Crítica deliciosamente repugnante de un estilo de vida centrado en Internet
Quizás la popularidad de los zombis esté en ascenso porque hay tanta gente asqueada por la manera en que vivimos hoy en día que está fascinada con la idea de…
Quizás la popularidad de los zombis esté en ascenso porque hay tanta gente asqueada por la manera en que vivimos hoy en día que está fascinada con la idea de su fin.
“¿Cuánto tiempo hace desde la última vez que realmente NECESITÁBAMOS algo que QUERÍAMOS?”, es la pregunta que aparece en la tapa trasera de las novelas gráficas de Robert Kirkman, “The Walking Dead”. “El mundo del comercio y de las necesidades frívolas es reemplazado por un mundo de supervivencia y responsabilidad. ... En un mundo gobernado por los muertos, se nos obliga finalmente a comenzar a vivir.”
Si no se han sentido suficientemente hartos de nuestra vana sociedad, impulsada por las celebridades y el consumo, como para desear activamente que todo se detenga, sugiero que lean la deliciosamente repugnante nueva novela de Jarett Kobek, “I Hate the Internet: A Useful Novel Against Men, Money, and the Filth of Instagram.”
Situada en San Francisco, la novela narra las historias de varias personas, cuyas vidas fueron brutalmente volteadas por (1) la insípida, cultura prepotente y sexista de los medios sociales, (2) la priorización de las ganancias a corto plazo por sobre la mano de obra humana, por parte de los capitalistas de riesgo; o (3) el aburguesamiento que proviene de la cultura de las empresas tecnológicas incipientes, en las que “la necesidad de ser un individuo singular a quien le importa vivir en la ciudad mientras trabaja para una corporación multimillonaria sin rostro fue uno de los legados de la intolerable m----- de la Zona de la Bahía.”
Es el tipo de libro que se abre con una página de “advertencia” en que se alerta a los lectores que entre los temas de la novela se encuentran una “desenfrenada burla de los ricos”, una “cultura popular que se guía por las modas”, “hippies de nombres elaborados que son crueles con las cabras”, y “ver el perfil de Facebook de una persona que uno conoció cuando era joven y creía que todos tendrían vidas realizadas.”
A pesar de su ingenioso nombre, “I Hate the Internet” no se centra tanto en un sistema globalmente interconectado de computadoras que permiten una comunicación rápida. Es principalmente una polémica contra las plataformas de los medios sociales que producen adicción y que han convertido a Internet en una máquina de indignación, 24 horas al día y 7 días por semana, y contra el periodismo “moralmente fallido y desprovisto de ideas. Como resultado, el número de seguidores de una persona en Twitter fue tratado como una medida de influencia.”
El problema, según el narrador omnipresente, semi-autobiográfico de Kobek, el escritor J. Karacehennem, “cuyo apellido significaba Infierno Negro en turco”, es que la tecnología que es el cimiento de la cultura de Silicon Valley “fue el producto de las ideologías verbalizadas y no verbalizadas de sus creadores. [Por lo tanto] Internet no fue un entorno neutral dedicado a la libertad de expresión. Fue algo diferente, el resultado de una mentalidad paranoica de la Guerra Fría, mezclada con las brumosas ideas de la zona de la Bahía de San Francisco, como el concepto de que se podía alcanzar la ilustración por medio del forro polar sostenible y de las frutas cultivadas orgánicamente.”
Como resultado, los medios sociales y los sitios de periodismo participativo se convirtieron en “un lugar en que los sistemas complejos proporcionaron a los enfermos mentales las mismas plataformas de expresión que a los miembros sanos de la sociedad, sin tener en cuenta el daño que causaran a los demás y a sí mismos.” Y eso tuvo el efecto de convertir a Instagram, Facebook, Twitter, Reddit, Gawker, BuzzFeed y muchos otros sitios en los que la gente tiene así llamadas conversaciones, en un medio ambiente que “se alimenta de los crédulos, pidiéndoles que creen contenido sobre la base de emociones inflamadas para bien de los anunciadores.”
Si uno sabe algo sobre cómo las propiedades de Internet se sostienen a sí mismas, o incluso producen ganancias, este análisis es indiscutible.
Pero lo que es más importante, incluso aparte del tono mordaz y la indignación de la novela, es que Kobek nos está realmente invitando a preguntarnos por qué continuamos llenando los cofres de esas compañías mediáticas multimillonarias al compartir nuestra información personal, nuestro contenido “generado por el usuario” y los intricados detalles de nuestras vidas.
¿Se trata de algún tipo de narcisismo masivo, de una desconexión física de los seres queridos reales o del “temor de perderse algo” (que probablemente figurará en el futuro manual oficial de trastornos de la Asociación de Psiquiatría de Estados Unidos)?
¿Qué es, en realidad, lo que seduce a grandes sectores de la población a creer que la vida no está bien vivida si no se la “comparte” con individuos que son, probablemente, totales desconocidos?
¿Por qué las personas no abandonan interacciones electrónicas que las hacen sentir crecientemente inferiores, humilladas, enojadas o simplemente vacías?
Quizás lo harán en el futuro, si libros como “I Hate the Internet” pueden publicarse y ser comprados por individuos que disfrutan de los libros en papel, táctiles y libres de distracciones.
Y esos lectores salen de la diatriba de Kobek edificados, entretenidos e incentivados para reflexionar sobre quién hace dinero cuando uno pone en Internet fotos de sus “amigos” y “seguidores”.
La dirección electrónica de Esther Cepeda es estherjcepeda@washpost.com. Síganla en Twitter, @estherjcepeda.
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