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¿Cuánto decir y cuánto callar?

Son frecuentes las cartas de periodistas, editores o dueños de medios sobre qué tanto se debe o no difundir el tema de la violencia. Existe un llamado del…

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Son frecuentes las cartas de periodistas, editores o dueños de medios sobre qué tanto se debe o no difundir el tema de la violencia. Existe un llamado del gobierno federal y de diferentes organizaciones sociales y empresariales para hablar bien de México, pero los periodistas preguntan: ¿Cómo informar la verdad y las razones de los acontecimientos cuando lo que vende son los actos morbosos y sangrientos?  

México es el país que más preguntas sobre ética envía a la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano: ¿Cuánto decir y cuánto callar? ¿Cuál es el punto de equilibrio en el oficio de informar?  La Fundación creada en Colombia por el escritor Gabriel García Márquez en 1994 tiene como objetivo el promover la ética periodística para el bienestar social. El colombiano Javier Darío Restrepo, Consultor del organismo, al reflexionar sobre la ola de violencia que ha recorrido México en los últimos años, advierte que éste es un tema que se debe informar en México.

Contesta Restrepo: "Percibo que el periodista mexicano se mueve entre dos extremos. Uno es el que ocupan quienes dicen y defienden que 'hay que hablar bien de México'. Eso es una invitación a hacer propaganda, y el periodista ético rechaza, visceralmente, convertirse en propagandista. La propaganda no debe hacerse en nombre de la patria, ni en nombre de la religión, ni en nombre de nada, porque es una verdad a medias o una mentira a medias.  El periodista sabe que tiene el compromiso de informar la realidad de las cosas; sólo la verdad. Pero cuando abunda la violencia en el país es frecuente llegar al otro extremo: utilizar la información violenta como gancho para vender más periódicos o para elevar el rating de un noticiero de radio o televisión."

¿Cuál es el punto de equilibrio para ser veraz sin convertirse en un negociador de la violencia? "No se trata de callar la información ni de sobreexponerla, sino de investigar a fondo qué es lo que está sucediendo y por qué, para que la gente tenga una información inteligente. No es inteligente cuando se dirige únicamente a los sentidos de las personas; hay que mostrar la realidad estimulando su inteligencia e involucrar a los ciudadanos en la búsqueda de la solución. No sólo hacer de la violencia un tema que se publica para satisfacer la curiosidad de los lectores sino para despertar el interés en algo que está afectando al bien común".

Agregó: "Una sociedad desinformada es pasiva, pero una sociedad sobre informada también es pasiva porque se convierte únicamente en espectadora de lo que ocurre. El equilibrio lo pone el periodista si en cada nota estimula la inteligencia de los lectores para que se pregunte: ¿Por qué está sucediendo esto? ó ¿Para qué se está haciendo esto otro? Como ciudadano, ¿cómo puedo participar en combatir la violencia?"

Javier Darío Restrepo –también catedrático de la Universidad de los Andes– habla de un nuevo campo de la filosofía: la Ética de la Memoria. Esta área incumbe al periodismo y a la historia: "Hay obligación de recordar, pero también hay obligación de olvidar. Hay hechos que es inútil recordarlos porque cuando se recuerdan pueden envenenar a las personas. En Perú hubo un caso muy conocido que fue el de Uchurucay. Un día los indígenas vieron a un grupo que se acercaba y concluyeron que era Sendero Luminoso que otra vez venía a atacarlos. Se adelantaron, los masacraron y después se dieron cuenta que era un grupo de periodistas. Ese recuerdo fue tan poderoso que paralizó a la comunidad; todos vivían bajo la sombra de ese apresuramiento criminal. Fue necesario un gran esfuerzo social para superar ese recuerdo tóxico. Eso le pasa a las personas y a las sociedades".

Hoy sabemos que la memoria está sujeta a análisis de la ética. En el recuerdo y el olvido también hay obligaciones. En México hemos desarrollado la memoria tóxica: nos gusta recordar sólo lo malo, lo bueno pasa desapercibido. Los relatos sórdidos, pletóricos de sangre venden más; nuestra memoria tóxica no registra el cúmulo de avances y logros de nuestro país. ¿Debemos desintoxicar nuestra memoria?