período de tiempo del 15 de septiembre al 15 de octubre por lo que durante este mes estamos bombardeados con artistas y temáticas y asuntos Latinos.
Hasta las organizaciones que sirven a la comunidad Latina 24 horas al día, 7 días a la semana, programan sus eventos más ostentosos durante este tiempo. Solo en Filadelfia hay una enorme celebración del Día de la independencia de México, una Feria de Barrio igualmente festiva, el desfile puertorriqueño, el izado la la bandera, la misa del patrimonio cultural hispano, premios, galas y un sinfín de otros eventos adicionales que se celebran durante los limitados espacios de fin de semana.
Esa es la parte del amor.
La parte del odio procede del hecho que al final de octubre todas estas celebraciones se desvanecen. Desparecen. Volvemos a la predeterminación donde hay unos pocos Latinos selectos en la consciencia nacional, hasta el siguiente mes del Patrimonio Cultural Hispano.
Y hay algo más: aunque existe el Mes de la historia afroamericana y un Mes de historia de la mujer, nuestro “mes de celebración”, no hace mención alguna de la historia. Y aunque podría parecer ser la pega más insignificante, no lo es. Gracias al debate virulento y violento sobre la inmigración que ha existido durante cerca de una década, muchos estadounidenses operan bajo la suposición de que todos los Latinos en los Estados Unidos son inmigrantes recientes. De hecho, ya perdimos la cuenta en cuanto a las veces que se nos ha dicho que regresemos a nuestros propios países sin tomar en cuenta el hecho que muchas familias latinas estadounidenses –especialmente aquellas con raíces indígenas en vez de hispanas—tienen lazos con e historia en esta tierra que anteceden por mucho a los de ascendencia inglesa.
¿Cuántos estadounidenses saben que el primer asentamiento de inmigrantes en los EE.UU. no es el de Plymouth, fundado por los peregrinos del Mayflower en 1620, sino St. Augustine, Florida, fundada por los españoles en 1565? ¿Cuántos saben que los pobladores de la ciudad de Los Ángeles (fundada en 1781 por 44 colonizadores y cuatro soldados) eran personas de ascendencia africana e indígena y mexicana española? ¿O que aproximadamente 10,000 estadounidenses mexicanos combatieron en la Guerra Civil? ¿O, para ubicarnos un poco, hasta que varios de las personas instrumentales en los movimientos de Sudamérica y el Caribe a favor de la independencia de España llegaron a Filadelfia consultar y codearse con personas como George Washington y Benjamin Franklin?
La verdad es que la historia de los Latinos en los Estados Unidos ha sido borrada (o suprimida) de la mayoría de libros de textos estadounidenses que leen los niños. Hasta nuestros estudiantes de edad universitaria. Hace poco tuvimos la oportunidad de buscar rápidamente en un ligro de texto de historia de uno de los cursos de educación general de la Universidad de Temple, que incluía todo desde la Confederación iroquesa hasta la teocracia puritana de Nueva Inglaterra; desde Ida B. Wells hasta Susan B. Anthony, y un buen número de movimientos y líderes de derechos civiles, estudiantiles y humanos del siglo XX, también, pero ningún Latino estadounidense está destacado en el índice.
Ni la Asociación de trabajadores japonés-mexicana en 1903, ni la mujer estadounidense-mejicana que ayudó a fundar Wobblies en 1905. Ni el establecimiento de la Orden Hijos de América para organizar a los trabajadores latinos en la década de los 1920, ni César Chavez, Dolores Huerta y la organización laboral de los United Farm Workers of America (Agricultores Unidos de los EE.UU.) de mediados de la década de los 1960. Nada sobre la operación Mojados ni los disturbios Zoot Suit o el Programa bracero. Nada sobre los Young Lords en Nueva York, Filadelfia y Chicago.
Ahora bien, podría ser que al leer el libro de texto en vez de solo hojearlo rápidamente encontraríamos a todos estos movimientos y personas (y más) tratados y contextualizados en nuestra historia general de los Estados Unidos. Pero a golpe de vista no evidenciar a ningún Latino (y, debemos agregar, tampoco ningún estadounidense asiático) habla de la eliminación de nuestra historia que, en algunas formas, se refleja en el nombre del mes que pretende celebrarnos.
¿Puede haber alguna celebración genuina del patrimonio cultural sin celebrar la historia?
No proponemos eliminar los desfiles, las celebraciones festivas con bailes y música y comida que acompañan al Mes del Patrimonio Cultural Hispano --¿pero podemos agregar también un trozo de nuestra historia Latina estadounidense? Cada niño y niña estadounidense merece una comprensión de la historia que nos incluya a todos.
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