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Fantasía y realidad en Afganistán

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La controversia sobre la profanación de los ejemplares del Corán en Afganistán y el posterior asesinato de los estadounidenses es, por un lado, un momento en una larga guerra.  Pero por otro lado, también destaca el aspecto difícil e insostenible en última instancia de la política afgana de Estados Unidos. El presidente Obama quiere sacar a las tropas, pero su estrategia continúa siendo la transición de poder y autoridad a un ejército afgano y a las fuerzas policiales, así como también al gobierno de Kabul, quien gobernaría al país y su economía. Esto es una fantasía. Debemos reconocerlo y buscar una alternativa más realista.  

Estados Unidos tiende a entrar en guerras en los países en desarrollo con una simple idea: moderniza al país, y resolverás el problema de la seguridad nacional.   Una articulación de ese enfoque estadounidense vino nada menos que de Newt Gringrich durante un discurso en 2010 en el instituto American Enterprise. Gringrich expresó que en Afganistán se está fracasando porque "no hemos inundado el país con autopistas, no garantizamos que cada afgano tuviera un celular, no tomamos los pasos lógicos hacia la modernización esencial de su sociedad, no desarrollamos un programa que ayude a los agricultores a dejar de cultivar drogas."

Ahora, suponiendo que cada afgano tuviera un celular y pudiera viajar por las grandes autopistas, igualmente esto no cambiaría: el gobierno afgano no tiene el apoyo de gran parte de su población, los pastunes. El ejército nacional es visto como un ejército de tayikos, uzbecos y hazaras, la antigua alianza del norte que luchó contra los pastunes durante la década de 1990.  

Y, en pocas palabras, la economía de Afganistán no puede apoyar a un gobierno nacional de gran tamaño con un gran ejército. (El presupuesto para las fuerzas de seguridad afganas asciende a 12 mil millones de dólares.  Esto es ocho veces el monto de los ingresos anuales del gobierno).  

Tal como lo descubrió Estados Unidos en innumerables lugares durante las últimas cinco décadas, hay problemas con el enfoque de la construcción de la nación.

En primer lugar, es extremadamente difícil modernizar un país en pocos años. 

En segundo lugar, aún cuando eso fuera posible, las características fundamentales de la sociedad como la etnicidad, la religión y la orientación nacional y geopolítica, persistirían.  

En el caso de Irak, Estados Unidos creyó que tenía la oportunidad de rehacer el país en un modelo de democracia pro-occidental.  Entró con grandes ambiciones y un presupuesto ilimitado.  Hoy, Irak se ha convertido en un estado dominado por los chiítas, ha excluido sistemáticamente a los sunitas, y echó a la mayoría de los cristianos, inclinando su política exterior hacia Irán y Siria.  Los kurdos efectivamente se separaron, creando en el norte sus pequeños estados de un solo partido.  Irak está mucho mejor así de lo que estaba bajo el régimen de Saddam Hussein, sin embargo, el país ha desarrollado a lo largo de su historia, etnicidad y geopolítica, esperanzas ideológicas no estadounidenses.

Tenemos que aceptar la realidad de Afganistán en lugar de tratar de imponerle nuestras fantasías. Esto significa reconocer que el gobierno afgano no se convertirá por arte de magia en un gobierno efectivo y legítimo.  Como representan a muchos pastunes, los talibanes, inevitablemente, tendrán alguna influencia en el sur y en el este de Afganistán.  Más importante aún, no podremos evitar que el gobierno de Pakistán mantenga santuarios para los militantes talibanes.

La aceptación de la realidad de Afganistán no va a dejar a Estados Unidos sin opciones. Incluso con una presencia de tropas más pequeñas, se puede perseguir operaciones antiterroristas más fuertes. Podremos ser capaces de impedir que los talibanes ocupen nuevamente el país.

Tenemos que crear un gobierno eficaz en Kabul que sea querido y respetado por todos los afganos, cualquiera sea su origen étnico, y expandir la economía afgana para que un gran ejército y una policía nacionales sean sostenibles a largo plazo.