Démonos el uno al otro beneficio de la duda
Michael Nutter es un buen hombre, un padre de familia. Apoyémoslo.
Igual que en los inicios de la república, hoy la nación entera se tambalea. Principalmente en términos de la confianza ciudadana.
Estados Unidos no sufre tanto, como nuestra querida Filadelfia, las crisis económica, de seguridad o política como sí lo hace con la crisis de la confianza pública.
Hemos pasado por esto varias veces, incluso hemos estado cerca del punto de no retorno.
Pero, tras el pánico que produce saberse al borde del abismo, hemos sido capaces de resurgir renovados, fuertes y mejores que nunca con el liderazgo, la visión y el histórico coraje estadounidense.
Tal y como sucedió en los treinta con la Gran Depresión, recordemos que –durante la Revolución Estadounidense, en 1776 aquí en Filadelfia; la Guerra Civil de 1863 en Gettysburg o el Movimiento por los Derechos Civiles en Washington–, la nación dio a luz, con dolor y sufrimiento, una nueva época de logros y prosperidad.
En nuestro caso, seguimos adelante para ganar "Las Guerras" del siglo XX y evitamos otras más extensas con la derrota de la pobreza en los treinta y la aplastante victoria sobre Hitler en 1945.
En los momentos más decisivos de la historia estadounidense, 1776 y 1863, superamos nuestros peores miedos –a veces de nosotros mismos– y nos dimos el beneficio de la duda. Confiamos nuevamente en 'Los Gigantes' y –en respuesta– nos liberaron del temor de vernos como criaturas derrotadas en búsqueda de redención.
Por eso, tenemos que unirnos nuevamente, es nuestra obligación perdonar y forjar hombro a hombro el nuevo episodio de la Grandeza Estadounidense; dejando a un lado la venenosa sospecha en quien se ve diferente, en quien, quizá, haya sido estigmatizado con calumnias y difamaciones o en aquel otro que simplemente aparenta ser diferente.
Es necesario dejar las suspicacias y darnos nuevamente el beneficio de la duda.
Aquí en Filadelfia hemos tenido, de todo eso, suficiente: desde quienes ocuparon por dos o tres meses los alrededores del City Hall hasta quienes desde las instalaciones del Departamento de Policía ordenaron el desalojo un par de semanas atrás: todos sospechan de todos, a veces hasta la demencia –mirando eternamente las imágenes de las cámaras escondidas, escuchando conversaciones privadas a través de micrófonos o simplemente juzgando con la mirada a nuestros prójimos insistimos en tratarlos como extraños en vez de darles el regalo de una amable sonrisa–.
Creemos que hacemos de nuestra ciudad un sitio más seguro utilizando los maravillosos dispositivos tecnológicos para espiar hasta la saciedad. Al contrario, lo que logramos es hacerla más insegura porque al final siempre esperamos encontrar a un enemigo en cada esquina.
Y aparecen. Así es el poder de la mente. La agonía de dar como un hecho la maldad en nuestro prójimo es debilitante, malsana y antiestadounidense. ¿No les parece?
Sucede. Desde el poder ejecutivo hasta el de los banqueros, y quienes hoy pueden dudar de las capacidades de gobierno de Michael Nutter y apostar por su fracaso (sería paradójico: los mismos que, quizá hace cuatro años o cuatro semanas, lo pusieron en el lugar que hoy ocupa).
Sin embargo es una hecho que, para mal o para bien, Michael Nutter seguirá siendo el alcalde, y nuestro deber es apoyarlo, sea como sea –manteniendo nuestro derecho a fiscalizarlo– para obligarlo a ser un hombre mejor.
Lo apoyaremos de todo corazón durante los 4 años de mandato que le quedan por delante. Creemos que podrá ser un gran alcalde a partir del momento en que voluntariamente decida serlo.
Nutter es una buena persona, un padre de familia como muchos de nosotros y eso es motivo suficiente para darle –y darnos– un piso moral común en el que todos nos paremos. No somos precursores de la muerte, en AL DÍA nos rehusamos a aceptarlo.
En vez de ellos, preferimos recordar siempre que estamos hechos para ser ángeles y que, una vez decidamos trabajar hombro a hombro, produciremos los milagros que heredarán las próximas generaciones, los hijos y nietos que en algún momento ocuparán nuestro lugar en Filadelfia, la verdadera cuna de nuestra Gran Nación.
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