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Gingrich y la política del bien

Gingrich y la política del bien

Ahora que los puristas de derecha e izquierda atacan la propuesta migratoria de Newt Gingrich, alguien debe defender al expresidente de la Cámara. 

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Ahora que los puristas de derecha e izquierda atacan la propuesta migratoria de Newt Gingrich, alguien debe defender al expresidente de la Cámara. 

Me complace hacerlo. Lo que propone Gingrich no es perfecto, pero es bastante bueno. Quiere crear lo que él denomina como "un camino a la legalidad" para  individuos con fuertes lazos en este país, a fin de no separar familias. Los indocumentados podrían recibir permisos de trabajo para quedarse en EE.UU. y mantener a sus familias intactas. Ya no serían cazados por gente en busca de notoriedad, como el shériff Joe Arpaio, ni barridos por la máquina de deportación de Obama. 

Pero hay un problema. Los indocumentados no obtendrían ciudadanía estadounidense en el acuerdo. A menos que volvieran a su país de origen, reingresaran a EE.UU. legalmente y pasaran por los canales apropiados.

La propuesta podría funcionar. La ciudadanía y el derecho al voto siempre han sido menos importantes para los inmigrantes que para los demócratas, a quienes se les hace agua la boca pensando en los millones de nuevos electores que guardarían rencor a los republicanos. He hablado con muchos indocumentados, y lo que quieren es trabajar y mantener a sus familias sin que se les hostigue. No tienen un ferviente deseo de entrar en una cabina electoral y escoger el menor de dos males. 

Para la derecha, un plan con permiso de trabajo es igual a una "amnistía". Para la izquierda, es una fórmula para crear habitantes de segunda clase. 

En realidad, no es ninguna de las dos cosas. Son sólo palabras de moda que la izquierda y la derecha lanzan a fin de incitar a los fieles. Lo que Gingrich propone —es decir, la "solución de la tarjeta roja" creada por la Vernon K. Foundation, con sede en Denver, según la cual los inmigrantes ilegales obtendrían tarjetas rojas que indicarían que tienen derecho legal a trabajar— sería, sin duda, un adelanto con respecto a lo que tenemos ahora. Además, dada la naturaleza insustancial de nuestra política, debería reconocerse el mérito de un candidato que es audaz como para proponer una idea y apoyarla. La mayoría de los candidatos la juegan segura y sólo critican las propuestas de los demás.

No es así como actúa Newt. Y ése es un motivo por el que se ganó el respaldo de uno de los periódicos más influyentes de New Hampshire, el Union Leader, aunque se suponía que Romney —como gobernador del estado vecino de Massachusetts— tendría esa ventaja. 

El editorial de primera plana decía lo siguiente: "Buscamos conservadores con valor y convicciones, que tengan pensamiento independiente, estén cimentados en las creencias esenciales de esta nación y su pueblo, y estén mejor equipados para la tarea que deben desempeñar. … En esta increíblemente importante elección, ese candidato es Newt Gingrich."

La derecha necesita crecer. No es suficiente repetir la palabra "amnistía" 10 veces al día como forma de interrumpir el debate de la inmigración. Debemos oír soluciones reales e ideas reales, y los que no pueden ofrecer ninguna de las dos cosas deben salirse del camino. Si la solución de la tarjeta roja no es la adecuada, entonces, ¿qué propondría Romney, o cualquier otro crítico de Gingrich, que hagamos con lo que se calcula que son los 11 millones de indocumentados en EE.UU.? Nunca lo dicen. 

La izquierda también necesita crecer. Los liberales desprecian la solución a medias de Gingrich e insisten en que no es suficiente. Sin embargo, se deshacen en elogios con la nimias promesas de Obama. El presidente promete una reforma, mientras la secretaria de Seguridad del Territorio, Janet Napolitano, promete a todos los demás una política de deportación "muy robusta". Este numerito de "policía bueno/policía malo" ya no está funcionando. 

Ambos bandos tienen opiniones fuertes sobre lo que debería ocurrir en un mundo perfecto. La derecha piensa que millones de  inmigrantes ilegales se irán voluntariamente a casa si somos mezquinos con ellos y la izquierda piensa que todos se pueden quedar, convertirse en ciudadanos estadounidenses e incorporarse al PTA. 

Para los extremos, esos son resultados perfectos. Pero son sólo espejismos. Eso nunca ocurrirá. 

Lo que Newt Gingrich ha propuesto probablemente no funcionaría en un mundo perfecto. Pero sí podría ser tremendamente útil en el mundo real.