El dios Tiempo
Los padres de familia cada vez están más tensos, preocupados, acartonados. Dicen que el dinero no alcanza: la crisis les ha pegado duro.
Los padres de familia cada vez están más tensos, preocupados, acartonados. Dicen que el dinero no alcanza: la crisis les ha pegado duro. Corren de aquí para allá para hacer rendir el sueldo, pero el tiempo tampoco alcanza. La crisis ha golpeado fuerte a los hogares, no sólo escasea el pan, sino que los padres escatiman las muestras de afecto. Los niños extrañan la atención completa de unos padres solícitos de músculos relajados, nervios en calma, rostros serenos. Añoran las risas, las caricias de unas manos suaves, una piel amiga. "Ya no hay tiempo para eso", dicen, "las puertas se cierran y es como buscar en tinieblas el sentido de la vida".
Olvidan que el sentido de la vida no es la capacidad de adquisición de bienes o diversiones, o tener para derrochar. El significado de la vida es inherente a las relaciones que las personas son capaces de realizar a través de la amistad y del servicio, aún en tiempos de tribulación, de crisis, e inclusive, de guerra.
Cuenta el reconocido escritor Carlos Vallés que un niño de la selva al llegar a su choza de regreso de la ciudad dice a su madre: "Mira, mamá, lo que me han regalado. Dicen que se llama reloj. ¿Qué hago con él?" La madre le responde que lo use para romper nueces, y que guarde la piedra, que es más valiosa. El niño protesta: "Pero mamá, en la ciudad no usan el reloj para romper nueces, sino que lo llevan en la mano y lo miran constantemente. ¿Por qué crees que lo hacen?" La madre explica que la gente de la ciudad no vive como la gente de la selva; aquella gente pregunta al reloj lo que tiene que hacer y cuándo tiene que comer. La gente de la ciudad adora a un dios que se llama Tiempo, el cual está conectado al reloj, desde donde les habla y les dice lo que tienen que hacer. "Y si yo le pregunto, ¿también me responderá?" La madre contesta: "No, hijo, a nosotros los relojes no nos hablan, porque no creemos en el dios Tiempo".
Los pueblos nativos no pierden el amor a la vida y a la prole en las épocas crueles, difíciles. Tienen mucho que enseñarnos con su sencillez, espontaneidad, su falta absoluta de sofisticación, su cercanía con la naturaleza. El tener tiempo para observar su entorno con curiosidad asombrada les permite ver que aún la cría de elefante muere si no siente casi constantemente sobre su cuerpo la caricia de la trompa de la madre.
Dicen los psicólogos que el tacto es el sentido de la cercanía, del cariño, de la solicitud. Los bebés que son acariciados se desarrollan mejor y más armónicamente que los que no lo son. Sin embargo, las expresiones de afecto de muchos padres de hoy son bloqueadas por las preocupaciones y el mal humor. Los niños captan con antenas invisibles la tensión: los estados de ánimo de los padres se arraigan en la musculatura, en el sistema nervioso, en la mente inconsciente, y se reflejan en el tono de voz. Los padres tensos privan a sus pequeños del tacto. Se preocupan demasiado por no tener para comprar mascotas, celulares, paseos y diversiones. Sin embargo, los niños no son como los perritos o gatitos que se acurrucan en el regazo: lo que los niños anhelan para escapar de su soledad es sentir el amor incondicional de los padres en tiempos buenos y malos. En todas las generaciones ha habido tiempos difíciles, pero la angustia no había escalado al grado de invadir el ser por el no tener.
Los animales de la selva tienen una lección para nuestro tiempo. Ellos viven una vida mucho más sana que la nuestra, disfrutan intensamente lo gratuito, lo que pueden conseguir, y mueren sencillamente cuando les llega la hora. En cambio los animales 'domesticados' por el hombre acaban heredando los mismos complejos de éste y multiplican sus enfermedades para no ser menos que sus amos. Ahora hay psicólogos para animales para ayudarlos en las depresiones y represiones causadas por el estrés que aprenden de los humanos. Pero aún así no llegan al grado de olvidar apapachar a sus cachorros.
El niño de la ciudad se despide de su madre con un beso antes de ir a la cama, pero esa noche le dice: "¡Gracias, mamá por haberme besado!" La madre protesta "¿Cómo dices eso? Todas las noches te beso". "No, mamá. Yo te beso a ti, pero tú no me besas. Hoy sí me has besado, por eso te doy las gracias."
¿Señal de los tiempos? Un coche lleva una calcomanía que recuerda a los padres: "¿Has abrazado a tu hijo hoy?"
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