Como México no hay dos
Dos personas en el campo tomadas de la mano: una entra en éxtasis al contemplar el atardecer. La otra experimenta una enorme aversión al polvo que levantan…
Dos personas en el campo tomadas de la mano: una entra en éxtasis al contemplar el atardecer. La otra experimenta una enorme aversión al polvo que levantan sus pisadas. Una se deleita con las flores silvestres, la otra sólo mira las espinas.
Es algo incoloro e insaboro, pero a todo le da color y sabor. Es algo tan tenue, y sin embargo, mueve montañas. Si quisiéramos tocarlo, no podríamos, pero está presente hasta en nuestra última neurona y en todas las células de nuestro ser. Sus raíces pueden ser tan frágiles como las de una violeta, o tan profundas e inmarcesibles como las de un nogal. Sus resortes invisibles impulsan a los gestos más heroicos, o pueden conducir a la más abominable de las acciones.
¿Quién pudiera decir de qué son capaces los sentimientos? Nos llevan tanto al umbral del paraíso como al más profundo de los infiernos. Los sentimientos de las personas son engañosos, difíciles de detectar porque, ¿cuántas veces lloramos de risa y...cuántas veces reímos para no llorar?
Otelo, el personaje de la obra de Shakespeare, gobernado totalmente por sus emociones, pasa del éxtasis de su enamoramiento por Desdémona hasta cometer el crimen, cegado por los celos. Cuando descubre que sus celos eran infundados y no pudiendo soportar la desesperación de ver muerta a su amada, se suicida. Los humanos, a veces, también hacemos tragedias de nuestras vidas.
Dicen los psicólogos que si nuestros sentimientos se han desarrollado de un modo constructivo, nada se interpondrá para evitar que reaccionemos en forma positiva ante los retos. Pero cuando el miedo, el resentimiento, la cólera o la desesperanza están presentes –aunque de manera inconsciente– nos encontramos reaccionando en forma negativa ante las circunstancias difíciles, sin saber por qué.
Las emociones hostiles nos impiden experimentar tendencias constructivas. Con demasiada frecuencia no vivimos plenamente nuestras vidas porque estamos entregados a lamentaciones y reviviendo agravios pasados. Enterramos la cabeza en detalles e ignoramos la belleza y las posibilidades que nos rodean. Cuando permitimos que las circunstancias nos abrumen, cuando vemos solamente el lado mezquino de la vida y lo relacionamos con nuestras angustias y temores personales, ¡cuidado! Dicen que cuando lloramos porque hemos perdido el sol, las lágrimas no nos dejan ver las estrellas.
Todos tenemos rasgos constructivos enraizados en nuestro ser. Muy rara vez encontramos personas cuyos rasgos destructivos hayan vencido por completo sus aspectos positivos. La bondad en potencia siempre está presente en cada ser, pero en ocasiones está demasiado enterrada y hay qué cavar muy hondo para sacarla a la luz del día. Otras veces está muy cerca de la superficie, a flor de piel, y puede liberarse ante una simple sonrisa.
El pesimismo ante los acontecimientos violentos que presenciamos desencadena sentimientos de descontento que conducen a una mayor insatisfacción de vida. Nuestros sentimientos determinan —en última instancia— la calidad del trabajo que realizamos.
¿La fe es sentimiento...o razón? ¿O sentimiento y razón? ¿Quién pudiera saberlo? Lo cierto es que sin fe difícilmente se logra una meta. Si sentimos que no servimos para nada, que nada se puede lograr en este mundo violento, nuestra vida pierde su razón de ser. En cambio, si creemos de que como México no hay dos, no habrá obstáculo que no podamos superar. Si estamos seguros de que de ésta crisis sí se puede salir, saldremos: nuestros ojos verán lo que habrá de hacerse, nuestra mente nos dirá cómo hacerlo, nuestro corazón arderá en compromiso y nuestra voluntad se decidirá a lograrlo.
Dice un proverbio japonés: "Hay una puerta por la que pueden entrar la buena o la mala fortuna, pero tú tienes la llave." Un proverbio mexicano dice: "La vida es un laberinto. Sólo los iluminados conocen la salida". Siempre habrá alguien que arroje un vidrio roto sobre la playa, pero a la vez, siempre habrá alguien que se agache a recogerlo.
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