El rechazo a los términos del debate
The question landed with a thud, jarring in its bald bigotry: As President, would you order spying on mosques? The second-tier Republican presidential…
La pregunta cayó con un ruido sordo, estremecedora en cuanto a su intolerancia directa: Como presidente, ¿ordenaría el espionaje en las mezquitas?
Los candidatos presidenciales republicanos de segunda instancia se apresuraron por responder. Sin embargo, la reacción de los medios sociales fue aún más rápida. Los televidentes criticaron severamente la pregunta calificándola de sesgada, y hasta inconstitucional, al sugerir que las casas de culto debían ser invadidas de forma preventiva para detectar posibles actos de violencia.
El incidente resalta un aspecto poco discutido concerniente a los debates presidenciales: El poder de los moderadores de debates para establecer los términos de la discusión. Después de todo, la pregunta pudo haber sido “¿Ordenaría el espionaje en la Iglesia?
Esa pregunta, casi indiscutiblemente, habría sido igualmente relevante. Los informes del Departamento de Seguridad Nacional y otros muestran que numerosos actos de terrorismo nacional han sido dirigidos por quienes se identifican a sí mismos como cristianos.
Pero esa no fue la pregunta que la moderadora del debate, Martha MacCallum, escogió plantear. Y en su escogencia, estableció un lindero invisible que determinó las respuestas de los candidatos.
MacCallum no hacía nada fuera de lo común. Durante generaciones este ha sido un patrón conocido. Los periodistas plantean las preguntas, y los candidatos responden. Hoy en día, existe un comodín en la mezcla: herramientas tecnológicas como Twitter que le permiten al público ruidoso y descontrolado comentar y criticar los términos del debate.
Existe algo nuevo. Tradicionalmente, una función central del periodismo ha sido la de definir los términos de discusión aceptables –aunque con poca frecuencia se describe así—. Este fenómeno fue identificado por primera vez por el científico político Daniel C. Hallin, quien describió el periodismo como cubrir las historias desde uno de tres perspectivas, o esferas, diferentes.
Imaginemos una rosquilla: el círculo interior, o el hoyo, es la “esfera de consenso”. Los temas en esta área se discuten asumiendo la existencia de un acuerdo generalizado. Pensemos en las mamás y el pie de manzana, o en opiniones similarmente seguras.
El círculo de en medio de la rosquilla es la “esfera de la controversia legítima”. Este es el escenario dinámico de donde se extraen las preguntas del debate presidencial. Los periodistas se enfocan en temas familiares como el gasto público y la política exterior para formular preguntas tales como: ¿Los EE. UU. debieran intervenir en Siria? ¿Cómo debemos abordar la inmigración?
Finalmente, en la orilla exterior está la “esfera de la desviación”. Estos son los temas demasiado escandalosos como para otorgarles legitimidad. Los moderadores de debates podrían tener conocimiento de estos temas, pero los considerarían demasiado insólitos como para exteriorizarlos.
Los temas pueden trasladarse de una esfera a otra. El tema de la ciudadanía por derecho de nacimiento, que se ha considerado como una ley establecida en los EE. UU. durante 150 años, se presentó recientemente como una pregunta abierta al candidato presidencial Republicano y actual Gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie.
Hay que destacar que estos cambios ocurren frecuentemente sin el reconocimiento explícito en cuanto a que están ocurriendo. Un tema que anteriormente se consideraba aceptable para el debate podría deslizarse silenciosamente dentro de la esfera de la desviación, en donde los periodistas temen que el solo hecho de formular la pregunta hace que parezca que están tomando partido.
Por ejemplo, el grupo de defensa ScienceDebate.org encontró que sólo 6 de 300 preguntas presentadas por los periodistas durante las elecciones presidenciales de 2008 trataban sobre el cambio climático. Por supuesto, existen varias explicaciones posibles sobre la ausencia de dichas preguntas pero una de ellas que es los periodistas temen que se les califique como partidistas por tan solo plantear el tema.
¿Y qué significa todo esto para el público? Ahora que ya inició la temporada de debates presidenciales de 2016, vale la pena no sólo hablar sobre lo que dijeron los candidatos, sino también sobre las preguntas que les fueron formuladas, y quiénes las formularon. Es importante especificar el poder que tienen los presentadores de los medios para enmarcar el debate.
Además, los medios sociales ofrecen oportunidades sin precedencia para el rechazo del público en tiempo real, durante el debate. Los espectadores de hoy pueden llamar la atención inmediatamente sobre las decisiones invisibles que toman los moderadores, ampliar una pregunta que se formuló, o sugerir una alternativa.
La identificación explícita del papel que desempeñan los periodistas para influir en la discusión es poco usual, pero algunos ya están aceptando la idea. Note esta observación mordaz por parte de un estudiante universitario que veía el debate presidencial reciente: “Es interesante cuando el moderador es el mayor extremista sobre el escenario”.
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